Nadie lo notaba y no era porque quisiera llamar la atención, sencillamente estaba disimulando todo que que pasaba dentro de mí. Llevaba más de doce horas tratando de localizar las lágrimas pero estas no fluían, mi alma estaba tan llena de rabia que no daba paso a que mis ojos se cristalizaban. No andaba en busca de respuestas, pues habría tenido la suerte de haber conversado sobre lo que me sucedía con algunas personas, en la mañana, pero aún así sentía que mi ser continuaba ahogándose; como quien muere de sed estando en el mar.
Tampoco podía expresar mi melancolía, se supone que por un momento nos íbamos a guardar los sentimientos y disfrutaríamos de aquel instante dónde celebraríamos con tortas, globos, regalos y risas la literatura y la amistad. Traté de dar lo mejor de mi, sonriendo, tal vez, asesinando a aldeanos para no ser descubierta como esa loba, sintiendo que Dios, en ese momento me puso en el rol del carnero, para poder sacar todo ese dolor que me invadía asi fuera simbólicamente destruyendo una aldea imaginaria.
Todo empezó en ese momento, dónde no me sentía nada humana, me había gustado mi rol de licantropa, me llenaba de emoción el no ser descubierta o quizá el sí serlo, ser salvada o no ser salvada, todo eso por un momento había congelado el sentimiento inicial de la decepción y la tristeza.
Después de haber asesinado a toda la comunidad, y de haber ganado gustosa, con estrategia y acompañada de mi manada, llegó el momento de la repartición de los misteriosos presentes; nuestra dinámica fue realmente diferente, algo que solamente nosotros, los del club pudiésemos crear. Teníamos algún escritor escogido por nuestro amigo secreto, nos perdimos con ellos entre acertijos y citas para descubrir la identidad real de aquel papelito.
Y así fue como todo sucedió, el aldeano sobreviviente, el que había llegado al lugar después de la destrucción, tenía en sus manos las letras de Isabel Allende, cuya autora yo había escogido. Abrí la postal, con olor a orquídea y letra cursiva, ahí estaba el mensaje que pensaba que se había desvanecido después de la ausencia.
Mi amigo secreto, tenía en sus manos el mensaje de mi madre fallecida; las palabras precisas para que las lágrimas por fin rodaran por mis mejillas, la respuesta que en silencio quería hallar, estaba mi madre en las palabras de Isabel Allende. Por primera vez en mi vida era yo la protagonista de un momento de realismo mágico, de esos en los que mi mente viajaba una y otra vez, de esos que me llevaron a enamorarme una vez más de las letras y la literatura.
Estaba yo ahí, presenciando la más bella nigromancia. Ese aldeano, no debía estar en la guerra, no debía morir ni yo como loba herida debía haberlo asesinado, llegó en el momento preciso para ser el mensajero de la corte celestial, llegó desobedeciendo la espera de Dios y es ahí dónde nuevamente comprendo que los tiempos del todopoderoso son prodigiosamente perfectos.
26/09/2024
ESTÁS LEYENDO
Diarios de un café
RandomEscritos que realizo en mi club de escritura propuesto por el café cultural Nephente, ubicado en la sabana de Bogotá, dentro de un pueblo mágico llamado Madrid.