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Sion siempre había creído que podía manejar cualquier cosa que la vida le arrojara. Después de todo, la universidad lo había curtido en las artes de la paciencia y la improvisación. Con una carga de trabajos inagotables, proyectos que a menudo parecían misiones imposibles, y un ciclo interminable de noches sin dormir, había aprendido a adaptarse. Pero había una cosa que Sion valoraba por encima de todo: los sábados. El único día en el que podía, al menos en teoría, desconectarse de todo y disfrutar de unas merecidas horas extra de sueño.

Así que, cuando escuchó un golpe en la puerta a las 7 AM, su primer instinto fue ignorarlo por completo.

Toc, toc, toc.

"Seguramente alguien se confundió de puerta", pensó Sion, hundiéndose más en las sábanas y cubriéndose la cabeza con la almohada. No iba a dejar que algo tan trivial le arruinara su única oportunidad de descanso.

Toc, toc, toc, toc, toc.

El sonido no cesaba. En su mente, pasaron ideas de un paquete mal entregado o algún vecino que necesitaba algo. Pero cuando estaba a punto de levantarse para abrir con la peor cara del mundo, algo más captó su atención. Llantos. No uno, sino dos. Llantos pequeños y lejanos, pero claramente de bebés.

Sion se sentó en la cama de un salto, sus sentidos aún aturdidos por el sueño, pero ahora en alerta. "¿Llantos? ¿De dónde vienen?" No podía ser, pensó, mientras se levantaba y caminaba hacia la puerta, frotándose los ojos.

Con una sensación extraña en el pecho, abrió la puerta de su departamento, esperando encontrar cualquier cosa menos lo que realmente vio.

Allí, justo frente a él, en el suelo, había dos bebés. Envuelto en mantas, uno lloraba inconsolablemente, mientras el otro lo miraba con ojos grandes y brillantes, como si esperara que él supiera exactamente qué hacer.

—No... no puede ser —susurró Sion, mirando alrededor del pasillo, esperando ver a alguien que le explicara lo que estaba pasando. Pero no había nadie.

Uno de los bebés seguía llorando, retorciéndose en la manta, mientras el otro extendía sus pequeños brazos hacia él, completamente ajeno al caos que estaba a punto de desatarse en la mente de Sion.

Su mente corría a mil por hora. ¿Qué se suponía que debía hacer? Sabía que los sábados eran su día de descanso, pero definitivamente no sabía nada de cambiar pañales o calmar a bebés que lloraban. Estaba en un completo estado de pánico, y lo peor es que no tenía a nadie a quien recurrir. Bueno, casi nadie.

Fue entonces cuando recordó a su vecino de al lado: Riku. Sion no conocía a Riku demasiado bien, pero sabía algunas cosas. Por ejemplo, ambos iban a la misma universidad, aunque Riku siempre parecía un poco más tímido y reservado. Apenas habían intercambiado algunas palabras en la entrada del edificio o cuando coincidían en la cafetería del campus. Pero si alguien podía ayudar en una situación tan absurda como esta, Sion estaba seguro de que Riku sabría qué hacer.

Decidido, pero con el corazón acelerado, dejó a los bebés seguros en la entrada de su puerta, asegurándose de que no pudieran moverse demasiado, y corrió hacia el departamento de Riku. Golpeó la puerta con fuerza, con una mezcla de desesperación y nerviosismo.

Toc, toc, toc.

Pasaron unos segundos que se sintieron como horas antes de que escuchara pasos al otro lado de la puerta. Cuando Riku finalmente abrió, su cabello estaba todo despeinado y sus ojos aún mostraban rastros de sueño. Llevaba puesto un pijama demasiado grande, y parpadeó un par de veces antes de que sus ojos se enfocaran en Sion.

—Sion... —dijo Riku en voz baja, su tono algo tímido—. ¿Qué pasa?

Sion, aún agitado y sin aliento, señaló en dirección a su puerta.

—Bebés —fue lo único que logró decir—. En mi puerta. Dos. No sé qué hacer.

Riku lo miró fijamente por un momento, claramente tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Era evidente que la situación era tan inverosímil para él como lo había sido para Sion.

—¿Bebés? —preguntó Riku, su voz apenas un susurro. Sion asintió con la cabeza, con la esperanza de que Riku lo tomara en serio.

Riku se quedó quieto por un segundo, su rostro enrojeciendo un poco mientras bajaba la mirada. Finalmente, respiró hondo, claramente nervioso, y dijo:

—Voy... voy contigo.

Ambos caminaron de vuelta al departamento de Sion en silencio. Cuando llegaron, los dos bebés seguían allí, uno aún sollozando suavemente, mientras el otro simplemente los miraba con curiosidad. Sion estaba completamente perdido, pero Riku parecía mantenerse sorprendentemente tranquilo, aunque se notaba lo nervioso que estaba. Se agachó lentamente, recogiendo con cuidado al bebé que seguía llorando, acunándolo con suavidad en sus brazos. Al instante, el llanto comenzó a disminuir, y Sion lo miró con asombro.

—¿Cómo... cómo hiciste eso? —preguntó Sion, claramente impresionado.
Riku se ruborizó aún más, desviando la mirada.

—Mi hermana tiene un bebé... He tenido que cuidarlo algunas veces —murmuró—. No es tan complicado, si sabes qué hacer.

Sion dejó escapar una risa suave, entre nervioso y agradecido.

—Menos mal que estás aquí. Yo... yo no tengo ni idea de cómo cuidar bebé

Riku le devolvió una sonrisa tímida, todavía sonrojado.

—No te preocupes. Puedo ayudarte de momento

Mientras Riku calmaba al bebé en sus brazos, Sion miró al otro, que seguía observando todo con ojos curiosos. Sin pensarlo demasiado, se agachó y recogió al pequeño, sintiendo un peso completamente nuevo, tanto literal como figurativamente. Mientras sostenía al bebé, no pudo evitar sentirse abrumado por la situación. ¿Cómo había llegado a esto? Y lo más importante, ¿por qué alguien dejaría dos bebés en su puerta?

Riku, al notar el silencio de Sion, levantó la mirada, aún un poco nervioso.

—¿Qué crees que deberíamos hacer? —preguntó Riku en voz baja, como si temiera decir algo equivocado.

Sion se quedó pensando, pero la respuesta no era sencilla. De repente, aquel sábado tranquilo y perezoso que había planeado se había transformado en algo completamente inesperado. Dos bebés, una situación inexplicable, y él, junto a su tímido vecino Riku, intentando encontrarle sentido.

—Lo primero... supongo que necesitamos comida para bebés, o algo así, ¿no? —dijo Sion, aunque en realidad no tenía ni idea.

Riku asintió, aún sosteniendo al bebé con una suavidad sorprendente.

—Sí... tal vez... y algo de ropa. No parecen tener mucho —respondió, su voz temblando ligeramente.

Sion no pudo evitar sonreír, aunque seguía nervioso.

—¿Sabes qué? Este día va a ser más largo de lo que pensaba...

—¿Sabes qué? Este día va a ser más largo de lo que pensaba

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