No estoy en mi mejor momento emocional como bailarina...Si es que al día de hoy me puedo llamar así.
Pase toda una vida bailando, inclusive aquellos años en los que no lo hice de manera "profesional". Solo era yo encerrada en mi habitación, soñando con dedicarme a lo que amaba.
Podría escribir un libro entero sobre lo insuficiente que puede llegar a sentirse una bailarina por más que se esfuerce. Dependiendo de muchos contextos pero sobre todo el ambiente competitivo en el que habitamos, esos pensamientos intrusivos sobre lo mal que nos sale a pesar del esfuerzo y la constante comparativa que aveces ni siquiera nace de nosotras, sino que es alimentado por alguien más, usualmente, los profesores.
Las risas y los comentarios por lo bajo de nuestras propias compañeras, la poca empatia que sienten ante las circunstancias personales o físicas que podemos llegar a tener, el orgullo y el egocentrismo que cargan consigo aquellas miradas socarronas. Y para las personas sensibles... pequeñas cosas como esas, sumado a un día de mucho estrés, nos destruyen el alma.
A quienes bailamos por el amor que nos brinda la danza y la paz que nos causa la misma.
No quiero rendirme porque amo lo que hago. No quiero rendirme porque veo el potencial en mi. Porque cuando me siento bien sé que no hay nada después del baile, pero cuando me siento mal... sé que no hay nada después del baile que me pueda consolar.
Martha Graham jamás podría equivocarse al mencionar que aquel que ama la danza morirá dos veces pero que la primera será la peor...
A pesar de no estar en mi mejor momento emocional como bailarina, elijo la danza por sobre todas las cosas. Por sobre la opinión ajena, por sobre mis propios pensamientos o limitaciones, porque espero que jamás llegue el día de mi primera muerte. El día en el que ya no pueda bailar...