CATORCE

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El vuelo a Arizona fue tranquilo, aunque largo. Camila se quedó completamente dormida en el avión, su cabeza apoyada contra la ventana. Yo la veía de vez en cuando, cuidando que estuviera cómoda, pero no quise despertarla. Cuando aterrizamos, la sacudí suavemente en el brazo.

—Cami, ya llegamos —susurré.

Ella se desperezó lentamente, aún medio adormilada, y salimos del avión. Bajamos por la escalera y nos dirigimos hacia el control de pasaportes. Todo iba bien hasta que llegamos a la fila de inmigración. A pesar de que habíamos pasado los primeros controles sin problema, noté que algo no estaba bien cuando un oficial comenzó a hacer demasiadas preguntas.

Nos acercamos a la ventanilla y la oficial de inmigración nos miró de arriba abajo, sus ojos fríos y calculadores. Me dio mala espina de inmediato.

—¿Propósito de su visita? —preguntó con tono seco.

—Venimos por un partido de fútbol —respondí, mostrando mis documentos y el pasaporte.

Ella tomó nuestros pasaportes y miró la pantalla durante lo que parecieron siglos, como si estuviera buscando algo que no existía. Después, se dirigió a Camila, con la misma actitud.

—¿Y usted? —le dijo con una expresión de desdén—. ¿Viaja sola con él? ¿Cuál es su relación?

Camila, todavía medio dormida, se quedó sorprendida por la agresividad de la pregunta.

—Soy su amiga —respondió, con una ligera sonrisa.

—Amiga, ya... —la oficial la miró de nuevo con desconfianza, como si no le creyera.

Entonces, las cosas empezaron a escalar. Nos hicieron pasar a otro mostrador donde comenzaron a hacernos las mismas preguntas una y otra vez. Mientras tanto, Camila empezaba a ponerse nerviosa. Noté cómo se le tensaban los hombros, su incomodidad cada vez más evidente. Me acerqué a la oficial.

—Oiga, ya le dijimos todo. ¿Cuál es el problema? —le dije, sin poder ocultar el fastidio.

—El problema es que no parece que su historia sea muy clara —respondió ella, sin ni siquiera mirarme a los ojos.

Eso fue lo que me hizo perder la paciencia.

—¡Es mi amiga y estamos aquí por un partido oficial, tiene toda la documentación en regla! —levanté la voz, sin poder contenerme—. No tiene derecho a tratarla de esta manera solo porque es colombiana.

La oficial me lanzó una mirada fría, pero vi que empezaba a dudar. En ese momento, otro oficial se acercó y después de revisar nuestros documentos una vez más, finalmente nos dejaron pasar, aunque con miradas de desdén.

Al salir de los controles, Camila me miró agradecida, pero aún se veía algo afectada.

—Gracias, Richard —susurró, mientras caminábamos por el aeropuerto.

—No tienen derecho a tratarte así, Cami —le respondí, tomando su mano suavemente—. No lo voy a permitir.

Pero el alivio no duró mucho, ya que mientras caminábamos por el gigantesco aeropuerto, empezamos a darnos cuenta de que algo no estaba bien.

—¿No te parece que ya pasamos por aquí antes? —pregunté, mirando a mi alrededor.

—Creo que sí... —dijo Camila, mirando los letreros y las puertas que parecían todas iguales.

Después de varios minutos caminando en círculos, perdidos en el laberinto de pasillos y tiendas, empezamos a reírnos.

—Bueno, al menos nos perdimos juntos —bromeó Camila, aunque su sonrisa tenía un toque de cansancio.

SOLO ELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora