Hestia

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Caminamos hacia el comedor donde una hermosa cena nos esperaba. Hestia, sentada en el tope de la mesa, nos invito a sentarnos con una sonrisa.

–Siéntate al lado de Perseo.– pidió –Miriam, tráele una silla al bebé.

Añadió la diosa sonriendo.

–¿Llego tarde?

Pregunto una voz alegre. Al reconocer la voz miré hacía su punto de procedencia. Allí Hermes observó la situación con curiosidad. Aunque pronto su sonrisa se asomó en forma de saludo.

–Hola Hermes, ellos son nuestros invitados estrellas.

Nos presento de forma rápida.

–¿Puedo cargarlo?

Preguntó acercándose. Respondí con un leve asentimiento. El dios lo levantó con suavidad. Al sentir su pecho, Deo, se aferro a su ropa con su pequeña manita.

–Necesito un bebé.

Aseguró casi llorando por la ternura.

–Aaaw, yo también quiero.

Habló la mujer levantándose. Con rapidez se acercó a su sobrino y le arrebato con suavidad al niño. Al tenerlo en brazos le hizo leves cosquillas con la yema de sus dedos.

–Pobre niño.

Murmuró Perseo.

–Sí...

Correspondí sus palabras dedicándole una alegre sonrisa que el semidios correspondió con un leve sonrojo. Nuestra conversación fue continuada con preguntas que eran respondidas brevemente. El fin d ela misma llego con la entrada de las sirvientas con hermosos platillos repletos de elegancia y sabor.

–Buen provecho.

Habló la diosa dando inicio a nuestra tranquila cena.

–¿De donde vienes Calix?

Pregunto Hermes.

–Mi madre era de Esparta y mi padre de Delfos, donde me crié.

Respondí levemente. Recordar a aquél hombre que no dudo en venderme para sanar sus incontables pecados me trae muy malos recuerdos.

–Delfos es una ciudad hermosa. De hecho allí hay un oraculo atribuido a Apolo.

Añadió.

–Sí...

Murmuré.

–¿Cómo llegaste aquí?

Pregunto la diosa. La mirada seria de Perseo inmediatamente se concentro en la mujer. La misma analizó sus palabras. Pronto su rostro se torno rojo y se apresuró a disculparse por la pregunta.

–Mi padre me vendió a cambio de que sus pecados fueran perdonados.

Explique con simpleza.

–Nunca comprenderé como pueden existir personas tan crueles.

Se limito a decir la mujer. Perseo golpeó levemente mi brazo confundiendo mi ser.

–No estas solo...

Murmuró con frialdad. Así que intentaba consolarme, que tierno.

–Su majestad, he llegado.

Informó Eris entrando al lugar. Con rapidez realizo una reverencia y se acomodó al lado de Hermes, justo como la diosa le había indicado. La cena continuo sin más interrupciones a excepción de la luz de la luna que se colaba entre las perfectamente construidas columnas de mármol.  La paz en el lugar era enorme. Aunque el inoportuno llanto de Deo hizo que volviera a la realidad.

–Sera mejor que me vaya– informé levantándome –Ya es su hora de dormir.

Añadí. Los presentes asistieron levemente despidiéndose en el acto. En la habitación recosté al niño y me cambie.

–Te dije que jamás podrías escapar de mi.

Escuche a mis espaldas. Para mi suerte al voltear no había nada. Con el corazón a mil me senté en la cama tocando mi frente con preocupación. ¿Qué va a ser de mi si me encuentra? ¿Qué va a ser de mi príncipe? No puedo permitir eso. Este lugar es mi único refugio.

–Eres mío...

Volví a escuchar. Con fuerza cubrí mis oídos en busca de que todo desapareciera. Aunque su voz retumbaba en mi cabeza. No había forma de borrarla.

–¡Detente!

Exclame asustado. Cualquier sonido se esfumó. Dejando un indudable silencio abrumador. Y de repente la habitación se agrando, solo éramos Deo, que observaba la situación curioso, y yo en este mundo tan grande. Cuando me volví tan insignificante. Con la respiración agitada me recuesto en la cama y me aferro a las sábanas blancas esperando ansioso un nuevo día.

La Obsesión de los Dioses...κύλιξ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora