-Capítulo 6- Augustus Becker, un placer.

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*Punto de vista de Gus*

Estaba algo nervioso por si me tragaba palabras y soltaban risas, pero me decidí a empezar.
- Me llamo Augustus Becker, tengo 17 años, repetí un curso y probablemente no tendría que estar aquí, pero supongo que es el destino.
Vengo de un pueblo bastante lejano del cuál no me acuerdo del nombre, no es que me agradara mucho. Toco la guitarra y soy todo un romántico, aun que no me gustan las chicas que al tirarle piropos se ponen rojas, eso significa que se creen mucho lo que son-.
Busqué a Carme con la mirada, y quise sonreirle, es más, lo hice.
- No tengo nada mas que contar.
- Esta bien chico, puedes sentarte allí al fondo, aun que ahora en dos minutos se acabará la clase, puedes preguntarle a tu guía dónde te toca la siguiente.

*Punto de vista de Carme*
El chico nuevo se sentaba detrás mío, y pude sentir la mirada de todas las chicas de la clase, clavándole los ojos por todos lados, y yo, pues, me sentí afortunada, asi que sonreí.
Me giré y le di la enhorabuena al chaval por el discurso, el sonrío.
Le tocaba la misma clase que a mi, así que nos dirigimos juntos hacía aquella.
Quiso sentarse a mi lado, no pude negárselo, dado que yo para el era como Anna para mi en mi primer día.
Las clases pasaron muy rápido ya que yo me las pase hablando con el y con Anna, que también coincidí con ella en alguna clase.
Al acabar las clases El me dio su numero de teléfono y se marchó ya que le esperaba un coche a la salida del colegio, yo me fuí con Anna, como siempre.
- Es muy guapo-. dijo Anna. Yo Asentí. - oh vamos! Carme, mucho! No sabes lo que daría por estar en tu lugar!
- Venga ya! No es para tanto!
Empezamos a reírnos como locas las dos en medio de la calle.
Fuí a casa de Anna a hacer deberes y a merendar la deliciosa merienda que me preparaba su madre solo para mi, era como una tradición, mi madre ya no esperaba que la llamase, porque se lo imaginaba. Empezamos a hablar de muchas cosas, y sin darnos cuenta se hizo tarde, así que me marché para casa sola, empezaba a llover por tanto quise espabilarme, aun que estuvieramos a 15 minutos de la otra, yo no era de correr bajo la lluvia, porque, si hacia eso, podian ocurrir grabes desgracias!
Salí rápido de su casa despidiéndome, y por la acera de enfrente vi a un grupo de chavales corriendo, mas bien entrenando. Cuando me aseguré de que pasaran todos decidí a cruzar y caminar a paso ligero. Volvieron a pasar, venía detrás mío como 12 tíos con unos cuerpos de pelicula corriendo en mi dirección, me aparté, pero, acabé en el suelo con uno de ellos encima mío. Me reí ironicamente.
- Tú eres gilipollas o que te pasa!? Mira como me has dejado! Joder! Vigila por dónde andas! - Dije furiosa al ver mi chaqueta cubierta de barro.
-¿Pero que ven mis ojos?-. dijo aquel chaval. No quise mirarlo, aun que su voz me resultaba peculiar, asi que alzé la cabeza.
- Pero bueno! Si tenemos aquí a Augustus Becker! - le sonreí aun con ironia, pero se me paso.- Mira como me has dejado...
- No era mi intención, ya ves, que si de algo se reían en el otro instituto era por torpe...
- No hace falta que lo jures-. Reímos los dos.- Más vale que te vayas y dejes de mirarme o perderás a tu pandilla campeón.- dije otra vez sarcástica.
- Soy torpe pero tambien rapido, tranquila, toma esto anda, ya me la darás-. Extendió su mano y me dio su sudadera, húmeda, pero no empapada como mi chaqueta cubierta de barro.
- La cogeré, pero no esperes que te perdone esto!-. Me reí muy fuerte y me la puse, casi tiritando. Se fué, acto seguido me espabilé, seguro que mi madre estaría nerviosa por mi tardanza.

Entre en casa y subí las escaleras corriendo para entrar en la ducha, mi madre ya me había preparado una ducha caliente con extra de espuma. No la podía querer mas!

Me avisó para que bajara a cenar, me puse el pijama rápidamente y baje.
-¿como ha ido el instituto hoy cariño?
- Bien mamá, no hicimos mucho mas que ayer y seguramente mañana te conteste lo mismo-. me reí- Creo que subiré ya a dormir, hoy ha sido un largo dia.
Retiré mi plato y me adentre en mi habitación, las ganas de meterme debajo del edredón fueron tremendas, así que lo hice, pero no sin antes pararme delante de la silla de mi escritorio, donde yacía esa sudadera. Quise olerla, pero no caí en tentación. Me metí bajo ese grueso edredón y caí rendida ante un largo día lleno de
largas tareas, con largos estudios, y con Gus.

Atada de pies y manos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora