Noviembre de 1975
Binn Éadair, IrlandaLlovía. Sólo ligeramente. Lo suficiente como para que sus silenciosas lágrimas pasarán desapercibidas. La chica había subido hasta los acantilados cercanos al faro de Bailey. Era una noche húmeda y como de costumbre, la niebla comenzaba a alzarse mientras el sol se escondía en el horizonte.
Habían reconstruido el viejo faro hacía unas décadas y el nuevo sistema eléctrico que instaló su padre tan sólo unos años atrás, acababa de ponerse en marcha. Listo para alertar a los barcos que se aproximasen durante la noche, ante cualquier peligro que pudieran ocasionar las afiladas rocas de la bahía de Howth.
Le gustaba sentarse en lo más alto, entre la hierba, dejando a su derecha el faro, en un acantilado más bajo. Su mirada perdida en el mar.
Era su lugar favorito. De pequeña solía escaparse allí para recoger margaritas, contar nubes mientras escuchaba el mar o fantasear sobre las enigmáticas criaturas que podrían habitar el Ojo de Irlanda, un islote un poco al este del faro, invisible los días de niebla espesa como aquél.
Pero sobre todo, le gustaba ese lugar porque era suyo. Nadie lo frecuentaba, pues había que salvar una escarpada cuesta y un largo trayecto accidentado para llegar allí. Aunque para ella merecía la pena.
Hoy, era un día diferente. Se sentó junto a un viejo tronco cercano al borde y abrazó sus rodillas. Las lágrimas todavía recorrían sus mejillas; enrojecidas quizá por el frío. Quizá por la rabia.
Su cabello empapado color ébano, se pegaba a su frente y a su vestido blanco, fundiéndose con su piel pálida. Se sentía agotada y sólo quería gritar. Gritar al viento, a las olas... pero no tenía fuerzas ni para pensar.
Se quitó los zapatos y dejó que sus pies sintieran la fría y húmeda hierba. Era un tacto suave y agradable que la ayudó a tranquilizarse. El cielo era completamente oscuro y estaba cubierto por nubes negras, aunque había dejado de llover ya.
Olía a tierra y a sal. Trató de acompasar su corazón al vaivén de la marea. Volvió los ojos al faro, pues la niebla le impedía ver mucho más lejos. La luz giraba una vuelta cada pocos segundos. Le parecía impresionante que su padre hubiera hecho tal maravilla con el viejo faro.
Se le escapó una sonrisa sin darse cuenta. El gesto se sentía extraño, poco familiar... ¿Cuándo fue la última vez que había sonreído? Fue incapaz de recordar.
Pasados unos instantes, se puso en pie y se sacudió el vestido. Sintió la brisa en su piel y el frío le erizó el vello. Sonrió una vez más. Caminó hacia delante y se detuvo justo en el borde del acantilado. Podía ver las olas, rompiendo junto a las rocas y la espuma blanca bailar.
Extendió sus brazos y con el vestido parecía un pájaro planeando entre las nubes. Se sentía bien. Por la primera vez en mucho tiempo. No le habría gustado irse sin haber sido feliz una última vez. Por ello había acudido allí. Pero ahora ya no había marcha atrás.
Fijó la mirada en el horizonte, la niebla se comenzaba a disipar lentamente. Era tarde, las once adivinó. No se distinguía muy bien donde acababa el océano y donde comenzaba el cielo. Las estrellas permanecían escondidas tras las nubes. Avanzó un último paso más y susurró al viento "los ángeles pueden volar". Antes de que sus palabras se perdieran entre el murmullo de las olas, habiendo perdido la cordura, se dejó caer al mar...
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You don't realize the power you have on people, do you? Lies may be beautiful, but they hurt too much.