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En las bulliciosas calles de Konoha, dos figuras caminaban juntas: Shisui, el hermano mayor, y su pequeña hermana Yume. El calor del sol acariciaba la piel, y la vitalidad del pueblo envolvía a Yume como un abrazo cálido. Sus ojos brillaban con la emoción de descubrir cada rincón, cada sonido y cada aroma. No solía salir de la zona del clan Uchiha, y la novedad de la aldea era como un torbellino de sensaciones que aceleraban su pequeño corazón.

Los ojos de Yume, grandes y llenos de vida, se deslizaban por los rostros sonrientes de los aldeanos, capturando las risas de los niños que corrían despreocupados. Era un mundo que apenas conocía, y cada paso la alejaba más de la frialdad y el silencio de su hogar. Pero, en su efervescencia, su atención comenzó a dispersarse. Un momento después, el destino la golpeó de frente, y en un parpadeo, se encontró en el suelo, la sorpresa aún reflejada en su rostro.

-¡Yume! -la voz de Shisui resonó con preocupación, su tono lleno de urgencia. Su cuerpo se tensó al ver a su hermana pequeña en el suelo, y una chispa de miedo encendió sus ojos. No podía permitirse volver a casa con su hermana herida; ya conocía demasiado bien la severidad de sus padres.

Yume, sin embargo, no parecía preocupada por el dolor. Mientras se frotaba suavemente las rodillas raspadas, su atención estaba en otro lugar. Delante de ella, un niño de cabello rubio y ojos tan azules como el cielo se encontraba también en el suelo, inmóvil. Lágrimas cristalinas brotaban de sus ojos y rodaban por sus mejillas sonrojadas.

El corazón de Yume se apretó con una mezcla de compasión y ternura. Sin pensar en su propio dolor, se inclinó hacia él, como si fuera lo más natural del mundo. Con delicadeza, limpió las lágrimas que surcaban el rostro del niño, sus dedos pequeños moviéndose con la suavidad de un pétalo.

-Tranquilo, todo estará bien -susurró, su voz tan suave como una caricia, llena de una inocente calidez que envolvía al pequeño. Su sonrisa, serena y luminosa, parecía borrar la tristeza del niño, cuyas sollozos poco a poco se apagaban.

Shisui observaba la escena, congelado por el asombro y la admiración. Su hermana, aunque aún pequeña y sensible, era capaz de mostrar una compasión que iba más allá de su propia fragilidad. Allí estaba, enfocada en consolar a otro niño, como si ella misma no hubiera sentido el golpe.

-Soy Yume -dijo la pequeña con una sonrisa luminosa, sus ojos buscando los del niño-. ¿Cuál es tu nombre?

El niño sorbió por la nariz, su rostro aún tierno por el llanto, y su voz salió temblorosa.

-Soy... Naruto... Uzumaki.

El nombre encendió una chispa de reconocimiento en Yume. Había escuchado las voces de los adultos hablar de él, siempre en susurros, como si fuera un secreto incómodo. Pero ahora, frente a ella, Naruto no era más que un niño, tan vulnerable como ella. Extendió una mano firme hacia él, sin dudarlo.

-Ven, mi hermano y yo íbamos a comer -le dijo con la misma sonrisa brillante de antes, como si esa pequeña invitación pudiera cambiar el mundo.

Naruto, con una sonrisa tímida y cargada de esperanza, tomó su mano. Juntos, los tres caminaron hacia un pequeño puesto de ramen, mientras Shisui seguía observando a su hermana con una mezcla de orgullo y ternura. En ese instante, el mundo se sentía perfecto.

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Esa noche, los gritos resonaban por toda la zona Uchiha. La voz de sus padres llenaba la casa con furia y reproches, mientras Shisui soportaba el peso de su descontento. Las palabras eran como cuchillos afilados que rasgaban el aire.

-¡¿Cómo permites que se relacione con ese monstruo?! -gritó su padre, con la vena del cuello hinchada por la ira.

El conflicto había comenzado cuando los aldeanos los vieron junto a Naruto, el portador del Kyūbi. La rabia de sus padres, el miedo a ser asociados con el jinchūriki, era palpable. Mientras tanto, Yume estaba encerrada en su cuarto, observando la luna a través de la ventana, intentando evadir los gritos que traspasaban las paredes.

-Luna... ¿tú crees que él es un monstruo? -murmuró en voz baja, su pequeño rostro reflejado en la ventana-. Yo creo que no. Solo es un niño, igual que yo.

Una sonrisa sincera, pequeña pero auténtica, se dibujó en sus labios mientras la luna la observaba en silencio. Sin embargo, los gritos en la habitación de al lado se intensificaron, culminando en el eco de una bofetada que hizo temblar el aire. Los ojos de Yume se llenaron de rabia contenida. Odiaba ver a su hermano sufrir por decisiones que no podía controlar.

-No soy una muñeca para que jueguen conmigo... -susurró con el ceño fruncido, sus pequeñas manos apretadas en puños. A pesar de su enojo, sabía que sus padres jamás escucharían sus deseos.

Con un suspiro pesado, Yume se acomodó en su futón. Cerró los ojos, ignorando el eco de la discusión que aún vibraba en las paredes. De repente, una figura apareció en la penumbra de su cuarto, una mujer con una sonrisa pacífica y amorosa. Se inclinó suavemente y dejó un beso en la frente de Yume antes de desvanecerse.

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El eco de ese recuerdo aún resonaba en su mente, pero empezaba a desvanecerse, como una melodía que se apaga con el tiempo.

-Te recuerdo, Naruto... espero que tú también me recuerdes -susurró, ahora con su voz más profunda y resonante, impregnada de una melancolía que la acompañaba desde su transformación.

Ahora, bajo la luz de la luna, su forma lobuna se movía con agilidad, mientras su mente viajaba a aquel día en Konoha, donde por primera vez sintió que podía ser ella misma. Las estrellas brillaban en el cielo, como si también ellas recordaran ese encuentro. La luna, eterna y vigilante, iluminaba su camino mientras Yume se preparaba para cumplir su misión, llevando consigo la esencia de aquel vínculo, una conexión que perduraría más allá del tiempo y la distancia.

MoonligthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora