capitulo 7

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Después de ver a Christa en el jardín, me di cuenta de que la historia que se mostraba en el anime estaba a punto de comenzar

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Después de ver a Christa en el jardín, me di cuenta de que la historia que se mostraba en el anime estaba a punto de comenzar. Durante todo el tiempo que he estado aquí, no me he atrevido a salir de la mansión ni a aventurarme más allá de mi ala. No es que no pueda; hace tiempo comprendí que, salvo Karl, nadie puede negarle nada a Cordelia—es decir, a mí. Sin embargo, el temor de perderme en el mundo exterior me consume, y aunque trato de no demostrarlo, tengo miedo.

La ansiedad que siento al vivir aquí no proviene solo de la suposición de que estoy muerta. No. También es el hecho de que, de un momento a otro, me he convertido en una "madre" y cohabito bajo el mismo techo que vampiros y demonios, bajo la vigilancia de un poderoso vampiro. En esta nueva vida, soy algo que nunca fui en mi vida anterior; tengo poderes que jamás pensé que fueran posibles. Sin embargo, sin importar los desafíos, tengo un objetivo claro: planeo tener una vida larga y plena.

Reflexioné, con la mirada fija en el libro que sostenía entre mis manos, aunque mi mente se perdía en lo profundo de esos pensamientos inquietantes. En un breve instante, mi rostro, que normalmente se mostraba tranquilo e indiferente, reveló una mirada afilada, fría y cruel. Un brillo peligroso danzó en mis hipnotizantes ojos, semejantes a los de una serpiente que enrolla a su presa, con un deseo latente de devorarla.

Aquella mirada, aunque fugaz, fue suficiente para provocar un escalofrío entre los presentes en la habitación. Sin comprender por qué, todos sintieron un impulso inexplicable de huir. Pero para mí, ese momento fue inconsciente; estaba atrapada en mis pensamientos, ajena al efecto que había causado.

Sin querer que nadie la escuchara, dejó escapar un bajo suspiro, un reflejo de todo lo que bullía en su mente. Sin embargo, no pasó desapercibido; una de las doncellas que siempre la acompañaban, Emma, escuchó su suspiro.

—¿Mi señora, se siente mal? —preguntó Emma, con su cabello castaño enmarcando su rostro, mirándola con preocupación.

Debo admitir que, a pesar de que solo veo a todos ellos como piezas de ajedrez que puedo usar para alcanzar mis objetivos, esta mujer comenzó a agradarme, aunque solo un poco, por su actitud hacia mí. Emma, una de las sirvientas que juraron lealtad a este cuerpo, poseía una actitud que realmente apreciaba. Ella siempre cumplía mis órdenes con una alegría contagiosa, incluso si le pedía que se comportara como un animal a mis pies.

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