Capítulo 33

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Después de su breve conversación con Leonel, Sasha se sintió abrumada por el remordimiento. La decisión de aceptar la tarea la perseguía como una sombra inquietante. ¿Qué consecuencias tendría su acción? La idea de traicionar la confianza de Lady Calixto la atormentaba.

Mientras regresaba a sus labores, su mente no dejaba de dar vueltas. Cada paso que daba parecía más pesado que el anterior. Recordaba la tristeza en los ojos de la joven dama y se preguntaba si realmente podía ayudarla o si, al contrario, contribuiría a su sufrimiento.

Las sirvientas a su alrededor, ajenas a su conflicto interno, hablaban entre risas y susurros. Sasha, sin embargo, no podía unirse a su alegría. Se sentía como una intrusa en su propia vida. Se detuvo un momento en la cocina, observando cómo las otras trabajaban con despreocupación, y un nudo se formó en su estómago.

—¿Por qué acepté? —murmuró para sí misma, sintiendo que la culpa la consumía lentamente. No quería ser parte de un plan que pudiera causar más dolor a una mujer que ya estaba sufriendo.

A través de la ventana, un rayo de sol iluminó las flores del jardín, contrastando con la oscuridad que sentía en su interior. La belleza del momento le hizo reflexionar. ¿Había una forma de ayudar a Calixto sin traicionar su confianza? Tal vez su papel no tenía que ser uno de deslealtad. Tendría que buscar otra manera de actuar.

Mientras tanto, en una habitación cubierta por la penumbra, Urian bebía directamente de la botella, buscando un alivio efímero para su dolor. El silencio era pesado, roto solo por el sonido del cristal al tocar sus labios. Cada sorbo parecía ofrecerle un momento de escape, pero al mismo tiempo intensificaba la sensación de vacío en su interior.

—¡Ese infeliz! —gritó, lanzo la botella contra la pared, donde se hizo añicos, esparciendo vidrio por el suelo. La rabia burbujeaba en su interior, avivada por recuerdos que no podía borrar, la forma en que todo se había desmoronado a su alrededor.

Urian se puso de pie, incapaz de quedarse quieto. Comenzó a caminar de un lado a otro en la habitación, sus pasos resonando en el silencio opresivo. La frustración lo consumía; se sentía atrapado en una red de circunstancias que lo superaban.

—No puedo permitir que esto suceda —murmuró, apretando los puños con tanta fuerza que las uñas le marcaron la piel—No dejaré que me arrebaten lo que es mío.

Se pasó una mano por el cabello desordenado, sintiendo cómo la rabia burbujeaba en su interior. Cada pensamiento sobre Calixto le desgarraba el pecho, como si mil espinas le atravesaran el corazón.

—Él podrá ser su esposo —siseó, dejando escapar una risa fría— Pero que no se equivoque; seré yo quien la posea en cada susurro, en cada lágrima. Mientras él se engaña creyendo tenerla, yo seré el eco de sus más oscuros deseos. Su felicidad será solo un espejismo, y yo me regocijaré al ser el verdadero dueño de su alma.

Su mirada ardía con un fuego insaciable, y el odio brillaba en sus ojos.

—¡Que se prepare! En este juego, seré yo quien marque las reglas. Ella será mi más exquisita presa, atrapada en un laberinto del que no podrá escapar. La noche será mi aliada y su destino, mi juguete.

Complacido con sus propias palabras, se acercó a la licorera y tomó otra botella. Esta, sin embargo, tenía un sabor diferente; quizás porque ahora cada trago estaba impregnado de un nuevo propósito.

Urian llevó el vidrio a sus labios, dejando que el licor ardiente descendiera por su garganta. La rabia se transformaba en algo más profundo, más visceral. Cada sorbo era un recordatorio de su desdén por el emperador y de su promesa de venganza.

—Esta misma noche, mis besos quedarán marcados en su piel —susurró, apretando la botella con fuerza, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo—Seré yo quien la haga sentir mujer.

Metamorfosis de la insaniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora