X. Él y su gato | YatoYota

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Donde, luego de un año viviendo juntos, Fumi —la gata de Yotasuke— por fin logra acostumbrarse a la presencia de Yatora en su vida.

Yatora nunca antes había tenido un gato por mascota, así que no tenía ni la más remota idea de cómo demonios lidiar con Fumi, y Fumi nunca antes había convivido con un humano tan enérgico como ese que su dueño tenía por novio, así que no tenía ni ...

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Yatora nunca antes había tenido un gato por mascota, así que no tenía ni la más remota idea de cómo demonios lidiar con Fumi, y Fumi nunca antes había convivido con un humano tan enérgico como ese que su dueño tenía por novio, así que no tenía ni la más remota idea de cómo demonios lidiar con Yatora, pero, aun así, ambos tenían algo en común: eran lo más valioso que Yotasuke tenía en su vida. Yatora hacía todo cuanto podía por llevarse bien con Fumi, aunque todos sus esfuerzos siempre resultaban en vano, pues la gata lo ignoraba por completo y no se dejaba tocar ni mucho menos acariciar por él. Fumi, por su parte, detestaba tanto que Yatora, ese humano que no tenía absolutamente nada de especial, fuera amado por su dueño y lo abrazara, besara e incluso simplemente estuviera cerca de él en su presencia. Apenas llevaban poco más de un mes viviendo los tres juntos, pero Yatora y Fumi ya se habían declarado la guerra, una guerra por conquistar la atención de Yotasuke y tenerla toda para sí.

Y como en toda guerra, Yatora y Fumi habían pactado sus propias reglas: mientras Yotasuke estuviera en casa, ambos harían uso de sus mejores encantos en un intento por atraer y retener su atención, pero no harían absolutamente nada que pudiera molestarlo, ni siquiera un poquito. Sin embargo, en cuanto Yotasuke se iba, incluso aunque fuera por apenas una hora, el caos comenzaba: Fumi ignoraba por completo a Yatora, ensuciaba sus cosas o las rompía a propósito, robaba comida de la despensa o se escapaba bien lejos, todo por el simple placer de verlo terriblemente angustiado, creyendo que la gata se había perdido para siempre y que, en consecuencia, su novio se pondría muy triste. Yatora no sabía qué demonios había hecho para que Fumi lo detestara tanto, aparte de, bueno, literalmente entrometerse en su vida y la de Yotasuke.

Y hablando de romper cosas, ese día no había pasado ni media hora desde que Yotasuke había salido, diciendo que no se tardaría mucho, cuando Yatora encontró a Fumi echada cuan larga era sobre un estante repleto de cosas, y de paso cosas extremadamente frágiles. Era uno de los estantes de la sala, repleto de fotografías, dibujos enmarcados, algunos libros de Yotasuke y un pequeño busto de Yatora esculpido por su amiga Kuwana, como parte de una práctica para una de sus primeras asignaciones en la universidad. Sin duda ese no era uno de sus mejores trabajos, pero tenía un gran valor sentimental para Yatora, un recuerdo de esos ya lejanos días en la universidad, así que sería capaz de morirse si se rompía por culpa de la gata.

—¡Fumi! ¡Bájate de ahí en este preciso instante! —Le gritó por milésima vez, temiendo por todas las cosas que estaban sobre ese estante, pero sobre todo el busto esculpido por Kuwana, pues tenía un mal presentimiento al respecto.

Y como si le hubiera leído la mente, la gata lo miró maliciosamente y se estiró a sus anchas, tirando a propósito su tan preciado busto fuera del estante y directo al piso. Yatora lo vio caer y hacerse trizas contra el suelo, antes de que su cuerpo siquiera pudiera reaccionar y detener ese inminente desastre.

El ángel vigía | Blue Period One-shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora