Un recuerdo llamado "Nosotros"

Capitulo 7

Al despertar, Penélope aún sentía el peso del cansancio del largo viaje del día anterior. El cuerpo le dolía, pero sabía que no podía darse el lujo de ignorar la realidad que le esperaba. Hoy visitaría al doctor, quien finalmente arrojaría luz sobre la causa de su malestar constante: el cansancio que parecía ahogarla día tras día, el dolor que se infiltraba en su ser como una sombra que no la dejaba en paz.

Mientras sus pensamientos vagaban, Rae, su doncella, entró suavemente en la habitación, saludándola con una inclinación de cabeza. Penélope, aún sentada en su cama, observó cómo Rae se dirigía hacia el armario, sacando un vestido que no había visto en mucho tiempo. El delicado lila del tejido le devolvió un eco de recuerdos lejanos. Era uno de los pocos vestidos que le recordaba a tiempos más ligeros, cuando su madre solía permitirle elegir prendas de colores suaves, lejos de los vibrantes tonos amarillos que más tarde se convertirían en su firma forzada.

El vestido lila, confeccionado en una seda que siempre ondeaba delicadamente al viento de los veranos pasados, tenía un significado especial para Penélope. Solía llevarlo en los paseos por los jardines, antes de que su vida social estuviera marcada por las críticas y el peso de las expectativas. Cómo deseaba haber vivido más días envuelta en esos tonos, en esos momentos que parecían tan lejanos ahora. Sin embargo, con el paso del tiempo, los vestidos suaves dieron paso a los amarillos chillones, y los peinados ostentosos empezaron a definirla. Pero hoy, en medio de su malestar y con la visita al doctor acechando, agradecía a su madre por permitirle vestirse con algo más liviano. Sentía que un vestido amarillo solo aumentaría su desdicha, como si el color mismo fuera un recordatorio constante de su malestar físico y emocional.

Rae la ayudó a vestirse en silencio, sus movimientos suaves y precisos. El vestido lila, que antaño le quedaba ceñido, ahora debía ser ajustado con más firmeza en su delgado cuerpo. Penélope se detuvo a mirarse en el espejo mientras Rae terminaba los últimos retoques. La imagen que le devolvía el reflejo la dejó sin palabras por un instante. Había perdido peso de manera notable, las curvas que antes la incomodaban habían desaparecido, dejando una figura frágil y pálida. Su piel, siempre clara, ahora parecía casi translúcida, haciendo que sus ojos azules resplandecieran con un brillo más intenso, y que su cabello, que caía nuevamente en suaves ondas, destacara aún más.

No era así como había deseado cambiar. Siempre había soñado con ser diferente, con transformarse en alguien más aceptable ante los ojos de la sociedad, alguien que no fuera objeto de las crueles miradas o los susurros hirientes. Pero no de esta manera, no mientras sufría tanto por dentro, tanto emocional como físicamente.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el suave crujir de la puerta al abrirse. Rae regresaba con una bandeja de desayuno. Colocó el servicio junto a la ventana, y Penélope, aunque el hambre seguía siendo una presencia distante, se obligó a tomar pequeñas bocanadas de la comida. Los últimos meses, su apetito había desaparecido casi por completo, y las náuseas que acompañaban su misteriosa enfermedad solo hacían que el simple acto de comer fuera una batalla diaria.

Cuando terminó su desayuno en silencio, Penélope se levantó de su silla y se dirigió hacia la puerta, su corazón palpitando con una mezcla de miedo e incertidumbre. Sabía que hoy podría recibir respuestas, pero también sabía que esas respuestas podrían cambiar todo.

Al salir de su habitación, su madre ya la esperaba en la entrada del salón. Portia estaba de pie, con la espalda recta y la barbilla ligeramente levantada, pero su rostro delataba una ansiedad que intentaba ocultar. Penélope, observándola más de cerca, pudo ver cómo una de las manos de su madre descansaba sobre su vientre, un tic que siempre revelaba cuando estaba nerviosa. Ese gesto, que había visto en su madre durante toda su vida, también lo había heredado ella misma, aunque solía hacerlo de manera más discreta.