2. Dibujos suyos en clase de Etimologías

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-¿Y que tal la nueva ciudad? Ahora vives en Manhattan, ¿no? -Preguntó Theo tomando un poco de la Coca-Cola que había pedido.

-Estoy bien, llevo casi dos años ahí -respondió Amber con un ligero entusiasmo-. Me gradué hace dos años, y he tenido mucha suerte a decir verdad -ella tomó un poco de su refresco y siguió platicando-. Me ofrecieron un trabajo en el extranjero en la parte administrativa, y originalmente pensaba ir, pero a una línea de ropa americana le gustaron mis modelos, y me abrieron un espacio sólo para mis diseños. ¿Y tú? ¿Cómo está San Francisco?

-Está ruidoso y con contaminación en el aire -dijo Theo en el tono cínico que usaba cuando era más joven-. Pero ya sabes, en la galería que se abrió hace un año, tengo una sección, así que creo que estoy bien.

Por un rato, los dos se quedaron callados y la tensión se hizo presente.

-Te quitaste el fleco -dijo Theo mirando hacia la cara de Amber. Era cierto. Ella solía usar fleco durante sus años en preparatoria, pero ahora ya no estaba.

-Sí... -Aceptó la joven diseñadora-. Ya no está muy de moda estos días.

Ella se rió suavemente y Theo sonrío. Pero la tensión seguía ahí. Entonces, ambos se preguntaron cuándo había sido la última vez que se habían sentido incómodos el uno con el otro, pero no encontraron respuesta. No recordaban un momento así. Tal vez siete años sí era tiempo suficiente para olvidar.

Tiempo atrás...

Me di cuenta de que Amber tenía una libreta de dibujo en la clase de Artes. Suena algo lógico, pero ella tenía dos libretas de dibujo. Uno para la clase, y otro para sí misma.

Había pasado una semana, y después de la conversación en la azotea, no habíamos vuelto a hablar. Me preguntaba si tan siquiera recordaba mi nombre. La había estado observando en clase de Artes. Tenía el cabello castaño y lacio, con fleco. Su tez era morena clara y tenía ojos color ámbar. Qué tal.

Un día de aquellos, me percaté de que Amber había dejado su cuaderno de dibujo en el salón de Artes Visuales. Era el suyo propio. Las ganas de hojearlo me invadieron y terminaron por ganarme, y eso hice. No sabía bien qué esperar ver en aquellas hojas, pero en definitiva no me esperaba ver lo que vi. Se trataba de bosquejos de vestidos y no sólo vestidos; también blusas, bolsas, zapatos. También habían medidas y de vez en cuando colores. Era como si estuviera viendo el catálogo de ropa de la siguiente temporada.

Recogí el cuaderno del pupitre, y lo guarde en mi mochila casi vacía. En ese momento, pensé en maneras de regresarlo, pero no estaba seguro de cómo hacerlo. Podría dejarlo en su casillero, pero para eso necesitaría su combinación, y no la tenía. Así que decidí interceptarla en el pasillo y decirle casualmente que lo había dejado en el salón de Artes y yo lo había visto. Eso funcionaria.

Empece a caminar y en el pasillo a la izquierda, la vi sacando algunas cosas de su casillero. Me acerqué con paso decidido, dudando en si lo haría ahora o luego. Pero se sentía como si fuera ahora o nunca.

Frené en seco, estando a menos de un metro de ella. Amber volteó y me vio ahí, como un tarado. Su expresión de incertidumbre cambió a una de sorpresa cuando ella se dio cuenta del cuaderno que yo llevaba en mi mano izquierda. Como si estuviera viendo algo inverosímil, ella se abalanzó sobre el cuaderno y no tuvo que forcejear para agarrarlo. A mi la situación me sorprendió un poco, pero traté de no reír o parecer extrañado. La miré fijamente, y estaba a punto de decirle algo cuando ella habló primero.

-¿Por qué tenías mi cuaderno? -Su voz se escuchó calmada, pero yo noté cómo ella hacía un esfuerzo para no levantar la voz y mantenerse firme.

Un Último DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora