1. Se llama Amber Mendez

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-Hola -dijo Theo-. Perdona la impuntualidad.

-Está bien, de todas formas no llevaba mucho tiempo esperando -contestó Amber con cortesía.

Theo tomó asiento y vio un poco el lugar. Era un lugar agradable, le recordaba a Lenny's, aquella pizzería a la que solían ir. Aún lo recordaba todo.

-¿Cómo has estado? -Preguntó Amber con impaciencia, y un poco de nerviosismo. Siete años sin ver a tu ex-novio era bastante tiempo, después de todo.

-¿Te refieres...? -Theo dejó la pregunta al aire, pero Amber supo de lo que hablaba al instante. Ella negó con la cabeza-. He estado bien, un poco ocupado y todo eso. La semana pasada fue abierta mi galería, ¿te enteraste? -Amber movió la cabeza en forma de aprobación-. Emm... ¿Y cómo te va a ti?

-Bien, también -respondió Amber con la calma que la caracterizaba la mayoría del tiempo.

-Oí que abriste tu línea de ropa y que ahora eres toda una empresaria -Theo hizo una mueca burlona, lo que causó una pequeña risa en Amber... Como en los viejos tiempos.

7 años atrás...

No había pasado mucho tiempo en la escuela, pero ya todos la conocían. Los chicos decían que era linda; yo ni siquiera me había topado con ella.

Eran principios de diciembre, pero no había frío -ese llegaba hasta enero-. Durante mis tres años y medio de preparatoria, ya había pasado por seis escuelas diferentes en dos ciudades diferentes. Se podría decir que me metía en problemas con cierta frecuencia.

Pero no me mal interpreten, yo no me meto en los problemas típicos; no soy el típico chico malo de todas las historias estúpidas de amor. Es sólo que, según algunos doctores, hay algo malo en mi cabeza... Si saben a lo que me refiero.

Desde pequeño había sido así, y desde pequeño he tomado medicamentos. El problema es que soy algo temperamental.

La semana pasada golpeé al chico que me despertó cuando dormía en clase.

Me mandaron a detención por tres días. Y eso con la influencia de mis padres.

Pero volviendo al punto, había una chica nueva a la que no me interesaba conocer.

En esta escuela, éste era mi segundo semestre, y ella no era la primer chica nueva que llegaba, pero por alguna razón, todo el maldito mundo sabía quien era menos yo.

Le llamaban Amber.

Pero, ¿Amber qué?

Diría que todo comenzó en unos de esos días de diciembre cuando me resguardaba en la biblioteca, y en realidad, no hacía mucho allí. Únicamente me saltaba clases y me quedaba ahí jugando con mi Black Berry que no me divertía demasiado. A veces, muy de vez en cuando, me gustaba dibujar en cualquier papel que me encontrara, pero siempre terminaba tirándolos.

La biblioteca por lo general estaba silenciosa y con poca gente. Pero ese día, yo me encontraba sentado en el piso con la espalda recargada sobre uno de los estantes. Entonces escuché los pasos de alguien acercarse, y estaba a punto de levantarme cuando una chica con falda rosa apareció ante mi. Su falda, al estilo 60's, me dio gracia, e inevitablemente me reí.

Pero ella sólo me sonrió.

Su sonrisa era cálida. Sus ojos eran ámbar, su tez ligeramente morena, tenía unas pequeñas pecas en la cara. Su ropa, era una combinación rara, pero aún así me gustaba.

Inmediatamente me dí cuenta de que la estaba viendo mucho, y puse mi cara de póquer. Estaba a punto de levantarme cuando ella habló.

-Disculpa, ¿sabes dónde está la sección de historia? -Dijo ella con una voz que extrañamente se sintió cálida-. Es que no está la señorita bibliotecaria -se excusó.

El hecho de que viniera a una biblioteca buscando algo de historia era, sin duda, inverosímil. ¿Qué no sabía que existe algo llamado internet?

-No sé -dije sin más. No me interesaba hacerme el interesante, ni mucho menos tengo un alma voluntariosa como para ayudarla. Ella podría arreglárselas sola.

Estando parado, empecé a caminar fuera de escena. Pero antes de que estuviera muy lejos, la chica tan sólo dijo:

-Gracias.

Me giré para verla, y ella sonreía tímidamente. Hice una pequeña -pero notable- risa cínica y seguí con mi camino.

Esa fue la primera vez que hablamos.

-.-.-

Al final de la semana, resultó que la chica y yo compartíamos clase de Etimologías y Artes. Pensaba que no era así, hasta que empecé a poner atención a quién entraba en la clase.

La chica, cuyo nombre era Amber Méndez, era amiga de las chicas "populares", y uno de los chicos del equipo de fútbol andaba coqueteando con ella casi todo el tiempo por los pasillos. Daba náuseas.

Un día de esos, estaba en la azotea sin hacer nada en específico. Se suponía que no podía subir ahí, pero ahí estaba; y además, me terminaba de fumar un cigarro. No era como si me gustara, pero era una forma de "rebelarme" contra mis padres, aún cuando no pudieran verme. El clima se sentía muy bien. No había demasiado frío, pero el sol estaba en todo su resplandor en un cielo azul despejado, ni una sola nube. El viento me adormecía, y cerré los ojos.

Escuché como alguien abría la única puerta que llevaba a la azotea, pero no me moví. Escuché unos pasos acercarse y luego escuché su voz.

-¿Por qué siempre estás tan solo? -La voz era inconfundible. No tuve que abrir mis ojos para saber que era Amber; y aún así los abrí.

-Estoy bien así -fue toda mi respuesta.

Ella tan sólo se sentó a un lado mío. Recostando su espalda sobre el mismo varandal que yo. No estoy seguro de cuanto tiempo habremos estado así, y la brisa era demasiado buena como para haberme importado, y sin embargo, ella habló.

-¿Cuál es tu nombre?

-Theo -dije. Odiaba mi nombre. "Theo" venía de "Theodore", y siendo honestos, sonaba increíblemente ridículo-. Tu eres Amber Méndez, no eres de aquí, ¿cierto?

-¿Cómo sabes mi nombre? -Preguntó. Abrí los ojos y voltee a verla, esperando que me estuviera mirando, pero me equivoqué. Ella estaba mirando al frente.

-Eres popular por aquí, ¿qué no lo sabias? -Dije cínicamente. Ella no se rió, pero sonreía débilmente.

-Contestando a tu pregunta -habló ella, suspirando ligeramente-, nací en México, y crecí ahí hasta los nueve años, que fue cuando nos mudamos a Florida. Y ahora estamos aquí.

Supuse que ella sería de origen hispano. Su apellido no sonaba muy anglosajón que se diga. Sin embargo, su acento era en definitiva, como el de cualquier chica de habla nativa.

-¿Sabes hablar español? -Le pregunté.

-Sí -respondió. No dijo más. Yo no pregunté nada más. Nos quedamos en silencio. Era agradable.

Un Último DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora