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¿Qué es este lugar?

La joven observaba a su alrededor, embelesada. Hace un momento, habían estado caminando en el mundo humano, rodeados de ruido y confusión; ahora, se encontraba en un círculo de rocas que la había transportado a un lugar completamente diferente.

El mundo que la rodeaba era un bosque interminable, donde árboles gigantes se erguían como colosos. Sus troncos, cubiertos de musgo esponjoso y enredaderas que parecían serpientes de jade, creaban un entorno casi onírico. Las hojas, en tonos vibrantes de azul y violeta, brillaban bajo la luz de una luna llena que, sorprendentemente, iluminaba el paisaje en plena mañana. Era un fenómeno extraño, pero también mágico; cada destello de la luna resonaba en su corazón, llenándola de asombro.

—Bienvenida a nuestro hogar, el mundo de los Solitarios —dijo Yuki, una loba blanca de ojos azules. Su voz era melodiosa, y su sonrisa, un faro de calidez en medio de lo desconocido.

Mientras caminaban, el ambiente se llenaba de sonidos hipnóticos: el canto lejano de las lechuzas, el suave susurro de los grillos, y el aleteo de murciélagos que danzaban en la penumbra. Cada sonido parecía un eco del alma del bosque, envolviendo a Yume en una serenidad desconocida, una paz que le resultaba ajena tras años de angustia.

—¿A dónde vamos? —preguntó, mirando a la loba con curiosidad, una mezcla de incertidumbre y expectativa vibrando en su voz.

Raijin, el lobo macho de pelaje blanco con manchas negras, respondió con una voz profunda y resonante:

—Vas a conocer a los altos mandos.

Su tono era directo, y Yume sintió un escalofrío de anticipación recorrer su espalda. Al observar a Yuki, notó que su calidez era un bálsamo en medio de la incertidumbre. La loba, con su manto blanco como la nieve, era un recordatorio de la pureza en un mundo lleno de sombras.

Continuaron su camino, y pronto llegaron a un prado que se conectaba a una imponente montaña con varias cuevas. Allí, en un risco, un gran lobo negro y blanco los aguardaba, su figura majestuosa medía casi cinco metros de altura sobre cuatro patas. Sus ojos bicolores brillaban con una intensidad que capturó la atención de Yume, y sintió que su corazón latía con fuerza, como si su destino estuviera a punto de revelarse.

—Raijin, Yuki, ¿pueden explicarme por qué traen a una humana aquí? —la voz del líder mayor era grave y llena de autoridad, resonando en el aire como un trueno.

Yume sintió el miedo acechante en su pecho, un nudo en la garganta. Pero a medida que lo miraba, un extraño entendimiento se formó entre ellos, como si sus almas pudieran comunicarse sin palabras. La luz de la luna caía sobre su rostro, y algo en ella comenzó a cambiar. Su ojo izquierdo, que solía ser de un intenso negro, adquirió un matiz blanco, igual al del gran lobo.

—Eso no se ve todos los días... —murmuró el líder, sorprendido, sus ojos se ampliaron ante la revelación.

Un silencio profundo envolvió el lugar, y el semblante de Yume reflejaba una conexión que trascendía la comprensión. Ambos seres se observaron, intercambiando recuerdos y emociones, como si el tiempo se hubiera detenido. Fue entonces cuando el gran lobo habló suavemente.

—Eres tú... Han pasado muchos años, pero al fin has llegado. —su voz era profunda, resonando con una sabiduría antigua, mientras se acercaba y se agachaba para quedar frente a la joven.

Yume se acercó, sintiendo una atracción inexplicable hacia él. Al extender su mano y tocar la frente del gran lobo, cerraron los ojos, y un vínculo invisible se formó entre ellos, como si el destino mismo los hubiera tejido.

—Soy Yume Uchiha —susurró con ternura, sintiendo que finalmente pertenecía a algo.

—Soy Yin. Desde ahora, estamos conectados. Bienvenida a la manada, Yume.

Cuando Yume retiró la mano, Yin se levantó y se dirigió a su cueva, dejando a la joven con una mezcla de asombro y emoción latente. Las dudas que la habían perseguido se desvanecieron, reemplazadas por una sensación de propósito.

—¿Qué fue eso? —preguntó Yuki, curiosa, sus ojos brillando con interés.

—El destino... —respondió Yume, una sonrisa iluminando su rostro, sintiendo que algo dentro de ella despertaba.

Los lobos comenzaron a dispersarse hacia sus cuevas, mientras Yume se quedó sentada, admirando la luna llena. En su corazón, sentía una paz profunda, ajena a las tormentas que había enfrentado. Era como si la luna misma la abrazara, sus rayos acariciando su piel y llenándola de luz.

No se percató de que Yin la observaba con una mezcla de asombro y determinación, su presencia era un recordatorio de lo que había encontrado.

—Después de tantos años, la encontré... Kaguya-sama, pensé que sería un lobo... pero es una humana. ¿Por qué? —murmuró Yin, buscando respuestas en el cielo estrellado, donde las constelaciones parecían susurrarle secretos antiguos.

Una suave brisa acarició su pelaje, y una voz familiar resonó en su mente, como un eco del pasado.

—"Debes protegerla" —susurró la voz, dejando a Yin atónito. Era Kaguya, una presencia que nunca había dejado de guiarlo.

—Lo haré, señora mía —respondió, con un renovado sentido de propósito y un profundo compromiso que llenaba su ser.

Antes de regresar a su cueva, miró a Yume una vez más, consciente de que su misión apenas comenzaba. Tendría que enseñarle muchas cosas, desde los secretos del bosque hasta el poderoso jutsu Ōkami no Kage. Era un gran peso, pero sabía que ella era especial, marcada por el destino.

—Espero que ella sea la indicada... —reflexionó, mientras se adentraba en la oscuridad de su hogar, dejando atrás el brillo de la luna, un símbolo de las nuevas oportunidades que se desplegaban ante ellos.

MoonligthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora