mi lugar

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Llegamos a la mesa, y él, con su habitual cortesía, corrió la silla para que me sentara. Lo hice sin decir una palabra, intentando mantenerme tranquila, pero la atmósfera alrededor era tensa. Khan se sentó a mi lado, y antes de que pudiera acomodarme, un hombre de cabello rubio apareció.

—Señor Khan, —dijo con una voz firme.

—¿Qué quieres? —respondió Khan, sin apartar su mirada de mí.

El hombre sonrió levemente y extendió una pequeña caja de madera.

—Le traje un presente. Es un arma de último año, de oro, pero muy ligera.

Vi cómo Khan tomaba la caja y la abría. Por dentro, estaba forrada de terciopelo, y en el centro reposaba una pistola brillante, tan pulida que reflejaba las luces de la habitación. Mi estómago se encogió al verla, la elegancia de aquella arma no hacía que me sintiera más tranquila.

Me mordí el labio, inquieta, sin saber qué decir o cómo reaccionar. Khan tomó el arma con una sonrisa fría, como si fuera un simple objeto más en su colección. Yo, en cambio, no podía apartar la vista de ella, preguntándome por qué alguien le traería algo tan letal.

— Es hermosa, muchas gracias, señor... —dijo Khan, dejando la frase en el aire, esperando el nombre del hombre.

— Oh, mis disculpas, señor Khan. Mi nombre es Jorge, soy un creador de armas —respondió el hombre con una inclinación de cabeza, primero mirando a Khan y luego posando sus ojos en mí.

Algo en él no me inspiraba confianza. Había una frialdad en su forma de hablar que me ponía incómoda.

— ¿Qué empresa? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio.

Jorge frunció el ceño, visiblemente confundido.

— Disculpe, mi señora, ¿empresa?

— Sí, ¿cómo se llama su empresa? —repetí, manteniéndome firme.

Jorge titubeó un momento, como si no esperara que yo interviniera.

— Ah, bueno, no creo que una dama como usted sepa de estas cosas —dijo Jorge, con una sonrisa que delataba su intención de burlarse de mí.

Sentí un calor subir por mi pecho, pero mantuve la compostura.

— Está muy equivocado —repliqué, mirando directamente a sus ojos—. Sé mucho más de armas de lo que usted imagina, y le puedo asegurar que esta no es de buena calidad.

Khan observó con una sonrisa divertida mientras el hombre, Jorge, se sorprendía ante mi comentario. Claramente, no esperaba que interviniera, y mucho menos con un conocimiento que, según él, no debía poseer.

— Disculpe, mi señora — dijo Jorge, recuperando la compostura —. No quise faltarle al respeto, solo que no es común que una dama... — se interrumpió, mirando de reojo a Khan como si buscara apoyo.

Khan no dijo nada, solo me miró, esperando mi respuesta.

— Pues debería empezar a acostumbrarse — repliqué sin dejarme intimidar —. He aprendido algunas cosas importantes gracias a mi esposo, y sé cuando algo no está a la altura. Esta arma no lo está.

La tensión en el aire era palpable, y Jorge intentaba ocultar su incomodidad, pero podía ver el nerviosismo en su mirada. Sabía que estaba tratando con alguien que no se dejaba engañar fácilmente.

— Me aseguraré de hacer las mejoras pertinentes, señora — dijo al final, con una ligera inclinación de cabeza, aunque todavía se sentía cierta resistencia en su tono.

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