†Estuvo siempre ante mis ojos†

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Mi ganas de vivir son las mismas que tengo de matar a Scott, y créanme, son grandes las ganas. En el trayecto, él se atreve a mirarme por el retrovisor, con una mirada penetrante que luego se vuelve serena para después sonreír por lo bajo, al yo voltear los ojos, y mirar a otro lado.

Saco mi móvil y entro a WhatsApp, y noto que tengo un mensaje de Andrés.
Lo reviso y leo su mensaje:

"¿Dónde estás, cabrón? Me gustaría pedirte un consejo...¿puedo ir a tu casa?" 👉🏻👈🏻

"No, lo siento, tuve que viajar, estaré de vuelta el lunes, nos vemos en el instituto. Luego hablamos"🤙🏻

Abro los ojos en sorpresa, totalmente sorprendido por su mensaje. Ha sucedido un milagro; el mujeriego, desgraciado, nada discreto, me quiere pedir un mensaje. Lo siento, pero me río, a lo que voltean a verme todos.

Veo a cada uno de ellos con pena, y sonrío nerviosamente.

—eh...he visto un meme en el Face, me da mucha gracia, sí...—digo, nervioso y complacidos dejan de verme. Excepto... Scott. Me mira de una manera indescifrable, no logro entender el por qué de su mirada tan...¿Provocativa? Y acusativa, no lo sé, es extraño.

Vuelve sus ojos a la carretera, y se detiene en el semáforo, al estar en rojo.

— Mi padre ha organizado una gran cena, señor Kent. Espero que sea de su agrado. Nuestros sirvientes estuvieron ocupados últimamente por  su futura visita. Mi padre dejó todo perfectamente preparado— le dice Scott a mi padre, y éste sonríe con un poco de vergüenza.

— No debieron hacerlo, pero muchas gracias a tu padre y a tí, Scott.

— No se preocupe— golpea su hombro con gracia, y arranca el auto.

"No se preocupe", pinche gente millonaria.

Al llegar no muestro ninguna expresión respecto a la mansión. Sí, es muy lujosa y moderna; de color gris y blanco, con balcones y flores en materos en su superficie, y en a un costado de la entrada, una mini cascada que tiene a un angelito en el centro votando agua por la boca. Color gris. Blanco y negro. Colores neutros y sin gracia decoran el lugar. A diferencia del verdoso césped y árboles perfectamente cortados en forma de corazón. Fue algo estúpido para mí. Pero cada quien con sus gustos ¿No? No soy nadie para opinar.

Solo estaré aquí un par de días y me iré, espero que sano y salvo.

Scott, con su traje perfecto camina con ímpetu a la puerta, la cual abre una chica de...¿20 años? Tal vez.

La chica sonríe, de manera nerviosa y solo recibe la cara de perro de Scott, que no muestra expresión alguna al mirar a la chica, que muy alegremente y con deseos de tener algo que no puede, le abre la puerta.

— Bienvenido señor, Scott— se hace a un lado, y nos adentramos todos a la casa.

Que injusticia, ni una mínima sonrisa le dedica a la pobre, o por lo menos un "gracias", nada. Que idiota.
Me indigna un poco, pero no lo demuestro, y mucho menos lo diré. Allá él como trate a sus sirvientes.

Nos dirigen a la gran sala con piso más pulcro que mi vida. Mi vida no es nada limpia, ni estable, que puedo decir. De color blanco, claro. Paredes blancas, candelabros, lámparas, y decoraciones doradas. Cortinas de color negro ajustadas a los grandes ventanales de cristal. Sillones de cuero negro y grises. Una mesa de porcelana blanca, con unas flores rojas, justo en el medio de los sillones.

No mentiré, la casa es muy hermosa. El dueño tiene muy buenos gustos, y pensar que es el mismísimo Lionel Williams, dueño, y arquitecto de esta casa tan descomunal.
Una mansión muy espaciosa, brillante, y se nota el dineral que gastaron.

— ¿Te gusta la casa, Christian?— una voz irritante me saca de mis pensamientos. Volteo a verlo, sin expresiones, serio.

— Está bien— es lo único que digo. Me niego a ser cortés con él.

—Mi padre ha hecho los planos y yo me encargué de la decoración, colores, y más— sin mostrar importancia, levanto una ceja, con un claro ¿Y a mí qué? Me gustaría decirlo. Pero mis padres están pendientes de la conversación.

Él se ríe, entendiendo que no me interesa en lo absoluto y se centra en mis padres.

— Vengan, mi padre está en el jardín— los lleva a ambos, examino la casa, y me doy cuenta de que Bell no está. Se fue a su habitación, tal vez.

Toco los sillones, me siento en uno de ellos y disfruto de su olor y suavidad.
Ahora lo entiendo, por eso la casa está decorada con colores neutros, los eligió Scott. Pero claro, como no.

Las rosas desprenden un aroma único. Son tan delicadas que tengo miedo de tocarlas. El color rojo es muy brillante y oscuro, casi vinotinto.

Absorto en mis pensamientos, disfrutando de la agradable soledad, hasta que es interrumpida por un idiota.

Scott me examina y analiza de pies a cabeza, su mirada tan intensa me incómoda, y me levanto, pero rápidamente me lo impide. Antes de poder levantarme, Scott me aprisiona contra el sillón y su cuerpo, haciendo que el aire me falte. Su respiración choca contra mis labios entre abiertos por la sorpresa. Él los ve, con anhelo, y eso me asusta. Su pulgar delinea mi labio inferior con delicadeza, luego lo muerde. Jadeo, y siento algo duro en mi estómago. Abro mucho más los ojos, y él suelta mi labio, en un movimiento lento, y sensual, succionando y saboreando al final la carne sensible.

Sus labios abiertos, respirando con dificultad. Sus ojos negros, al igual que su cabello, desprenden un brillo de deseo y lujuria pura.

Con nerviosismo miro sus ojos, que delinean mi rostro. Y ahora me doy cuenta de algo.

Lo empujo, haciendo que tropieze un poco con la mesa. Se desestabiliza unos momentos y luego reacciona, mostrando confusión.

Mis sentidos fallan, mis emociones se encuentran, mi sentido se nubla y no me siento bien al descifrar lo que todo el tiempo estuvo ante mis ojos, y no me había dado cuenta. Soy un estúpido.

La frustración me invade, haciendo que me maree. Scott trata de tocar mis hombros pero lo esquivo, y aleja su mano lentamente. Confundido.

Es él...








Scott ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora