°9°

397 52 6
                                    

La luna llena iluminaba tenuemente la habitación de Alastor, proyectando sombras largas y tenebrosas a través de las cortinas ligeramente abiertas

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La luna llena iluminaba tenuemente la habitación de Alastor, proyectando sombras largas y tenebrosas a través de las cortinas ligeramente abiertas. La quietud en el aire era pesada, rota solo por la respiración entrecortada del doncel mientras dormía en su cama, cubierto por una fina capa de sudor. Su sueño, lejos de ser reparador, era una prisión de pesadillas.

Dentro de su mente, el pasado volvía a atormentarlo.

—¡Eres una deshonra! —rugía una voz grave y cruel, resonando en una sala oscura.

El pequeño Alastor, de apenas unos años, se encontraba encogido en una esquina. Su padre, un hombre corpulento y de rostro severo, se cernía sobre él con los ojos llenos de ira. El doncel sentía sus pequeñas orejas temblar, tratando de esconderlas bajo su cabello, pero era inútil. Su padre siempre las veía, y eso lo enfurecía más.

—Nunca serás digno, eres débil... un inútil. —espetó el hombre, acercándose con pasos pesados—. ¡No vales nada, ni siquiera deberías estar aquí!

Alastor sollozaba en silencio, sus labios apretados para no hacer ruido, sabiendo que cualquier sonido podría desencadenar algo aún peor. Pero su padre no necesitaba excusas.

—¡Mírame cuando te hablo! —gritó, agarrándolo por el brazo y levantándolo bruscamente del suelo.

El dolor que recorrió el cuerpo de Alastor era insoportable. Los golpes no tardaron en llegar, cada uno más fuerte que el anterior, cada uno una marca que quedaría impresa no solo en su piel, sino también en su alma. El hombre no solo lo maltrataba físicamente, sino que también lo denigraba verbalmente.

—Un doncel... jamás serás suficiente. Eres solo un cubo de semen para mi. —decía con desprecio.

Alastor, en su pesadilla, se estremeció mientras los ecos de esos abusos físicos y psicológicos lo inundaban. Las imágenes se entremezclaban, difusas y aterradoras. En algunos momentos, su padre lo arrojaba contra las paredes, en otros lo dejaba sangrando en el suelo, pero en varias ocasiones se desmayaba mientras amigos de sus padres lo violaban incansablemente, incapaz de moverse. El sentimiento de impotencia y terror se hacía cada vez más profundo. Era una sensación que nunca había podido sacudirse del todo.

De pronto, se despertó bruscamente, con un jadeo ahogado, su pecho subiendo y bajando con violencia mientras el sudor frío empapaba su piel. La oscuridad de su habitación lo rodeaba, pero en lugar de calmarlo, lo sumergía más en su miedo. Alastor temblaba, sus manos temblorosas recorriendo sus propios brazos como si intentara borrar las viejas cicatrices que aún sentía en carne viva.

—No... no, por favor... —susurró con la voz entrecortada, aunque no había nadie allí para escuchar.

El eco de su pesadilla seguía persiguiéndolo, sus orejas temblaban y su colita se ocultaba contra su cuerpo. Cada músculo en su ser estaba rígido, presa del miedo. Pero entonces, sintió una presencia conocida a su lado. Cerbero, en su forma pequeña, estaba acostado junto a él, observándolo con sus ojos brillantes y compasivos.

El guardián emitió un suave gruñido, frotando su hocico contra el brazo de Alastor, tratando de reconfortarlo. Alastor lo miró, sus ojos llenos de lágrimas, pero incluso con Cerbero a su lado, el terror seguía presente.

—Estoy... bien, Cerbero. —murmuró entre dientes, aunque su voz sonaba rota—. Solo... fue un mal sueño.

Cerbero no parecía creerle. Uno de sus tentáculos se enrolló alrededor del cuerpo de Alastor, ofreciéndole una reconfortante sensación de calor. Pero aunque su guardián estaba allí, algo más profundo en Alastor lo atormentaba, algo que solo la presencia de una persona podía aliviar. Los recuerdos de su pesadilla seguían quemando en su mente, las palabras crueles de su padre resonaban en sus oídos, y el dolor de aquellos días pasados volvía con fuerza.

—Lucifer... —susurró de repente, su voz temblando al pronunciar el nombre del príncipe.

El simple acto de decir su nombre lo rompió un poco más. Un sollozo escapó de sus labios y, antes de poder controlarlo, se encontró llorando de nuevo. No era solo el dolor de su pasado lo que lo consumía, sino también la falta de confianza en el presente. Sabía que Lucifer había intentado protegerlo, sabía que el príncipe lo cuidaba, pero algo en él seguía resistiéndose a entregarse completamente. Tenía miedo, un miedo que lo paralizaba.

Mientras las lágrimas seguían cayendo por su rostro, Alastor alcanzó una prenda doblada cerca de su cama: una camisa que Lucifer había dejado atrás en una de sus visitas. El aroma del príncipe, aunque tenue, aún se aferraba a la tela, un recordatorio de su cercanía.

Alastor abrazó la camisa contra su pecho, cerrando los ojos mientras su cuerpo temblaba con cada sollozo.

—Lo siento... —murmuraba una y otra vez, como si le hablara al príncipe ausente—. Lo siento... pero no puedo. No puedo...

Cada vez que pensaba en Lucifer, una mezcla de emociones lo atravesaba. Quería correr hacia él, buscar su calor, su protección, pero al mismo tiempo, sentía que no lo merecía. No después de todo lo que había pasado. Su confianza rota no le permitía acercarse, incluso cuando su corazón clamaba por ello.

Cerbero, atento a su dolor, presionó más su cuerpo contra el de Alastor, como si supiera que su amo necesitaba todo el consuelo posible. El doncel apretó la camisa más fuerte contra su pecho, inhalando el aroma de Lucifer mientras sus sollozos se hacían más suaves.

—Lucifer... —susurró nuevamente, esta vez con un tono diferente, como si decir su nombre fuera tanto un consuelo como una tortura—. ¿Por qué no puedo abrazarte...? —El doncel se aferraba a la prenda con desesperación, como si al hacerlo, pudiera sanar las heridas que aún lo mantenían prisionero.

Sus lágrimas seguían cayendo, empapando la camisa del príncipe. Las palabras crueles de su padre seguían resonando en su mente, pero ahora, con los recuerdos de Lucifer tan presentes, había algo más. Alastor sentía que, por primera vez, había una mano tendida hacia él, pero su propio miedo no lo dejaba alcanzarla.

Finalmente, agotado por el llanto, Alastor se dejó caer de nuevo en la cama, abrazado a la camisa de Lucifer, con Cerbero acurrucado a su lado. Su respiración comenzó a calmarse poco a poco, los sollozos convirtiéndose en suaves suspiros. Pero, incluso en ese estado, una amargura persistente lo envolvía.

Sabía que su corazón deseaba lo que su mente no le permitía tener: el abrazo de Lucifer, la promesa de seguridad. Pero el miedo seguía siendo demasiado fuerte, y por ahora, la única forma en la que podía acercarse al príncipe era a través de esa prenda que aún olía a él.

Alastor cerró los ojos, con el nombre de Lucifer aún en sus labios, mientras su mente caía nuevamente en el sueño, esta vez, menos tormentoso, pero no menos doloroso. Y aunque Cerbero seguía a su lado, su alma seguía buscando algo más profundo, algo que solo la cercanía de su príncipe podría darle... si algún día lograba romper las cadenas de su propio pasado.

❝ 𝗗𝗢𝗡𝗖𝗘𝗟 ᴅᴇʟ 𝗥𝗘𝗬 ❞┃AppleRadioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora