Suite

419 44 6
                                    

Arath

Me desperté más temprano de lo habitual, con la tenue sensación de haber dormido bien, aunque sabía que tenía una razón especial para estar despierto a estas horas. Las luces de la habitación seguían apagadas, y el silencio era absoluto. Los demás en sus respectivas camas seguían profundamente dormidos, envueltos en sus mantas. Me quedé un momento en mi cama, recordando la conversación con Emma la noche anterior, y la promesa que le hice de despertarla para tomar café juntos.

Me levanté despacio, cuidando de no hacer ruido mientras cruzaba la habitación. Todo estaba en penumbras, pero conocía el camino hacia su cama. Cuando llegué a su lado, me detuve por un momento, observándola en la oscuridad. A pesar de la falta de luz, podía distinguir su rostro relajado, tranquilo, profundamente dormida. Una sensación cálida me recorrió el pecho al verla tan serena.

Sin pensarlo demasiado, me incliné un poco hacia ella y llevé mi mano a su rostro, acariciando su mejilla lentamente con la yema de mis dedos. El gesto fue delicado, casi como si no quisiera romper la paz que la envolvía. Su piel era suave, y el contacto me hizo sentir más conectado con ella, como si ese pequeño momento en la penumbra fuera solo nuestro, ajeno al caos de la casa.

Emma se movió ligeramente bajo mi toque, y entonces susurré su nombre con suavidad.

-Emma... - mi voz apenas un murmullo, lo suficientemente baja para no despertar a los demás.

Poco a poco, abrió los ojos, parpadeando varias veces para despejarse del sueño. A pesar de la oscuridad, pude ver cómo esbozaba una pequeña sonrisa cuando me reconoció. Sus ojos, aún adormilados, se encontraron con los míos, y en ese instante sentí que todo a nuestro alrededor desaparecía. Era solo ella y yo.

-Buenos días - susurré, manteniendo mi mano en su mejilla un momento más antes de retirarla.

-Buenos días... - respondió, su voz suave y ronca por el sueño, pero llena de esa dulzura que siempre irradiaba. Me miró con una sonrisa adormilada, como si el simple hecho de despertarse y verme ahí la hiciera feliz.

-¿Lista para el café? 

Ella asintió levemente y, sin decir más, se incorporó lentamente en la cama, cuidando de no hacer ruido para no despertar a los demás. Nos sonreímos de nuevo, una sonrisa silenciosa que decía más de lo que las palabras podían expresar.

Juntos, salimos de la habitación con pasos ligeros, caminando por el pasillo hasta la cocina. El ambiente de la casa aún estaba en calma, la luz de la madrugada apenas empezaba a filtrarse, y todo parecía estar detenido en un momento de tranquilidad. Llegamos a la cocina, y mientras preparaba el café, Emma se apoyó en la encimera, observándome con esa mirada que parecía conocerme mejor que nadie.

-Gracias por despertarme - dijo finalmente, mientras me entregaba una taza para el café.

-No hay nada que agradecer - respondí, mientras servía el café caliente en ambas tazas. Le entregué la suya, y cuando nuestras manos se rozaron.

Nos sentamos en la mesa de la cocina, cada uno con su taza en mano. El aroma del café llenaba el aire, y el simple hecho de compartir ese momento con ella me hizo sentir que, a pesar de todo lo que sucedía alrededor, este era un espacio solo nuestro. Mientras hablábamos de cualquier cosa, de cosas simples, nuestras manos volvieron a encontrarse de manera natural.

Al principio fue un roce suave, como si ambos quisiéramos asegurarnos de que el contacto fuera mutuo. Pero luego, poco a poco, nuestras manos se entrelazaron bajo la mesa, como si fuera lo más natural del mundo. No necesitábamos decir nada, el simple gesto era suficiente. El calor de su mano en la mía me transmitía una calma que no había sentido en mucho tiempo.

Amor Inesperado (Arath de la Torre) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora