Ella

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Vi el primer cuchillo lanzado, directo a la cabeza de Bencimo. Contraataqué con uno mío, haciendo que chocaran y cayeran ambos al mullido suelo en un ruido sordo. 

El capitán de los piratas observó con ojos como platos como ambas armas yacían a su lado, una destinada a condenarlo y la otra manifestada para salvarlo. 

Hubo otro ataque, otro rechazo. Ya estaba en pie, buscando algún hueco en su formación para poder ascender, para incordiarlas desde la cercanía y mermar su puntería. No había, eran demasiadas. 

Garo pateó las hojas abandonadas en el musgo, que se deslizaron a regañadientes hacia mí. Las recuperé y las enfundé. 

Sato parecía recuperado, con un cigarrillo encendido entre los labios, formando un escucho con el humo que expulsaba. El pirata había desenvainado su espada y repelía los proyectiles filosos de ese lado. 

Manteníamos el ritmo, desviando sus lanzamientos. No parecía que fueran a bajar, por lo que de momento estábamos seguros en tierra, rezando para que no tuvieran un suministro infinito de cosas afiladas que aventarnos. 

Al ver que el grupo se organizaba y las defensas se estabilizaban gracias a la intuición de los que estábamos ahí, Bencimo decidió que la mercancía valía mucho más que la vida del príncipe, en ese momento defendido por su guardia. Se unió a Sato y al pirata en su defensa, pero no aportó nada. 

Sato ya estaba completamente preparado, con un escudo de humo que fluía al rededor de las armas y con su gran arco disparando certeras flechas que obligaban a las sheches a esconderse.

Al contrario que nosotros, ellas parecían ignorar el saco en el suelo. Lanzaban a matar, directo a nuestras cabezas y corazones. No era un juego, tampoco una advertencia. Su objetivo era claro a ojos de cualquiera y ese era acabar con nosotros. 

Garo me miró, los dos habíamos hecho el mismo análisis de la situación. Le dijo algo a Sato, una orden que no alcanzó mis oídos. Por primera vez, me preocupé de algo que no me concernía en absoluto. 

El jefe volvió a llamar mi atención y me indicó con gestos rápidos su plan. Retirada, huíamos. 

Asentí, me encargaría de dividirlas. Había comprobado que era capaz de mantener una carrera en las alturas si nos cruzábamos con algún claro que me proporcionara ventaja. 

Garo dio la señal y todos comenzaron a correr, el pirata y Bencimo cargando sobre sus hombros lo que tan caro nos iba a costar. 

Salté al primer árbol que vi disponible, esquivando una daga de milagro. Me giré para confirmar la trayectoria elegida. 

¿Por qué Sato seguía ahí? ¿Por qué no huía?

Había concentrado su humo alrededor de su cuerpo, haciendo que fluyera como bruma condensada, en ríos de plata líquida, cubriendo todo su cuerpo como una armadura. 

Mantuvo su arco y sus flechas, nunca había sido muy bueno luchando cuerpo a cuerpo con gente de su mismo tamaño. A pesar de las apariencias, sus genes fuel volvían su cuerpo más ligero. Daba igual lo mucho que entrenara, sus músculos estaban diseñados para volverse humo, no para crecer. Aunque estos parecían haberse olvidado de desarrollar esa función como debían. Si lo hubiera logrado...

Si lo hubiera logrado no lo hubiera conocido, no estaría allí ese día, a punto de sacrificarse por gente que no conocía su historia ni se interesaba en conocerla. De sacrificarse bajo las órdenes del hombre que le había apaleado hasta partirle el labio. Por mí. 

No me gustaba tomar decisiones vitales, perturbaban mi vida tranquila. Sin embargo, eso no se sintió como si lo hubiera considerado si quiera. Mi cuerpo, mi corazón, mis sentidos se coordinaron para elegir la siguiente rama y usarla para impulsarme, para volver al lado de Sato. 

Tres HilosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora