Capitulo 4: recuerdos fugaces

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El día que visité a mi madre en el asilo, todo parecía diferente, como si el tiempo hubiera decidido girar en una dirección inesperada

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El día que visité a mi madre en el asilo, todo parecía diferente, como si el tiempo hubiera decidido girar en una dirección inesperada. Habían pasado cuatro meses desde mi accidente, y aunque ella había logrado ir a verme, la vida seguía su curso con cambios que no podía controlar.

Al entrar en la sala de estar del asilo, la luz del sol se filtraba suavemente a través de las cortinas. El ambiente era tranquilo, pero una sensación de tristeza flotaba en el aire. Busqué a mi madre entre las sillas y mesas, hasta que finalmente la vi sentada cerca de la ventana, mirando hacia el jardín en silencio.

—Mamá. —llamé con voz suave.

Ella se volvió hacia mí, sus ojos reflejando una mezcla de confusión y sorpresa. —¿Quién eres? —preguntó con un tono tembloroso.

El nudo en mi estómago se apretó. —Soy Elena, tu hija —le respondí con una mezcla de esperanza y temor. —He venido a verte.

Por un breve instante, un destello de reconocimiento iluminó su rostro, pero se desvaneció rápidamente. —Elena... —murmuró, como si intentara recordar algo perdido.

—Sí, mamá. —insistí. —Te he extrañado mucho estos últimos meses.

Ella sonrió débilmente, pero el brillo en sus ojos era tenue. —¿Dónde has estado? —preguntó con un hilo de preocupación.

La tristeza me invadió al escuchar su pregunta. Sabía que no podía explicarle todo lo que había pasado en mi vida desde la última vez que nos vimos. —He estado aquí y allá. —le respondí evasivamente. —Pero lo más importante es que estoy aquí ahora.

Los recuerdos de los días felices que compartimos parecían tan lejanos. La mudanza de Alex y su familia, dejó un vacío que ni siquiera yo sabía cómo llenar. —No he sabido mucho de Alex últimamente. —le mencioné con una sonrisa triste—. Se mudaron... quizás podamos hablar de eso más tarde.

Ella asintió lentamente, como si comprendiera algo más allá de las palabras. —A veces siento que me pierdo... como si no supiera dónde estoy, —confesó.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al escuchar su dolorosa verdad. —Estás aquí conmigo. —le dije, mientras tomaba su mano entre las mías. Su piel era suave y cálidas; el contacto me reconfortó un poco.

—Recuerdas cuando íbamos a la playa? El sonido del mar... los castillos de arena? —pregunté, buscando algún hilo de conexión.

Su mirada se iluminó brevemente al mencionar esos momentos felices. —Sí... me gusta el mar. —dijo en un susurro, como si esas palabras fueran lo único que realmente recordaba.

Mientras pasábamos el tiempo juntas hablando sobre recuerdos vagos y risas compartidas, me di cuenta de que cada visita era una oportunidad para conectarnos en algún nivel profundo, incluso cuando las palabras no llegaban como antes.

Aunque sabía que no podía cambiar lo que había sucedido ni borrar los momentos perdidos por el Alzheimer; sí podía hacerle sentir mi amor incondicional y apoyo en este presente incierto.

—Estaré aquí para ti mamá, lo prometo. —Le dije con sinceridad mientras ella sonreía otra vez.

Y así continuamos compartiendo esos momentos fugaces donde el amor y la conexión superaban las barreras del olvido; dos almas buscando consuelo en medio del caos del tiempo perdido.

Finalmente me estaba en la casa de mis tíos con la esperanza de encontrar un refugio, un lugar donde pudiera respirar y ser yo misma. Sin embargo, cada segundo en esa casa era una pesadilla. Las paredes parecían cerrarse sobre mi, y el aire se tornaba denso con el juicio implícito de mi tío. A pesar de mi amabilidad forzada, sentía que nunca sería parte de su mundo.

Cada mañana, me despertaba en una casa decorada con fotos de una familia a la que no pertenecía. Las sonrisas en las imágenes me miraban con desaprobación. ¿Cómo podía ser que el mismo hogar que había sido un refugio para mis primos se convirtiera en mi prisión? Aún me faltaban unos meses para cumplir 18, pero cada día me sentía más atrapada.

Las cenas eran el peor momento del día. Mi tío hablaba de cosas triviales, mientras yo me sumía en mis pensamientos. A veces, deseaba poder gritarles que no me importaba su vida perfecta, que no quería seguir siendo la sobrina problemática. Pero en lugar de eso, tragaba mis palabras y sonreía, como si todo estuviera bien.

Una noche, mientras todos dormían, decidí salir a fumarme un cigarrillo. La luna iluminaba el cielo con su luz plateada y las estrellas brillaban como promesas distantes. Me senté en una silla y dejé que el viento acariciara mi rostro. En ese momento, sentí una chispa de libertad.

My Secret Dies with YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora