Las montañas de sangre

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- Deberíamos ir a una aldea, nos quedamos sin suministros -dijo Darían con tono preocupado. Tenía razón, la comida estaba escaseando y nuestras fuerzas comenzaban a flaquear.

Miré mis manos, concentrándome en mis dedos. Llevaba días con esa sensación extraña, un cosquilleo incesante que no podía ignorar. Algo me sucede, me frustra no saber el que, lo mas probable sea la magia, no la he usado mucho.

De repente, un ruido extraño resonó detrás de un árbol, cortando el silencio de nuestro avance. Me detuve en seco, y los dos hicieron lo mismo, intercambiando miradas confusas. Busque con la mirada en los alrededores, pero no escuché nada más. Supongo que algo nos estaba siguiendo. El crujido de una rama rompió la calma, y cuando levanté la vista, fue demasiado tarde.

Una sombra se abalanzó sobre mí desde las alturas. Rodamos por el suelo, forcejeando, y en un abrir y cerrar de ojos me encontré debajo de una bestia enorme, con garras afiladas y un hocico amenazante. Un hombre lobo. Su mandíbula se abrió, lista para destrozarme, sin embargo Darían se lanzó sobre él con un grito furioso, su ballesta chocó contra el hocico de la criatura, desviando su ataque y lanzándolo lejos de mí. El impacto fue brutal, y la ballesta de Darían se partió en dos, me arrodille rápidamente estirando mi mano.

- ¡Faris il folias! -grité el hechizo. De mi mano salieron expulsadas sombras que gritaban de terror, rodeando al hombre lobo por todos lados. Él se llevó las manos a la cabeza, aullando de dolor mientras caía de rodillas. Meredea no perdió tiempo y, con un movimiento fluido, hizo que las raíces de los árboles se alzaran y lo atraparan, inmovilizándolo. Chasqué los dedos, y el eco de los gritos se desvaneció en el aire.

- Es un hombre lobo -murmuró Meredea, acercándose con cautela. Tocó su lengua con un gesto de curiosidad. El hombre respiraba con dificultad, claramente afectado por el hechizo- ¿Hablas?

- Suelta mi lengua, zancudo -gruñó al fin el hombre lobo, su voz llena de ira y cansancio. Meredea retrocedió, pero con un simple apretón de sus manos, las raíces alrededor de su cuello se tensaron aún más.

- ¿¡Me pueden soltar!? -protestó, jadeando. Con un gesto, le indiqué a Meredea que lo liberara. A regañadientes, ella obedeció, aunque su descontento era palpable. El hombre lobo se sentó en el pasto, masajeando sus brazos doloridos.

- Mi ballesta... -escuché a Darían detrás de mí. Me giré y lo vi de pie, sosteniendo los pedazos rotos de su ballesta en sus manos, la frustración marcada en su rostro, ya lo recompensare por haberme ayudado.

- ¿Por qué nos atacaste? -le pregunté, manteniendo la voz firme. El hombre lobo me miró con ojos entrecerrados, gruñendo bajo su aliento, le di un golpe lo suficientemente fuerte para llamarle la atención justo en la parte trasera de la cabeza. Se quejó y se levantó de un salto, mirándome con furia en los ojos- Te hice una pregunta -repetí, cruzándome de brazos.

- Algo en ti es... extraño. Me causa inquietud -respondió, frotándose la cabeza donde lo golpeé. Su mirada era un reflejo de confusión y cautela- Están acercándose a mi manada. ¿Qué hacen por aquí?

Darían, visiblemente molesto probablemente por el ataque y destrucción de su arma, dio un paso adelante, su mirada fija en la criatura.

- Estamos buscando alguna aldea o refugio. ¿Sabes dónde hay una? -le preguntó, con el ceño fruncido, el lobo pensó unos momentos.

Meredea se acercó a mí, apoyando su peso en mi hombro, observando al hombre lobo con una expresión de escepticismo. El lobo nos miró a los tres como si fuéramos una visión extraña, algo fuera de lugar.

- Son un grupo muy... peculiar -murmuró, ladeando la cabeza- No, no hay aldeas cerca. Se están adentrando en territorios perdidos, pero puedo llevarlos a mi aldea, aunque no les prometo que no los maten.

Lo que Una Vez fue OlvidadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora