03. Lazos Prohibidos

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— Audrey y yo estamos mejor que nunca. – Nathan dijo con afirmación y una sonrisa.

Claro que no lo estábamos, no hay día en el que hablemos como una "pareja" normal. Siempre peleamos, nunca tenemos paz. Lo más que somos es una pareja que nunca está de acuerdo en nada. Desde el día que conocí al chico misterioso, no he parado de soñar con él. Pareciera que me estoy volviendo loca, mis sueños giran alrededor de todo lo que sueño con él. Lastimosamente solamente nos hemos visto de lejos y nos tiramos ciertas miradas pero nada más. No hemos vuelto a dirigirnos la palabra, y eso me tiene más pensativa.

— ¿Audrey? ¿Me estás escuchando? – soltó Nathan mientras me miraba fijamente fingiendo su amor.

— Ah, sí. Estamos perfectamente... – me detuve un momento para pensar de mejor forma lo que iba a decir – No. ¿Saben qué? Estamos mal, terrible, peor que nunca. Odio que me obliguen a estar con este imbécil. No lo soporto más. Y tampoco soporto a ninguno de ustedes. – me levante poniendo aquella servilleta que tenía en mis piernas de forma brusca en la mesa.

— ¿Y ahora qué le pasa? – dijo la mamá de Nathan viéndome de mala forma.

— Mil disculpas, Rosie. – mencionó mi madre con mucha vergüenza en su cara.

— No podría importarme menos lo que piensen esa familia. – salí de la casa de la familia para entrar a mi auto – Y odio este maldito vestido. ¡Joder! – Con coraje tomé las mangas del vestido y las rompí, igualmente lo hice con la falda.

Abrí la guantera del auto y saqué mis lentes de sol, me puse mi chaqueta de cuero, subí el volumen de la música y me fui del lugar rápidamente. Hoy no se encontraban en competencias dónde suelo ir. Pero conocía otro lugar al que no saben de mi existencia, pero puedo apoderarme también.

Estacione mi auto, salí de él de forma indiferente. No me podía importar menos el mundo en este momento. Eso es lo que mejor hace sentir a la gente. Noté muchos carros, dos lados divididos, estaban los carros negro con rojo y los carros negro con azul. Arriba de la fila de autos había dos casas viejas, si lo podemos llamar así, con dos balcones. Parecía un estadio dividido por dos familias poderosas. No sé si me causa gracia o curiosidad. Había mucha gente, y la mayoría de ellos me estaban viendo de una forma extraña y curiosa. Caminé hacia dónde parecían ser las inscripciones de carreras.

— ¿Qué tal? Anotame, La Catrina. – me quite los lentes lentamente para ver al chico fijamente.

— Disculpa, ¿Y tu pareja? Supongo que tú eres la chica acompañante. – dijo entre risas con sus amigos.

— Que gracioso. Eh, no. Vengo sola. – gire un poco mi cabeza ladeada para reír levemente.

— Esto debe ser una broma. ¿Tú como conductora? – sus amigos y él se echaron a reír. Sin duda alguna, otros patanes. ¿No bastaba con Nathan?

— Dejala conducir. – se acercó un chico tocándole el hombro, se veía que era con fuerza. No mostró ni una sola expresión, era mejor mantener el puesto de poder.

— ¿Disculpa? Un niño de papi no me dice que tengo que hacer. Y menos uno que su papi ni siquiera lo deja conducir. – dijo de manera burlona mientras quitaba la mano de su hombro.

El chico lo tomó de la camiseta con furia, para luego acercarse a él y decirle...

— Primero, no se te ocurra volver a decir cosas de mi, y peor en mi cara si no quieres que te destroce tu carita. – soltó al chico de forma brusca – Y segundo, ¿adivina qué? Mi padre fue el de la orden. Así que déjala conducir.

Peligro en la Línea de MetaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora