safe place

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simplemente los chicos siendo domésticos

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El sol asomaba tímidamente entre las cortinas de lino blanco, proyectando un suave resplandor dorado sobre la cama. Juanjo comenzó a despertarse, sus sentidos recuperando poco a poco la consciencia del nuevo día. Sentía el peso cálido y protector del brazo de su chico alrededor de su cintura, como una ancla suave que lo mantenía en tierra firme, incluso mientras el sueño lo liberaba poco a poco.

Era una sensación que nunca dejaba de emocionarlo, como si cada mañana juntos fuera un pequeño milagro. Se movió con cuidado, sin querer despertar a Martin aún, pero girándose lo suficiente como para verlo dormir. Su respiración era pausada, su rostro tranquilo, con los labios ligeramente curvados en una expresión de paz. El chico parecía un niño cuando dormía, tan vulnerable y libre de las preocupaciones que a veces cargaba en el día a día.

Juanjo sonrió para sí mismo, admirando esos detalles que solo se permitía ver en esos momentos de quietud. El cabello despeinado, las pestañas largas que descansaban sobre sus mejillas, y la forma en que su pecho subía y bajaba lentamente. En esos momentos, se sentía lleno de una ternura que lo abrumaba, como si todo lo bueno del mundo estuviera encapsulado en la persona que tenía frente a él.

Decidió no moverse más, simplemente disfrutar del momento. Se quedó allí, envuelto en el silencio cómodo, sintiendo el calor del cuerpo de su novio a su lado, mientras el mundo exterior parecía quedar muy lejos. Fue entonces cuando, casi imperceptiblemente, Martin comenzó a moverse. Un suave suspiro escapó de sus labios antes de que sus ojos se abrieran perezosamente.

—Mmm... buenos días, mk amor —murmuró el pequeño con la voz ronca, entrelazando sus dedos con los de el aragonés sin siquiera pensarlo, como un gesto automático que ambos compartían.

—Buenos días —respondió Juanjo, su voz llena de cariño—. ¿Has dormido bien?

Martin asintió lentamente, estirando sus brazos y abrazando más fuerte a su chico, enterrando su rostro en el hueco de su cuello. No había necesidad de palabras; el calor que compartían lo decía todo. Le dejó un beso suave y perezoso en la piel de Juanjo, y este sintió una risa ligera burbujear en su garganta.

—No quiero levantarme nunca —murmuró Martin, su voz aún adormilada—. Quiero quedarme aquí contigo... así, para siempre.

Juanjo dejó escapar una risa suave, acariciando lentamente el cabello de Martin.

—Yo tampoco quiero que este momento termine —susurró, besando la parte superior de su cabeza—. Pero no podemos quedarnos en la cama todo el día.

—¿Por qué no? —protestó el pequeño, con una sonrisa juguetona—. Tenemos todo lo que necesitamos aquí. A ti... y a mí.

Los ojos de Juanjo se suavizaron, y su pecho se llenó de un amor tan profundo que casi dolía. Martin siempre sabía exactamente qué decir para hacer que todo pareciera perfecto, sin complicaciones. En momentos como ese, el mayor se preguntaba cómo había tenido tanta suerte de encontrar a alguien que lo entendiera y lo amara tan completa y profundamente.

Después de unos minutos más acurrucados en la cama, el chico finalmente se estiró, bostezando y mirándolo con una sonrisa tierna.

—Bueno, si no me dejas quedarme en la cama, al menos déjame prepararte el desayuno —dijo, levantándose lentamente—. Hoy te haré algo especial.

—¿Especial? —preguntó Martin, levantando una ceja mientras lo veía caminar hacia la cocina.

—Ya lo verás.

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