El sol se ocultaba lentamente en el horizonte, pintando el cielo de tonos naranja y violeta. Ranma caminaba sin rumbo por las calles de Nerima, su mente llena de pensamientos caóticos. La conversación con Happosai lo había dejado aturdido, y cada paso que daba parecía resonar en su pecho como un eco de confusión. “¿Quién soy realmente?” se repetía en su mente. “¿Soy el chico que todos conocen o algo más?”
La revelación de que su padre había solicitado un ritual para cambiar su género lo golpeó como una ola de agua fría. ¿Por qué Genma nunca le había dicho nada? La ira y la traición hervían en su interior. Había pasado toda su vida luchando contra las consecuencias de esa decisión, y ahora se sentía como un peón en un juego que no entendía.
Al llegar al dojo, se encontró con Genma sentado en su habitual postura, aparentemente tranquilo, pero Ranma podía sentir la tensión en el aire. “¡Viejo!” gritó, su voz resonando con una mezcla de enojo y confusión. “¡Necesito hablar contigo!”
Genma alzó la vista, sorprendido por la intensidad de su tono. “¿Qué sucede, Ranma? Te ves agitado.”
“¿Agitado? ¡Es un eufemismo! ¿Por qué no me dijiste que pediste a Happosai que me cambiara? ¿Por qué me ocultaste eso?”, preguntó Ranma, su voz elevándose en un crescendo de emoción.
Genma se quedó en silencio, incapaz de encontrar palabras adecuadas para responder. La culpa se reflejaba en su rostro. “Ranma, yo... no quise que te enteraras de esta manera. Pensé que sería para tu bien.”
“¿Para mi bien? ¿Desde cuándo jugar con mi identidad es algo bueno? ¡Soy un chico! ¡Siempre he sido un chico!” gritó Ranma, sintiendo cómo la rabia lo consumía.
“Escúchame, por favor. Era diferente en ese momento. Pensé que podría ayudarte a ser más fuerte, a enfrentar las maldiciones que nos persiguen”, explicó Genma, su voz temblando con una mezcla de miedo y arrepentimiento.
“¿Ayudarme? ¿Destruir mi vida es ayudarme? No sé ni quién soy, viejo. Solo sé que cada vez que me miro al espejo, veo a alguien que no reconozco”, dijo Ranma, sus ojos llenos de lágrimas. “¡Todo esto es tu culpa!”
La tensión crecía entre ellos, y Genma, sintiéndose abrumado, tomó un respiro profundo. “Ranma, lo hice por amor. Siempre quise que fueras el mejor, que tu vida fuera más fácil. Pero nunca quise que esto te causara tanto dolor.”
“¡Pero lo ha hecho! Y ahora tengo que lidiar con esto, con la duda, con el miedo. ¿Y si mi verdadera identidad es la de una chica? ¿Qué pasará entonces? ¡Todo ha sido una mentira!”, gritó, sintiéndose más perdido que nunca.
Ranma se dio la vuelta y salió del dojo, dejando a Genma con su culpa y su angustia. Se sentía traicionado, como si la tierra se deslizara bajo sus pies. Las calles de Nerima parecían más oscuras esa noche, y el aire estaba cargado de una energía pesada. Caminó sin rumbo, sumido en sus pensamientos, buscando una respuesta que parecía esquiva.
A medida que la noche avanzaba, se encontró frente a un pequeño parque donde solía jugar de niño. Se sentó en un banco, sintiendo el frío del metal contra su piel. El lugar estaba desierto, y el silencio era abrumador. Recordó los momentos de su infancia, los días en que no había tenido que lidiar con la confusión de su identidad. Todo era simple entonces. Pero ahora, todo había cambiado.
De repente, sintió una presencia a su lado. Era Ryoga, su rival y, al mismo tiempo, su amigo. “Ranma, ¿estás bien? Te vi salir del dojo y parecías... diferente”, dijo Ryoga, su expresión preocupada.
“¿Diferente? ¿Cómo se supone que debería estar? ¿Después de descubrir que mi vida es un completo desastre?” respondió Ranma, su voz cargada de frustración.
“¿Qué quieres decir? ¿Pasó algo?”, preguntó Ryoga, sentándose junto a él, intentando entender la tormenta emocional que se cernía sobre su amigo.
“Mi padre... él hizo algo. Le pidió a Happosai que me cambiara. No sé qué significa eso, pero me siento... perdido”, confesó Ranma, su voz temblando mientras luchaba por contener las lágrimas.
Ryoga lo miró con sorpresa. “No puedo creer que haya hecho algo así. Pero, Ranma, eso no define quién eres. Tú eres quien decide quién eres, no un ritual o lo que otros digan.”
“Eso es fácil de decir, Ryoga. Pero cuando miro al espejo, no sé si estoy viendo a la persona que realmente soy o a una versión distorsionada de mí mismo. ¡Esto no debería estar pasando!”, gritó, sintiendo cómo la desesperación lo envolvía.
Ryoga, viendo el dolor en los ojos de Ranma, se acercó y puso una mano en su hombro. “Entiendo que esto es complicado, pero tienes a tus amigos. Estamos aquí para apoyarte. No tienes que enfrentar esto solo.”
Ranma sintió que las palabras de Ryoga penetraban en su corazón, ofreciendo un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. “No sé si puedo superar esto. Hay tanto en juego y me siento atrapado en un juego del que no puedo escapar”, admitió, dejando que la vulnerabilidad se apoderara de él.
“Te entiendo. A veces, yo mismo me siento así. Pero recuerda que siempre he admirado tu fuerza, Ranma. No importa lo que haya pasado, seguirás siendo el mismo en el fondo”, dijo Ryoga con sinceridad, su mirada fija en Ranma, tratando de infundirle confianza.
Ranma sintió un calor en su pecho, un destello de luz en medio de la tormenta. “Gracias, Ryoga. No sé qué haría sin ti. Tal vez... tal vez pueda encontrar una manera de entender esto.”
Ambos permanecieron en silencio por un momento, observando cómo la luna iluminaba el parque. La conexión entre ellos era palpable, un lazo que trascendía la rivalidad y se convertía en algo más profundo. En ese instante, Ranma se dio cuenta de que no estaba solo en su lucha.
Con el tiempo, Ranma empezó a reflexionar sobre su identidad y sus sentimientos. Se dio cuenta de que, independientemente de las decisiones de su padre, tenía el poder de definir quién era. Pero también entendía que necesitaría tiempo para asimilarlo todo y que la aceptación no sería un camino fácil.
Durante las semanas siguientes, Ranma se dedicó a explorar más sobre sí mismo. Se enfrentó a sus miedos y a las expectativas de los demás, cuestionando cada interacción, cada mirada y cada comentario que le habían hecho a lo largo de su vida. Se encontró con personajes que le ofrecieron diferentes perspectivas, desde expertos en artes marciales hasta personas con experiencias similares.
Cada encuentro lo acercaba más a una comprensión más profunda de su identidad. Pero también había momentos de duda y confusión, especialmente cuando se encontraba con Akane. La tensión entre ellos crecía a medida que Ranma luchaba por entender sus propios sentimientos, y la rivalidad se entrelazaba con un deseo de conexión que no podía ignorar.
Un día, Ranma decidió que era hora de confrontar a Genma nuevamente. Se dirigió al dojo, decidido a tener una conversación franca y abierta sobre su situación. Al entrar, encontró a su padre entrenando como si nada hubiera pasado. La atmósfera era tensa.
“Viejo, tenemos que hablar”, dijo Ranma, su voz firme pero contenía una mezcla de emoción.
Genma lo miró, reconociendo la seriedad en su tono. “¿Sobre qué?”
“Sobre lo que hiciste. Necesito entender por qué pensaste que cambiar mi género sería lo correcto. ¿Realmente creías que esto era para mi bien?” preguntó Ranma, su corazón latiendo con fuerza.
“Ranma, yo solo quería que fueras más fuerte. En ese momento, estaba convencido de que era la mejor decisión. Pero ahora veo lo mal que estuvo. Te lo juro, nunca quise que te sintieras así”, respondió Genma, su voz llena de remordimiento.
“¿Y ahora qué? ¿Qué hago con todo esto? No sé quién soy y, honestamente, me siento traicionado”, confesó Ranma, dejando que la frustración saliera.
Genma, sintiéndose impotente, se acercó a su hijo. “Te prometo que haré todo lo posible para ayudarte a encontrar respuestas. Juntos, podemos enfrentar esto.”
“¿De verdad crees que eso es suficiente? He pasado mi vida luchando contra esta maldición y ahora descubro que todo fue por tu decisión. ¡No sé si podré confiar en ti nuevamente!”, grit
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