Aurora Yaxley tuvo la mala suerte de nacer en una familia de puristas y seguidores del Señor Tenebroso, quien permanece escondido hasta el momento de recuperar fuerzas para tomar de nuevo el mundo mágico. Una joven con decisión propia, con valentía...
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Una voz profunda y fría se escuchó salir del vociferador.
—¡Aurora Yaxley! —dio un brinquito hacía atrás y maldijo a lo bajo—. ¿Cómo te atreves a dejarnos en medio de una cena tan importante? ¡Una oportunidad es la que se te iba a dar y las arruinado por completo! ¡Lo hacíamos por ti, para que tuvieses un lugar entre nosotros! ¡Eres una deshonra! ¡No puedes hacerte llamar mi hija! ¡Espero que reflexiones las cosas y vas a necesitar más que una disculpa para que te aceptemos de nuevo!
Así como la carta se abrió volvió a cerrarse y cayó al piso, directo a los pies de Aurora, quien se encuentra tan apenada por aquel escándalo que su cabello se tornó de un color verde chillón.
—Hum... siento eso —musitó Aurora.
—Nada peor que el vociferador de mamá en mi segundo año —murmuró Ron ganándose un codazo por parte de Hermione.
—Bueno... permiso —Aurora trato de sonreír, pero no salió tan bien como lo espero.
Los gemelos compartieron miradas preocupados y ambos al mismo tiempo se pararon para salir detrás de su amiga de la forma más sigilosa posible, pero claro que Fred termino chocando con la pared en el momento en que ambos trataban de pasar por la puerta.
La encontraron en una de las habitaciones libres al lado del salón, sentada en un escritorio mientras juguetea con la carta que tiene su mano que le había mandado. Los gemelos se miraron, tratando de ver quién sería el primero en hablar, y una vez que Fred alzo su cabeza en dirección a George el entendió que tenía que ser quien hablara.
—Aurora —dijo con voz queda George.
La joven metamorfomaga dio un brinco, debido a la sorpresa de escuchar las voces de sus amigos.
Al girarse y toparse con los gemelos una pequeña sonrisa se formó en los labios de Aurora, quien mantenía un aspecto apenado y tímido.
—Hey, ¿todo bien, Rory? —preguntó con cariño y acercándose a ella,
—Sí —musitó ladeando una sonrisa.
Pero sus ojos se veían tan claro que ambos pudieron ver la tristeza reflejada.
—Sabes que puedes contar con nosotros, siempre —aseguró Fred tomando el hombro de la chica.
—Es solo que... —Aurora pestañeo un par de veces y ladeo una mueca—, no tienen una idea de lo mucho que la odio —admitió—, y... eso me hace sentir mal por qué... ella me trajo a este horrible mundo donde ustedes tuvieron la dicha de conocerme —los gemelos soltaron una risita y miraron a Aurora con una sonrisa tierna—. Pero... ya no quiero estar ahí —admitió—. Ya me harte de pedir perdón por sé quién soy. Yo no soy mis hermanas, nunca lo seré; no voy a seguir pensando igual que mis padres, tengo mi propio cerebro, mis propios pensamientos —murmuró bajando su cabeza.
