05

351 27 1
                                        

Cuando Félix apareció en la puerta de la habitación del hospital, Samantha se encontraba sentada en la cama, leyendo un libro que Ama y Ari le habían traído el día anterior. Al principio, no lo notó, pero la puerta que se entreabrió hizo que levantara la mirada. Al ver a Félix, un torrente de emociones se apoderó de ella: sorpresa, nerviosismo, y sobre todo, el amor que aún sentía por él.

Félix entró despacio, como si estuviera inseguro de si debía estar allí. Cerró la puerta detrás de él y se quedó de pie, cruzando la habitación sin mirarla directamente a los ojos. Samantha no dijo nada. El silencio se hizo pesado, solo roto por el suave sonido de la máquina de suero.

—Samy... —empezó él, con la voz baja y algo rasposa. Se detuvo al pie de su cama, apretando los puños y soltando el aire como si necesitara reunir fuerzas para continuar—. Yo... necesitaba venir a verte.

Ella lo observaba con su corazón latiendo rápido. A pesar de todo lo que había pasado, de las noches llorando y la herida que llevaba dentro, no podía negar lo que seguía sintiendo por él. Aunque estaba nerviosa, lo dejó hablar, esperando sus palabras.

—He estado pensando mucho en todo —prosiguió Félix, finalmente levantando la mirada para encontrarse con la suya—. Sé que... sé que te lastimé. Besar a esa chica... no fue más que un error, algo estúpido que hice. Estaba borracho, perdido en mis propios pensamientos. Pero no es excusa.

Samantha sintió que una pequeña punzada de dolor recorría su pecho al escuchar la mención de ese beso. Lo había revivido una y otra vez en su mente, preguntándose qué hizo que Félix la traicionara de esa forma. Pero escuchar su disculpa, aunque no borraba el dolor, comenzaba a calmar la tormenta dentro de ella.

—Yo sé que tú... que sigues enamorada de mí. Y no sabes lo mal que me siento por haberte hecho pasar por esto. Samantha, lo siento —Félix la miraba con una sinceridad que ella no podía ignorar—. No sé si tengo derecho a pedirte perdón, pero lo estoy haciendo porque me importa. Porque me importas.

En ese momento, lo único que podía hacer era asentir lentamente, sintiendo que algo dentro de ella se liberaba, aunque no de la forma que había esperado.

—No debí besarte en la fiesta —admitió Félix, su voz rota por el arrepentimiento—. No debí hacerlo si aún no estoy seguro de lo que quiero. No quiero lastimarte más, mi Samy. Me duele verte así, en este lugar, y saber que parte de esto es culpa mía.

Samantha respiró hondo, intentando calmar el nudo en su garganta. Se había aferrado tanto a la idea de que podía recuperarlo, de que ese beso había significado algo, que escuchar la verdad le dolía más de lo que esperaba.

—Solo... solo quería que lo supieras —concluyó Félix, bajando la mirada—. Perdóname, por favor. ¿Qué puedo hacer para que me perdones?

—Déjame recuperarte, Félix, déjame volver a conquistarte.

Félix dudó un momento, pero al verla ahí, tan pálida, débil y frágil, reflexionó—. Está bien, Samy, te doy la oportunidad de volver a conquistarme.

Después de la visita de Félix, algo en Samantha cambió. Era como si una chispa se hubiera encendido en su interior, impulsándola a salir del pozo en el que se encontraba. Esa noche, mientras miraba el techo de su habitación de hospital, una determinación férrea comenzó a formarse en su mente. Si quería recuperar a Félix, tenía que empezar por recuperarse a sí misma.

A la mañana siguiente, cuando las enfermeras entraron a su cuarto con el desayuno, se sorprendieron al verla incorporarse en la cama, lista para comer. Sin quejarse, tomó el plato con firmeza y empezó a comer todo, sin dejar ni una miga. No solo eso, también bebió el suero que le habían dado y tomó los suplementos y pastillas que le habían recetado, algo que había estado evitando durante días.

Los doctores, que ya habían asumido que la recuperación de Samantha sería lenta y complicada, se sorprendieron enormemente. La joven que hasta hace poco había rechazado cualquier tipo de ayuda, ahora estaba siguiendo cada indicación médica al pie de la letra. Cada vez que le traían más comida, la devoraba sin protestar, y cuando llegaban las enfermeras para las revisiones, las recibía con una sonrisa determinada.

Al tercer día de esta sorprendente recuperación, el médico entró en la habitación con el expediente en la mano, revisando los resultados de los últimos días.

—Samantha, esto es... impresionante —dijo, casi incrédulo mientras leía sus progresos—. No entiendo cómo has mejorado tan rápido. Hace solo unos días no querías hacer nada de esto.

Recostada en la cama pero con una energía renovada en sus ojos, sonrió con calma.

—Es que ahora tengo un motivo —respondió simplemente—. Algo que no quiero perder.

El médico la miró por un momento, intentando comprender qué era lo que había motivado ese cambio radical, pero decidió no preguntar más.

—Bueno, con esta mejoría, no veo razón para mantenerte aquí más tiempo —continuó el doctor, sorprendido pero satisfecho—. Te daremos el alta mañana por la mañana.

;- °Semanas después

Samantha se escondió detrás de un árbol en la acera frente a la casa, con el corazón latiéndole a mil por hora. Desde allí, podía ver claramente la puerta de entrada de Félix. A sus pies, el pequeño husky siberiano, con ojos azules y orejas puntiagudas, se sentaba pacientemente junto a una caja con una pequeña nota encima. Había pasado semanas planeando este momento, pero ahora, mientras lo veía a lo lejos, una mezcla de nervios y emoción la invadía.

Félix salió de la casa poco después, probablemente para ir al trabajo o hacer alguna tarea. Al abrir la puerta, su mirada se encontró de inmediato con el cachorro sentado frente a él. Sus ojos, que inicialmente mostraban sorpresa, se agrandaron de pura incredulidad. Durante unos segundos, Félix solo se quedó allí, congelado, como si no pudiera procesar lo que estaba viendo. El pequeño husky lo miraba, moviendo la cola, esperando algún tipo de reacción.

José Francisco se agachó lentamente, sin apartar los ojos del cachorro, y sonrió de manera inconsciente mientras acariciaba suavemente su pelaje suave. Luego, notó la pequeña carta junto al perro. Frunció el ceño con curiosidad, tomó la nota y la leyó:

"Este es solamente el comienzo de mi conquista. Te quiero mucho. Atte: Samantha."

Félix se quedó quieto un momento, sosteniendo la carta. Levantó la mirada y miró alrededor, como si buscara alguna señal de Samantha, pero no la encontró. Desde su escondite, Samantha lo observaba, mordiendo su labio nerviosamente. No podía escuchar lo que él pensaba, pero el gesto que hizo cuando acarició nuevamente al cachorro le dio una pequeña esperanza.

✩°。⋆ 🎧✮ ✩°。⋆ 🎧✮

Hola, mi fin de semana se siente vacío sin queens/kings o sin tener que estudiar (en realidad si tengo q estudiar pero preferí ponerme a escribir :3)

Este capítulo es más cortito que los demás porque la verdad lo escribí súper rápido 😓

˗ˏˋ ♡ ˎˊ˗ Te amo ¿Tú me amas? [Riverduccion] ˗ˏˋ ♡ ˎˊ˗Donde viven las historias. Descúbrelo ahora