Sentía su mano presionando mi brazo, obligando a mi cuerpo a permanecer quieto, pegado al mástil grueso que sustentaba la cofa.
Kahalad no comprendía que si seguía, probablemente me rompería el brazo. En sus ojos vi furia, pero nada de asco. La gente solía combinar ambas emociones cuando descubrían que había jugado con ellos. Me convertían en una intrusa y me culpaban de sus descuidos.
En este caso el descuido era mío, había olvidado que la mente de este ser no parecía funcionar como las otras.
Demonio.
La palabra rebotó en mi cráneo, creando una cacofonía más emocional que auditiva, pero capaz de embotar mis sentidos junto con el dolor del brazo. El cuchillo en el cuello a penas suponía una amenaza.
-Nada -respondí en un susurro.
-Mientes.
-Solo te preguntaba -traté de distraerlo mientras mi mano se deslizaba hacia mi cinturón. Amarillo podría noquearlo, el mayor problema sería lograr que el líquido llegara a su boca.
-Me has hecho algo, algo que me ha hecho hablar.
-Pensaba que nos estábamos haciendo amigos.
-Sí, claro. Por eso me he puesto a confesar nuestros secretos -de nuevo la frase pareció contrariarlo-. No sé cómo lo has hecho, pero me molesta y fascina a la vez.
Mi mano se quedó quieta. ¿Le fascinaba?
Retiró el cuchillo de mi cuello y lo clavó en el mástil, justo por encima de mi cabeza. Usó la mano libre para agarrar la mía, a mitad de camino del estuche. Agarró unas esposas de uno de sus bolsillos y me miró.
-¿Vas a resistirte?
-¿Me las vas a poner igual?
-Sí -sus cejas se juntaron-. Qué poco me gusta ser sincero -exclamó mientras enganchaba mis muñecas y aseguraba mis brazos pasando la cadena por encima del cuchillo clavado.
Sus manos viajaron a mi cinturón.
-Me sorprende que no te retuerzas.
-No tiene sentido luchar en estos casos, no para mí. Cogerás lo que quieres y me dejarás.
-Y si quiero más que estos botecitos -su dedo acarició el espacio de piel que había sobre el pantalón, liberado por la posición de mis brazos. Me estremecí ante su insinuación-. Veo que eso no te gusta, pequeño demonio.
Demonio.
Esa estúpida palabra de nuevo. Pensaba que eran ellos, los drapeadores pura sangre y sus supersticiones, la constante comparación con mi madre. Sin embargo, para el resto del mundo también lucía como una criatura a la que despreciar.
-Tu semblante se ha oscurecido más con esa palabra que con la insinuación de utilizar tu cuerpo a mi antojo.
-Ninguna me ha gustado.
-Vaya. ¿Si estoy en contacto con tu piel te paso los efectos?
- No -sonreí ante el intento de deducción-. No veo porque debería mentir sobre algo que ya he hecho evidente.
-Eres guapa cuando sonríes, te ves menos tétrica -de nuevo esa confusión en su mirada-. Ignoremos eso y volvamos a los secretos oscuros de los piratas, no me gusta que sepas que me pareces guapa.
-¿Prefieres que sepa que Bencimo tiene intenciones ocultas?
-Claro, si usas demasiado tu atractivo, podría decírtelo igual. Y sin venenos de por medio -una mueca divertida apareció en su cara-. Veo que el efecto se está pasando.
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Tres Hilos
FantasyArkadia ha estado siempre sola, casi sola si contamos con sus encuentros con Sato. Apartada de su propio pueblo por su apariencia y viéndose obligada a refugiarse entre las peores compañías, a convertirse en ellas. Siendo mercenaria se vio envuelta...