Olimpo

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–Calix, mi pequeño tesoro, acércate

Pidió.

–Dígame Padre

Respondí con dulzura arrodillandome ante él.

–Te irás con ellos.

Informó cortante señalando a dos hombres de apariencia fantástica.

–¿Qué?

Pregunté sorprendido.

–Cariño, de ahora en adelante servirás a la mismísima diosa Hera.

Explicó con emoción.

–Pero... yo no quiero irme de tu lado.

Pedí entre lágrimas.

–Ya la decisión fue tomada, te irás con ellos

Anunció.

–Padre, perdóname si te he ofendido

Rogué de rodillas, pero, fue en vano.

Mi padre siquiera se dignó en mirarme. Aquellos hombres me arrastraron a un carruaje ignorando mis constantes súplicas. Me encerraron entre esas cuatro paredes sin escape. Y poco a poco el vehículo empezó a moverse. El camino se me hizo eterno, cada hueco me recordaba que ese sería mi triste final de mi vida. Solo me quedaba rogar por que todo fuera una broma por mi cumpleaños o algo así. Sabía que no era así, ya que, mi cumpleaños había sido hace ya varios meses.

...

Siquiera sabía cuánto tiempo había pasado. Quizás un día, quizás dos. Solo sé que al abrir la puerta había llegado a un lugar hermoso. Un lugar en el que cualquier anciano quisiera morir, a diferencia de mi. Este lugar estaba lleno de templos que eran cubridos por la niebla. Y una hermosa escalera que me mostraba la entrada, en la cual una figura femenina me esperaba.

–¿Este es Calix Triantafyllou?

Pregunto la mujer mirándome de arriba abajo. Haciendo que mi ansiedad aumentarán.

–Sí.

Respondió uno de los hombres.

–El único que faltaba.

Informó la señora agarrando mi mentón. En ese momento pude notar que había varios chicos y chicas, unos alegres y otros tristes. Yo no era el único.

–Él es el más lindo.

Aseguró el guardia.

–Tienes razón – respondió volviendo a escanear mi cuerpo – Mi nombre es Electra Athanas. Para ustedes, Señora Electra o Señora Athanas. Como gusten, siempre y cuando me traten de usted. Ahora síganme, la diosa Hera los espera con ansías

Informó.

...

–Su majestad, aquí están los nuevos sirvientes.

Informó la señora. Al levantar levente la mirada el rostro serio de una hermosa mujer rubia me esperaba.

–Todos son muy lindos

Dijo una de las jovencitas que se encontraba al lado de la diosa.

–Hebe...

Murmuró la dama levantándose.

–Mi hermana tiene razón.

Aseguró la otra.

–Perdonen su confianza, ella son mis hijas Ilitía y Hebe

Dijo la mujer. Para verse así de seria era un mujer muy amable y respetuosa. Aunque sus aires de grandeza salían a flote sin esfuerzo alguno.

–Si Ares o papá los ven se volverán locos.

Murmuró la segunda.

–¿De qué hablan?.

Pregunto un hombre joven y muy apuesto.

–Ares, no sabíamos de tu visita.

Respondió la llamada Ilitía. La diosa lo saludo con una leve reverencia la cual él respondió. Tras esto se posiciono al lado de sus hermanas y allí permaneció.

–Bienvenidos al Olimpo, sé que muchos fueron alejados por la fuerza de sus familias, pero espero que se acostumbren a servirme. En este lugar hay tres simples reglas que deben cumplirse al pie de la letra. Primero, ninguno debe tratar con mi esposo, no pueden verlo ni hablarle. Segundo, no se acerquen a mis hijos al menos que yo lo ordené. Y por último, no le servirán a nadie más, al menos que yo lo permita, ¿entendido?

Preguntó.

–Sí

Respondimos la unísono con la cabeza aún agachada.

–¿No pensabas presentarme a estas bellezas?

Pregunto el chico.

–Ares, ¿no crees que ya tienes demasiadas amantes? –pregunto –Además, ¿no escuchaste la segunda regla?

Añadio Hebe.

–Uno más no haría daño–

Argumentó.

–¿No te basta con Afrodita?

Pregunto la otra con un tono despectivo.

–¿Qué dijiste?

Pregunto enojado.

–Ares... compórtate –

Pidió la mujer.

–Madre

Se quejó.

–Ustedes... ¡vayan a trabajar!

Ordenó enojada. Obedeciendo sus órdenes caminamos hasta nuestras habitaciones. Allí la señora Electra nos explicó todo y nos dejó para que pudiéramos descansar en paz.

–Ares es justo como en las leyendas.

Dijo una de las chicas.

–Sí, es muy guapo

Siguió otra.

–No puedo esperar para ver al dios Apolo.

Añadió.

–O Hermes.

Añadí. Desde chico mi madre me había hablado de ese alegre dios que volaba sobre Grecia.

–¿Hermes?

Preguntaron al unísono mirándome raro.

–No lo miren así, Hermes es genial.

Me acompaño otro chico.

–Hermes es un dios muy infantil. Solo a un niño de cinco años le podría gustar

Respondió la primera chica y se alejó mirándonos con asco.

–No le hagas caso, ella es Dalia, mi hermana.

Informó.

–¿Y tú eres?

Pregunté.

–Damián.

Respondió el chico de cabellos pelirrojos y pecas. Además de unos hermosos ojos verdes.

–Yo soy Calix.

Informé.

–Un gusto Calix, creo que seremos muy grandes amigos.

Añadió con una tierna sonrisa de oreja a oreja.

–Eso espero.

Murmuré correspondiendo la sonrisa.

–¿Y a mí? ¿No me piensas presentar?

Pregunto una mujer de cabellos negros y ojos azules. Muy linda a decir verdad.

–Ella es mi mejor amiga Cora.

Informó.

–Un gusto.

Respondí besando su mano.

–Ya me cae bien.

Dijo mirándome con picardia.

La Obsesión de los Dioses...κύλιξ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora