3. El primer desayuno con ella

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-¿Has visto el clima? Este invierno no será tan frío en San Francisco -dijo Theo en un vago y desesperado intento de sacar un tema de conversación.

-Ah, sí -contestó Amber jugando con la pajilla de su refresco-. Aunque ahora que recuerdo, eso debe alegrarte.

Ella esbozó una sonrisa y Theo rió apenas un poco.

-Me gusta el frío también, Amber -repuso el muchacho.

-¡Ay, vamos! -exclamó la otra con diversión-. Siempre decías que odiabas esas épocas. Además, ¡eres incluso más friolento que yo!

La risa de Amber contagió a Theo. Se sentía muy bien volver a reír juntos.

Tiempo atrás...

Me enteré de que el cumpleaños de Amber sería el veintitrés de Diciembre, justo un día después de mi cumpleaños.

Ambos teníamos fechas de cumpleaños muy peculiares.

Faltaba menos de una semana para eso, y no sabía qué hacer.

Me repetía a mi mismo que no había razón para hacer algo, pero al mismo tiempo me convencía de que debía.

Decidí que una pintura sería un buen regalo. El problema recaía en que no sabía qué pintar. ¿Un vestido? ¿Su cara? No. Además, debía permanecer en anonimato.

Flores. Eso.

Todas las chicas aman las flores, ¿no? Eso era buena idea. En un lienzo, decidí usar acuarelas, quería que el dibujo tuviera un aire fresco. Los trazos no eran muy profundos, y la idea en sí no era complicada. Sólo unas simples flores en un jarrón. Eran hermosas.

Alguien llamó a la puerta y la abrió. Se trataba de Rose.

-Theo, es hora de tu medicamento -dijo dejándome una píldora y un vaso con agua en una pequeña bandeja sobre el buró.

Me acerqué hasta el lugar, y tome la píldora, echándola con agua, haciéndola pasar por mi garganta.

Rose sonrió y se llevó la bandeja con el vaso de agua restante. Se marchó y cerró la puerta detrás suyo.

Tomaba aquellas píldoras desde hacía mucho tiempo ya. No era como si me "curaran", solamente me mantenían más calmado. El último ataque que había tenido se había dado más de seis meses atrás.

Volviendo a la pintura, la estuve observando por buen rato. Me atrevía a decir que era de lo mejor que había hecho. Sin embargo, aún faltaba la firma. ¿Debía firmarlo?

No. En vez de eso, escribí la fecha. Dejé la pintura sobre el caballete que tenía, esperando a que secase. Después de eso sólo eran dos días más de espera.

-.-.-

El día siguiente fue mi cumpleaños número diecinueve. Desperté y mi padre estaba ausente. Mi madre estaba en la sala de estar.

Bajé aún en pijamas y me percaté de que ella leía plácidamente un libro, sentada en el sofá de piel negra.

Cuando se dio cuenta de mi presciencia dejó el libro a un lado, y acto seguido, sacó una pequeña caja envuelta detrás de un cojín. Se levantó y se acercó a mi.

Aquella mujer tenía treinta y siete años cumplidos, y aparentaba treinta. En serio. Tenía cabellos castaño, a diferencia de mi y de mi padre que lo teníamos rubio. Sus ojos eran igual de azules que los míos, y todo en ella era pura belleza.

La triste historia era que ella se había embarazado de mi cuando tan sólo tenía dieciocho años, y me tuvo cuando tenía diecinueve. Un gran error. Ella venía de una familia de pocos recursos, y mi padre tenía treinta y dos años, con una carrera brillante. Se conocieron cuando ella trabajaba en un bar-restaurante como mesera. Cometieron un grave desliz por impulso. Y sólo sabían sus nombres.

Un Último DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora