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Argentina, 20 de febrero de 2020.


--¿Y bien, Ethan? ¿Algún cambio con la presencia de la humana? -indago Alekei, intrigado por mi última semana, de la cual yo me comportaba de un modo medio intrusivo, por no decir acosador.

--Realmente no, su forma de ser curiosa y de que sea un imán para el peligro definitivamente le traerá problemas. En fin, no me interesa, sabes que cada vez que la recuerdo viene a mí la sed. Para ser tan serio, eres de lo más irritante, igual que William. -escuche una risotada en el piso de arriba y suspire, sabiendo que se trataba del burlesco de mi hermano adoptivo.

El castaño se rio de mi automática respuesta, tal y como le dije hace cinco días atrás. Sabía que no me creía ese cuento y yo menos, por lo mucho que me atraía aquella sudamericana, no solo su sangre.
Luego de esa incomoda, pero breve charla, me despedí de mi familia y me dirigí a la iglesia por el seminario semanal, enfocado en mis pensamientos.

--Okey, el día de hoy vamos a enfocarnos en enseñarles a los más pequeños sobre Jesucristo y todo lo que compone la religión católica previamente dicha. Los niños deben prepararse para la Eucaristía o mejor dicho como sabemos acá, La Primera Comunión. -declaro el cura, para luego observarme detenidamente ya que había llegado hace poco.

--Ah, buen día. ¿Podrías encargarte de la biblioteca para orientar a los jóvenes más grandes, Padre Ethan?

--Claro, sin ningún problema. Estaré encantado de guiar todo. -respondí con amabilidad, ya propio de mi hacia ellos. Específicamente los de la congregación católica, los cuales nunca me faltaron el respeto sin que supieran mi secreto, tan ajeno a ellos.

Pasaron dos horas, en las cuales me dispuse a terminar de ordenar los libros por secciones y de forma alfa-numérica.
Y como siempre, cuando nadie rondaba por los alrededores me permitía usar mi velocidad que a simple vista un humano no reconocería. Me hacia el trabajo más ameno.

Al final, di la clase que les tocaba a los humanos y les agradecí por su presencia. Como solía ser habitual, había una que otra jovencita que se "fascinaba" conmigo por así decirle, era normal ya que el efluvio vampírico solía ser de agrado para las presas y así atraerlas. Sin contar, que escuchaba sus voces internas, el pan de cada día.

<<Que chico más encantador, ¿Tendrá pareja>>

<<No, claro que no. Es un cura, un chico de la iglesia no se les permite las parejas o formar familia.>>

<<Mmm... es demasiado mayor para mí.>>

<<Se ve tan joven para ser un cura, fácilmente podría ser mi hermano mayor. ¿Cuántos años tiene?>>

Sonreí disimuladamente mientras oía eso, niña, dudo que tu hermano tenga 317 años de edad...
Y, de entre todas esas voces, escuche la suya. Tantas voces banales y humanas, simples y sencillas, la escuche a ella. Su voz mental era tranquila y casi silenciosa, serena. Todo lo contrario, a su voz externa que sonaba con tintes un poco agresivos. Sin embargo, lo que me alarmo aparte de su aroma insoportablemente intenso como una bomba en mi interior fueron cuatro palabras.

<<Él no parece humano>>

La note de reojo con mi visión periférica, ahí estaba mi objetivo de mi constante intrusión, porque hasta ahora no había dirigido palabra alguna con ella. Solo me limitaba a observarla desde las sombras y escuchar su voz por medio de los pensamientos de los demás cuando he tenido que salir a la ciudad, cruzándomela un par de veces. Nunca fui de frente.

Seré un cobarde, pero no voy a arriesgar a mi familia por muy apetecible que se viera Lía, tan lejana a mí. No iba a flaquear con mi autocontrol, pero su sangre me llamaba de una forma insana, olía tan dulce y tan embriagador. Como si le pusieras a un alcohólico en recuperación una botella de brandy añejo esperando al momento de que caiga.

[Propósito Santo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora