•2003•
Lecciones CompartidasEl sol comenzaba a ponerse sobre el dojo que Usagi y Leonardo habían convertido en su hogar temporal, mientras cuidaban de Jotaro. El pequeño conejo, con la energía y curiosidad que solo los jóvenes podían tener, practicaba sus movimientos con una katana de madera bajo la mirada atenta de sus dos padres adoptivos.
—¡Así es, Jotaro! Mantén tu postura firme —dijo Leonardo, con una sonrisa de aprobación mientras observaba a Jotaro ejecutar un corte limpio.
Usagi, sentado en silencio junto a Leonardo, asintió con serenidad. Aunque era menos vocal en sus correcciones, su presencia tranquila ofrecía el balance perfecto a la instrucción más directa de Leonardo.
—Tu movimiento es bueno, Jotaro, pero recuerda siempre la calma en tu corazón. No solo es cuestión de fuerza, sino de control —añadió Usagi en su tono suave y calmado.
Jotaro se detuvo por un momento, tomando aire profundamente para calmar su emoción, y luego intentó el movimiento de nuevo. Esta vez, más equilibrado, más fluido.
—¡Lo logré! —exclamó con una sonrisa orgullosa.
Leonardo sonrió ampliamente, su corazón se llenó de una calidez que no esperaba sentir tan profundamente. Había entrenado a sus propios hermanos durante años, pero ser una figura paterna para Jotaro le despertaba algo diferente, algo más protector.
—Lo hiciste excelente, Jotaro. Cada día mejoras más —le dijo Leonardo, colocando una mano en su hombro.
Usagi también sonrió, su mirada llena de orgullo y ternura al ver el progreso de su joven aprendiz.
—Has trabajado duro, hijo. Estoy muy orgulloso de ti —agregó Usagi, sus palabras cargadas de una calidez que Jotaro valoraba enormemente.
Jotaro dejó su katana de madera a un lado y corrió hacia Usagi y Leonardo, abrazándolos a ambos con fuerza. El pequeño conejo siempre había sido afectuoso, y para él, contar con la sabiduría de Usagi y la guía protectora de Leonardo era todo lo que necesitaba para sentirse seguro.
—¡Gracias, papá! —dijo, mirando a Usagi—. ¡Gracias, señor Leo!
Leonardo soltó una suave carcajada, envolviendo a Jotaro en un abrazo protector. —De nada, Jotaro. Siempre estaremos aquí para ayudarte.
—Exactamente —dijo Usagi, devolviéndole el abrazo a su hijo—. Y recuerda, lo más importante es ser siempre fiel a ti mismo. La fuerza física es importante, pero el honor y la sabiduría lo son más.
Jotaro asintió, entendiendo el valor de las palabras de su padre. —Lo recordaré, papá.
La tarde avanzaba, y los tres decidieron tomarse un descanso. Se sentaron juntos bajo un cerezo cercano, disfrutando de la tranquilidad de la naturaleza, con Jotaro sentado entre los dos, hablando animadamente sobre sus sueños de ser un guerrero honorable, como lo eran Usagi y Leonardo.
—Quiero ser tan fuerte y sabio como ustedes —dijo Jotaro, con los ojos llenos de determinación.
Leonardo intercambió una mirada con Usagi, compartiendo una sonrisa silenciosa. Aunque venían de mundos diferentes, se habían convertido en una familia, una familia que no necesitaba sangre para formar lazos irrompibles.
—Y lo serás, Jotaro —dijo Leonardo, mirando al joven conejo con orgullo—. Solo sigue entrenando, escucha a tu padre, y nunca pierdas de vista lo que es importante.
Jotaro los miró a ambos, sintiéndose agradecido y afortunado por tener a dos grandes figuras en su vida. Sabía que, con ellos a su lado, podría lograr cualquier cosa.
Con el sol escondiéndose detrás de las montañas y el viento susurrando suavemente a través de los árboles, los tres se quedaron allí, disfrutando de un momento de paz. No había villanos, no había amenazas, solo el simple pero poderoso vínculo que compartían como familia.
Y en ese instante, Leonardo supo que, aunque el camino de un guerrero era largo y a menudo peligroso, criar a Jotaro con Usagi a su lado era una de las misiones más importantes y gratificantes de su vida.