Trampa para mí

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El desayuno fue silencioso. Casi no me llevé bocado al estómago, este prefería estrangularse y retorcerse sobre sí mismo a dejarme espacio para meter algo de comida. 

No levantaba la vista de mi plato sin tocar y estaba callada, más callada que nunca. No era una persona habladora, pero con Sato podía liberarme, me sentía bien, por eso notó de inmediato que algo no iba bien. 

-¿Tu pierna está bien? -preguntó. Cualquiera pensaría que solo mis piernas podían ponerme de un humor tan apagado. Incluso yo lo pensaría, si no fuera por el golpe de culpa que sentía al ver su magullado rostro, me quedaba sin aire por culpa de ese inexistente impacto. 

-Está todo bien -respondí arisca. Era el tono que solía usar con el resto de personas, con aquellos que no merecían mi tiempo y atención. 

-Arkadia... -suspiró y eso le hizo agarrarse las costillas entre muecas de dolor. 

-No hables -imploré. 

Me devolvió la mirada, con esos insondables ojos grises, tan oscuros que podían confundirse con la misma nada. Asintió, era su forma de desechar la conversación pendiente que nunca se daría. Esas disculpas que le debía, esas que nunca pronunciaría. 

Me sentí aliviada. No era buena expresando mi propio dolor, menos aún cuando tenía que ver con otra persona. Mi madre había sido la enseñanza perfecta: se podía amar algo que dolía eternamente. Yo la adoraba, lo mismo que adoraba tenerla lejos. Así no podía herirme. 

Sin embargo, Sato había sido un caso particular. Sus padres lo habían repudiado y se había visto obligado a sobrevivir. Nos conocimos en las calles y entramos en la banda de Garo juntos. No nos habíamos separado desde entonces. 

Me gustaba su presencia, era fácil estar con él. No había expectativas y comprendía lo que era que te abandonaran. Su padre, un fuel, había sentido vergüenza al ver que su hijo mestizo era incapaz de cambiar su cuerpo, solo podía modificar el humo. Pero eso no bastaba en la casa de un fuel en los Bajos Fuegos. 

Mi cariño hacía él había crecido sin yo darme cuenta, junto con un sentimiento de seguridad. Sato nunca volvía herido, nunca hacía nada que no debiera, nunca se marcharía de Cavana. Esa falsa ilusión de permanencia, de quietud, se había asentado en mi corazón. En ese momento, viendo como le costaba comer por su labio partido, lamenté el vínculo. 


Era extraño estar instalándome en un camarote después de haber pasado cuatro años en la misma habitación. Pero era todavía peor tener que dormir en el mismo lugar que Sato. 

Si la culpa no me oprimiera los pulmones cada vez que le miraba, estaría siendo sarcástica y molestándole para que me respondiera con gruñidos. No podía. Él estaba así por mí. 

Había interferido demasiado en su vida y adoraba ver que la sensación de cercanía era mutua, y temía en misma medida lo vulnerables que eso nos hacía a ambos. 

-Subid ahora a la cubierta, el jefe quiere tener una reunión informativa. 

En otra ocasión me hubiera reído del tono de Garo y su forma de referirse al príncipe, pero en ese momento, me sentí tan apagada, tan desconectada. 

Sato y yo obedecimos de inmediato, siguiendo a nuestro líder por los pasillos del barco. No debía estar muy enfadado con Sato, ya que nos había puesto en una de las mejores habitaciones disponibles y seguíamos siendo sus guardaespaldas. 

El suelo húmedo estaba cubierto de mercenarios sentados, solo quedaban un par de piratas, responsables de tareas de navegación más específicas. 

El príncipe esperaba cerca del timón, aprovechando la altura para demostrarnos dónde nos encontrábamos en su jerarquía. Los mercenarios no hacían comentarios porque era el que pagaba, pero no lo respetaban. Así no se hacían las cosas entre luchadores.

Tres HilosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora