03.

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Al llegar a Graycott de nuevo, pasé por la casa que correspondía a Lía, para mi suerte, la encontré vacía. No escuche pasos, ni ninguna respiración del padre o de ella que me pudieran indicar que estaban allí.

Arranqué el auto con alivio, sabiendo que no se encontraba en casa porque sinceramente a pesar de que volví, no me encontraba del todo bien para un acercamiento fortuito. Debía hacer bien las cosas, pero había mucho por delante. 

Mientras pensaba en que haría, tenía que comunicarle al Cura Carlos mis deseos de pasarme a la congregación de exorcistas, de la cual pertenecí a principios del siglo pasado, para este tiempo los que estaban conmigo ya habían muerto por vejez u otras circunstancias. Así que no habría problema, sería un “recluta” con experiencia sumada en la diócesis. Aun así, ocultar verdaderamente que soy es lo que importaría. La congregación de exorcistas nos tomaba a los vampiros como demonios sin alma, cercanos a las tinieblas… ¿qué tan errados podrían estar? Alguna vez tuve un alma y me la arrebataron a la fuerza, convirtiéndome en lo que soy. Pero me guiare por darles el beneficio de la duda.

Y lo más importante: Lía. Tendré que ver si su sangre tiene el mismo efecto en mi o si me controlare, no deseo huir de ella… necesito saber que ha estado pasado en este tiempo que estuve ausente. Al llegar a mi hogar, note a mi familia alegre por mi regreso, aunque Alekei ya estaba prediciendo ciertas cosas sobre mi futuro, escarbando en mi cabeza. Decidí ignorarlo.

—¿Y bien? ¿Cómo te sentís Ethan? –dijo William, sorpresivamente amable y sin burlas en su voz esta vez.

—No voy a mentirles, me siento raro todavía, ha sido todo muy extraño. Necesito saber si Lía todavía corre peligro cerca mío.

—Hermano, somos vampiros, toda la existencia misma corre peligro con nosotros. Además, no es nada malo sucumbir a veces ante las tentaciones de una buena presa fresca. –noté un cierto tono sin arrepentimientos en lo que formulaba y recordé, que no hace mucho tiempo atrás, un Will más joven, salvaje y sin autocontrol había acabado con la vida de dos personas en diferentes épocas. Dos personas que fueron hijos, nietos, parejas… dos personas que se cruzaron a mi hermano en el lugar y momento equivocados. No tenían la culpa de que se encontraran a un vampiro hambriento y, de esa forma, terminaron bajo tierra en unas tumbas selladas. Ese sería nuestro destino
si las cosas hubieran terminado bien. Aunque hay una cosa en común que tenían aquellas personas con Lía: la sangre más dulce que alguien pudiera percibir, y muy fuerte, como el fuego.

—William Morgan, por el amor a Dios… sabes que no me permitiría hacer un acto de semejante crueldad. No me fui a unas vacaciones. Debo ser fuerte. Y eso es la punta del iceberg, porque para colmo mío me he enamorado de ella. No sé qué hacer hermano, ayúdame. 

—Lo único que te voy a recomendar, como un consejo, es que no permanezcas mucho cerca de ella si quieres que viva. Practica tu autocontrol y no parezcas extraño, que yo sepa Lía Bianchi no tiene idea de los vampiros. –fue lo último que el argumento antes de sentarse a ver un partido de golf, según Will, eso era muy sofisticado.

Al finalizar esa breve charla, me apresure hacia el baño y me tome una ducha corta para vestirme con unos jeans y una remera manga larga aparte del buzo que me “abrigaría” del frio. Lo único que me causaba esa ropa era incomodidad, pero debía ir acorde al clima sino los humanos en sociedad me verían raro. Tomé mi túnica de la diócesis y partí hacia la iglesia aprovechando que a mi auto le quedaba combustible.

Llegue justo a estacionarme en la playa de la iglesia, me baje tranquilo mientras pensaba en que le diría al Cura Carlos sobre mi solicitud de moverme a la Congregación de exorcistas cuando escucho detrás mío unos pasos que se acercaban con rapidez y torpeza por el hielo que había en el suelo.

[Propósito Santo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora