Capitulo 3.

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Hola cómo están? Perdón por el retraso. Pero han pasado tantas cosas.

Hace poco falleció mi abuela, y no me sentido muy bien; no he podido hacer casi nada. Pero se que a ella no le gustaría que yo dejara de hacer lo que más me gusta.

Mi mamá me animó a seguir escribiendo, pues no he tenido ganas de hacerlo. Incluso casi dejo de hacerlo. Pero ella me dijo que siguiera.

Me está costando mucho, superar su muerte, pues ella era un gran apoyo para mí.

Haré lo posible para seguir actualizando. Espero que les siga gustando la historia. Y también me tengan paciencia en las actualizaciones. Pues no estoy en mi mejor momento.
Gracias.

(⚠️ discreción con este capítulo⚠️)

observo su móvil, solo faltaba poco para la hora acordada, sentía que su cabeza explotaría en cualquier momento, le había tomado meses planear todo; no debía haber margen de error

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observo su móvil, solo faltaba poco para la hora acordada, sentía que su cabeza explotaría en cualquier momento, le había tomado meses planear todo; no debía haber margen de error. Di una última calada a su cigarrillo, antes de apagarlo.  

— ¿no ha llegado a un? —Pregunto.

— no mi señor, pero ya hable con él; nos dijo que venían en camino, así que no tiene que preocuparse por nada —Comunico.

— entonces vuélvelo a llamar, y dile que se dé prisa. Cada segundo cuenta, no quiero que ese infeliz se dé cuenta. O de lo contrario lo tendré que hacer yo —Escupió fastidiado.

— no puede hacer eso mi señor, usted no debe salir afectado. Nadie tiene que saber que usted planeo todo esto —Dijo una voz detrás de él.

— es fácil decirlo, pero tú no eres el que le esta confiando su futuro a personas incompetentes, no quiero que unos fracasados arruinen, lo que me ha llevado años planear, no quiero que fallen. Por eso el no trabaja con nadie, ya lo entiendo —Musito.

— usted no es él, el solo es un egocéntrico que se cree la gran cosa; y por eso la mayoría de sus hombres lo están traicionando. Pero todos estamos con usted, confiamos en usted, y no seriamos capaces de traicionarlo —Decreto sonriente.

— sí, sí, lo que tu digas. Ahora todos a sus puestos… no se atrevan a fallarme —Señalo.

— eso sería imposible, nosotros no le fallaremos; usted no se preocupe, nos encargaremos de cumplir su meta… mi señor —Dijo ofendido, de la poca confianza del azabache.

— si tu lo dices, ahora largo de aquí. Tráiganla, necesito quitarme todo este estrés que tengo, y díganle que se dé prisa.  —Ordeno.

— lo que usted ordene. Todos afuera, el señor quiere estar solo —Mando.

Solo escucho cuando la puerta fue cerrada, llevo su mano hacia la mesa que estaba a un lado, tomando la caja de cigarros. La puerta fue abierta, haciendo que se escucharan unos pasos acercándose hacia donde estaba el. Sintiendo unas pequeñas manos detrás de él, que masajeaban en sus hombros.

Amarte es un peligro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora