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En la mágica ciudad de San Carlos de Bariloche, donde las montañas se reflejan en el lago, Griselda y su hijo Margarito disfrutaban de una vida tranquila. Griselda, una madre soltera, siempre había estado a su lado, apoyándolo en sus sueños y pasiones. Margarito, de 20 años, era un joven sensible y talentoso, pero aún luchaba con sus inseguridades.

Una tarde, mientras paseaba por el centro de la ciudad, su mirada se cruzó con la de Julián, un chico que estaba de vacaciones. Era imposible no notar su sonrisa radiante y la energía que irradiaba. Margarito sintió un cosquilleo en el estómago; nunca había experimentado algo así. Pero en ese momento, no sabía que este encuentro cambiaría su vida para siempre.

Sus mejores amigos, Cristian y Chiara, notaron la conexión instantánea entre Margarito y Julián. Emocionados por la posibilidad de un nuevo romance, decidieron ayudarlo a acercarse a Julián.

—¡Tienes que invitarlo a la fiesta de esta noche! —dijo Chiara, entusiasmada.

—Sí, Margarito, no puedes dejarlo escapar —agregó Cristian, animándolo.

Con el corazón en la mano, Margarito decidió invitar a Julián a la fiesta. Sin embargo, había un giro inesperado: Paula, la hija de Cris Fragas, también había puesto sus ojos en Julián. Sin que ninguno de ellos lo supiera, el triángulo amoroso estaba a punto de complicarse.

Esa misma noche, la fiesta en casa de Margarito se llenó de risas y música cuando Julián llegó, su sonrisa iluminó la habitación. Margarito se sintió nervioso, pero también emocionado. Sin embargo, notó que Paula no dejaba de coquetear con Julián, lo que lo llenó de dudas.

Mientras tanto, la vida de Griselda estaba a punto de dar un vuelco inesperado. Cris Fragas, la nueva dueña de la mansión que había comprado en la ciudad, había llegado para supervisar los trabajos de remodelación. Desde el primer día, Cris mostró una actitud autoritaria y exigente, haciendo que Griselda se sintiera incómoda.

—Necesito ayuda aquí y tú, Griselda, vas a trabajar para mí en Buenos Aires —decretó Cris, sin darle espacio para negarse.

Mientras tanto, la fiesta continuaba. Margarito intentaba ignorar los constantes coqueteos de Paula hacia Julián, pero cada risa compartida entre ellos le hacía sentir como si su corazón se rompiera un poco más. Sus amigos, sin embargo, lo animaban a acercarse y hablar con Julián, a dejar de lado sus miedos.

—¡Ven! —le dijo Chiara—. ¡Ve a hablarle! Él está aquí por ti, no por Paula.

Con un profundo suspiro, Margarito se armó de valor y se acercó a Julián, quien estaba apoyado contra la barra improvisada, riendo de algo que Paula había dicho. El corazón de Margarito latía con fuerza, y justo cuando iba a abrir la boca, Paula se interpuso entre ellos.

—Julián, ¿quieres bailar? —preguntó con una sonrisa coqueta.

El joven miró a Margarito, buscando su reacción. El momento se sintió como un eterno estirón de tiempo. Finalmente, Margarito, sintiéndose herido, se dio la vuelta y salió al balcón. Necesitaba aire fresco, un momento para calmar sus pensamientos. Mientras contemplaba las estrellas y el lago, sintió que las lágrimas amenazaban con caer.

En ese instante, Griselda llegó detrás de él, preocupada.

—Margarito, ¿qué te pasa? —preguntó, abrazándolo.

Él le contó sobre Julián y Paula, sobre sus inseguridades y el miedo a perder a alguien que apenas conocía. Griselda, con su amor maternal, le recordó que a veces es necesario arriesgarse, que la vida está llena de oportunidades y que no debía dejar que el miedo lo detuviera.

—A veces, lo que más tememos puede ser lo que más necesitamos, hijo —le dijo con ternura—. Solo sé tú mismo.

Con renovada determinación, Margarito decidió volver adentro. Julián seguía en la sala, charlando y riendo. Esta vez, se acercó con confianza.

Yo soy Margarito.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora