Capítulo 1

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"LIBERTAD"

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La sala de pruebas era un lugar estéril, frío y carente de humanidad. Las paredes, de un blanco enfermizo, estaban repletas de equipos electrónicos, monitores y cables conectados a los cuerpos de sujetos en confinamiento. Los científicos se movían con precisión mecánica, desinteresados, como si todo allí fuera parte de una rutina carente de significado. Sobre una camilla metálica, en el centro de la habitación, yacía una joven mutante de bajo nivel. Su piel pálida, apenas moviéndose con su respiración irregular, dejaba entrever la fragilidad de su estado. Su poder, un simple dominio sobre las ondas sonoras, era insignificante en comparación con los estándares impuestos por la OMP. Apenas podía distorsionar sonidos, pero eso no impedía que la empujaran más allá de sus límites.

“Suban la frecuencia,” ordenó uno de los científicos, sin molestarse en mirar los monitores. “Necesitamos ver cuánto más puede resistir.”

La mutante gimió, su cuerpo temblaba violentamente, y las lágrimas corrían por su rostro. "Por favor... no puedo más...", suplicó con voz quebrada, mientras su cuerpo se retorcía bajo la presión de la prueba. Pero su voz fue ahogada por el sonido creciente del aparato que medía su resistencia. Nadie respondió. Nadie le prestó atención.

“Sube la frecuencia al máximo. Necesitamos que empuje su capacidad al límite,” repitió la científica al mando. No había rastro de piedad en su tono, solo un aburrido interés por los resultados.

“¿Qué más puede dar? Ya está casi al tope.” Uno de los asistentes miraba los monitores como si fuera una simple tarea diaria. Las alarmas sonaban, indicando que las pulsaciones de la joven eran peligrosamente irregulares.

“Está reteniendo. Siempre retienen al final,” replicó la científica, chasqueando la lengua. “Dile que haga más esfuerzo. Necesitamos ver más antes de desecharla.”

“Más esfuerzo, ¿entiendes? Si no quieres ser inútil, da lo mejor de ti,” le dijeron al chico en un tono monótono.

La mutante gimió de nuevo, pero ya no podía resistir. Con un último espasmo, su cuerpo se tensó y luego quedó inerte. Los monitores que medían sus signos vitales mostraron líneas rectas. Silencio.

Los científicos apenas parpadearon.

“Parece que ese fue su límite,” comentó uno de ellos, tomando nota. “Recoged el cuerpo. Preparad la sala para el siguiente.”

Con la misma indiferencia con la que la habían empujado a la muerte, el equipo se dispuso a limpiar el espacio y desechar lo que quedaba de ella.

“¿Cómo va Y-15?” preguntó entonces otro de los científicos, sin apartar la vista de los registros.

“Poco avance, pero al menos está cooperando,” respondió una asistente mientras revisaba los datos en su tableta. “Aún no ha demostrado su verdadero potencial.”

“Eso no es suficiente. Mañana quiero una demostración,” ordenó la científica principal, seca y concisa. “Si no muestra progreso, tendremos que reconsiderar su utilidad.”

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Felix, conocido como Y-15, estaba sentado en la oscuridad de su celda, las luces parpadeantes de los controles de seguridad eran lo único que iluminaba el pequeño cubículo en el que había pasado la mayor parte de su vida. La habitación era tan fría y estéril como cualquier otro lugar en esa instalación. Las paredes metálicas y el suelo sin ningún tipo de acolchado le recordaban lo poco que importaba su bienestar. Pero para él, todo esto era normal. No conocía nada diferente.

DISTRICT 8 | hyunlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora