Capítulo 15

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Ramiro

Valentino me ha robado a mi esposa.

Desde el día de su fiesta, no la ha soltado. Duerme con ella, desayuna con ella, come y cena con ella. Está pegado siempre a ella. Y lo he permitido; que tenga su atención es su forma de sobrellevar el trauma de su madre. Sin embargo, he tenido suficiente, necesito a Isabella.

Llego muy tarde a casa y mis únicos momentos con ella son a la hora de dormir. Creo que ya es necesario que Valentino comparta conmigo.

Es el primer domingo en años que lo paso en casa. No recuerdo cuándo fue la última vez que me tomé un día de descanso.

Las risas de mi esposa y hermano llegan hasta la habitación, y decido que es buen momento de unirme a ellos.

—¿Crees que salgan ricas?

—Valentino, ya será un milagro que salgan. Que tenga buen sabor será un doble milagro.

Más risas.

Antes de Isabella, me gustaba que mi casa estuviera en completo silencio. Disfrutaba de mi soledad. Hoy disfruto de esto: las risas de mi hermano y esposa, llegar a casa y notar un nuevo cambio en la decoración, pues a ella parece encantarle agregar o quitar algo colorido. También me encanta verla en el sillón, con sus piernas pegadas a su pecho y su barbilla recargada en ellas, prestando suma atención a lo que sea que se esté reproduciendo en la televisión.

—¿Qué están haciendo? —pregunto al entrar a la cocina.

Aunque la pregunta debería ser qué están intentando hacer.

Hay un desastre en la barra de la cocina: masa para galletas, harina por todos lados. Isabella y Valentino tienen un delantal cada uno y sus rostros manchados de blanco.

Me resultan adorables.

—Galletas —dice lo obvio, y el pequeño mierda me rueda los ojos.

Me acerco a Isabella y le doy un beso en la frente. Ella sonríe en respuesta antes de poner toda su atención en el intento de galleta que tiene entre sus manos.

Decido dejar que siga en lo suyo, aunque me cueste alejarme de su lado.

Me siento al otro lado de la barra y disfruto verlos a ambos. En algún momento intentan encender el horno. Ninguno de los dos tiene idea de cómo hacerlo, lo que me causa muchas risas y hace que las mejillas de Isabella se enrojezcan.

Decido mandar un mensaje a uno de mis hombres para que vaya por galletas, porque está claro que estas no van a salir.

—¡Se quemaron!

Dejo caer la cabeza hacia atrás y comienzo a reír. Por supuesto que las galletas se quemaron.

Valentino debería ser actor. Tiene la cabeza entre las manos y está arrodillado en el piso.

Mi esposa, por otro lado, parece que quiere llorar, y las ganas de reír se intensifican.

—Soy pésima cocinera, lo siento, Valentino.

Me pongo de pie y le acerco a ella. La envuelvo en un abrazo y beso su nariz. Luego, susurro en su oreja:

—He ordenado galletas. —Me mira con los ojos brillosos y, por primera vez, es ella quien inicia el contacto.

Poniéndose de puntillas, enreda sus brazos en mi cuello, jalándome para alcanzar mis labios. Da un casto beso.

—Gracias —susurra sobre mis labios.

(...)

—¿Dónde has estado, Adriano? —Es lo primero que pregunto al subir a su auto.

Sé la respuesta, sé dónde carajo ha estado y sé que cuando Dante se entere, si es que aún no lo ha hecho, las cosas se pondrán tensas entre ambos.

DESTROZAME +18 L.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora