04 Me estoy muriendo

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Nunca he sido mucho de salir, mis pasatiempos son en el interior de mi hogar, sin embargo, Joseph siempre fue partidario de que debía "respirar aire fresco", así que, cuando podía darme ordenes, me colocaba mis vestidos y grandes moños sin peinarm...

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Nunca he sido mucho de salir, mis pasatiempos son en el interior de mi hogar, sin embargo, Joseph siempre fue partidario de que debía "respirar aire fresco", así que, cuando podía darme ordenes, me colocaba mis vestidos y grandes moños sin peinarme porque no sabía cómo hacerlo y me sacaba de la casa para caminar, a pesar de que Robert le decía que podía caminar en el jardín un par de vueltas y terminaría igual de cansada.

Con cada uno de mis hermanos tengo una excelente relación, diferente una de la otra, pero los amo con todo mi corazón y ellos me aman a mí de igual manera, por lo cual, una familia nunca me faltó, sin embargo, al salir con Joseph yo veía a las demás niñas y las envidiaba.

No las envidiaba porque fueran más bonitas, más altas o más delgadas, no envidiaba sus vestidos bonitos y ni siquiera sus cabezas peinadas me provocaban malestar, eran sus manos lo que me irritaba.

Bueno, no sus manos, en realidad, envidiaba a quienes sujetaban sus manitas tan delicadas y pequeñas como las mías, de ellas envidiaba que tuvieran padres vivos, cuando a los míos ni siquiera pude conocerlos.

Recuerdo a una niña un poco menor que yo, a la que conocí cuando yo estaba entrando en una edad más madura, podría decirse, fue esa niña la que me inspiró a gritarle a Joseph en frente de James que ya no quería volver a salir a caminar, que quería quedarme en casa para siempre y que me dejara en paz.

Aquella niña puedo recordarla perfectamente bien: tenía el cabello largo, cayendo más allá de su cintura, aunque no se veía vulgar, tal vez por el simple hecho de ser una niña, o porque su madre le hizo adorables trenzas en la parte superior de su cabeza y las adornó con moños de tela tan largos que las cintas caían a la altura de las puntas de su cabello, ¿Yo? James tuvo que dejarme el cabello a la altura de la base del cuello porque me caí en las heces de un caballo y nadie pudo quitarme el pegote que se formó en las puntas.

Su padre dijo algo sobre comprarle una muñeca y la niña saltó feliz a sus brazos, soltando la muñeca que ya de por sí tenía en las manos; no envidié que le compraran un nuevo juguete, envidié tener los brazos cálidos de un padre al rededor de mi pequeño cuerpo, los brazos que me harían sentir segura y protegida de todo mal.

Lo peor de todo esto, era que escuché el nombre de aquella niña cuando tanto padre como madre le dijeron que la amaban, se llamaba Aurora, igual que yo.

Mi reacción debió ser infantil, tal vez incluso desproporcionada, pero me la guardé hasta llegar a casa, donde le grité a Joseph que nunca más me obligara a salir, que me enfermaba estar fuera y, creo que en mi momento más rabioso, le dije a todos mis hermanos que los odiaba y que solo quería a mis padres de vuelta.

Claro que me lamenté haber dicho tal barbaridad, pero en ese momento, solo quería ser aquella Aurora que lucía un cabello hermoso y largo, mejillas naturalmente rechonchas y sonrojadas, ojos brillantes, vestidos hermosos, peinados encantadores y, especialmente, quería padres que me dieran todo eso, más el amor que venía incluido en el paquete.

The Rise Of A Diamond {Benedict Bridgerton}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora