Capitulo 4

160 15 1
                                    

El aire en la habitación de Penelope se sentía denso, como si cada molécula de polvo que sacudía el viento estuviera cargada de incertidumbre.

El doctor Weverley, continuaba su revisión con atención, palpando su abdomen en busca de alguna irregularidad, sus manos cuidadosas pero firmes. A cada presión y pregunta que hacía, Ella respondía con honestidad, aunque en el fondo no dejaba de preguntarse qué era lo que estaba mal. Temía de lo desconocido. ¿Qué estaba escondiendo su propio cuerpo?

—¿Ha sentido el dolor más agudo por la mañana o durante la noche? —preguntó el doctor mientras palpaba con delicadeza la parte inferior de su abdomen.

Habían pasado al rededor de una hora desde que el doctor empezó a revisarla, haciendo que cada toque en su abdomen fuera más y más doloroso.

—Por las mañanas, es más fuerte —contestó Penelope, su voz suave, tratando de no mostrar cuán dolorosa era la experiencia. Sentía como si cada respuesta la acercara más a una verdad que no sabia si estaba lista para enfrentar.

El doctor asintió, pero Penelope notó que su expresión había cambiado. Había algo en sus ojos, una sombra que se cernía sobre ellos. Eso solo la alertó un poco más.

Continuó con preguntas más específicas, relacionadas con el apetito, el cansancio extremo y las náuseas, tomando nota mental de cada detalle.

Penelope no se había dado cuenta que, a medida que los dolores y las náuseas se habían hecho más frecuentes, su apetito cada vez se iba disminuyendo más y más. Había pesado que era simplemente por el estrés que estaba pasando con el compromiso de Prudence.

Finalmente, se apartó un poco, retirándose con una leve inclinación de cabeza. Fue entonces cuando Penelope vio la tensión en sus labios, la pequeña arruga que se había formado entre sus cejas y parecía que algo se estaba formando en su mente, algo que no le resultaba fácil compartir.

—Lady Fetherington —dijo, volviéndose hacia su madre—, me gustaría que me acompañara un momento. Tengo algunas cosas que discutir acerca de lo que podría estar sucediendo con su hija, pero preferiría discutirlo en privado primero.

Portia, siempre una figura de control y fortaleza, que se había mantenido callada todo este tiempo se levantó de su asiento con una gracia ensayada, pero Penelope, aún acostada en la cama, levantó una mano débil, pero firme.

—No —dijo, con más fuerza de la que sentía—. Disculpe si mi petición es cruzar un límite, pero en verdad me gustaría saber que es lo que esta sucediéndome. No quiero que se oculten nada, si se trata de mi condición.

Podía sentir el miedo carcomiendola, pero no podía más con la incertidumbre. Necesitaba saberlo.

El doctor y Portia intercambiaron una mirada breve pero cargada de significado. Portia Sabía que Penelope no cedería en esto así que con un leve asentimiento volvió a su lugar. Finalmente, el doctor inclinó la cabeza con un suspiro leve, respetando su deseo.

—Está bien, señorita Fetherington —comenzó, enderezándose mientras ajustaba el tono de su voz, haciéndolo más formal, más directo—. En base a los síntomas que me ha descrito y mi propia observación, tengo varias sospechas sobre lo que podría estar enfrentando.

Penelope sostuvo la respiración, sintiendo que el aire se volvía más pesado con cada palabra que pronunciaba.

—Lo que describe en cuanto al dolor, el cansancio excesivo, la pérdida de apetito repentino y las náuseas casuales... —continuó el doctor, su tono cuidadoso—, podría estar relacionado con varias afecciones. Algunos de estos síntomas sugieren problemas digestivos o incluso afecciones hepáticas.

Un recuerdo llamado "Nosotros"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora