Muchos versan sobre la angustia, nacida de la vorágine de la existencia, algunos proclaman que la vida provoca náuseas y la angustia surge ante la inminencia de la muerte.
Pero, ¿qué sucede con aquellos a quienes la vida ha tratado con dureza? Quizás ellos deseen, incluso prefieran, la muerte y no teman a su llegada.
La angustia, entendida como el ser para la muerte, quizás no forme parte de su ser, porque para ellos, la muerte sería la liberación de una vida desdichada.
Entonces, ¿qué es realmente la angustia? ¿Desde dónde se manifiesta y se revela? Inflige tanto daño al corazón humano, enferma, desordena, oscurece la existencia y, muchas veces, nos impide vivir plenamente.
La angustia nos sacude, nos impulsa a cuestionarnos el propósito de la vida, a preguntarnos por qué estamos aquí, por qué esta vida y no otra, por qué la existencia en lugar de la nada. Pero, al mismo tiempo, al no encontrar respuestas, puede paralizarnos. ¿Qué hacemos con ella? ¿Permitimos que nos enferme, que nos envuelva con sus garras y nos atormente hasta hundirnos en la depresión más profunda y absurda? ¿O encontramos un sentido en la angustia que nos plantea la vida?
Nos embarcamos en una travesía por senderos intrincados de enigmas en busca de desentrañar nuestra realidad. Posiblemente, este sea el monumental camino que la filosofía nos ofrece. Grandes pensadores de épocas inmemoriales ya han dejado su huella en este sendero, movidos por una curiosidad insaciable y un asombro sin límites. Sin embargo, me permito añadir una motivación personal que me llevó a acercarme a estos dilemas: la angustia desgarradora de no comprender nada de esta compleja existencia, de encontrarla desprovista de sentido, de perder con frecuencia el horizonte y de albergar la idea de que quizás, en los laberintos de la filosofía, podría hallar algún consuelo.
Si esa es la quimera que persigo, sigo buscándola en ella. Y al igual que Boecio en sus consolaciones filosóficas, anhelo que en estas líneas se refleje algo de lo que vivo y siento en este instante. La inmensidad de la desgracia frecuentemente desafía nuestro entendimiento. Solo en el modus vivendi de la filosofía práctica, intento hallar ese consuelo esencial y esa chispa de esperanza que nos recuerda que, contra todo pronóstico, las cosas pueden mejorar y que la vida, a menudo, es más hermosa de lo que solemos concebir.
Cuando nos enfrentamos a un obstáculo de magnitud significativa, ya sea la muerte de un ser amado, una pérdida material de gran valor, la pérdida abrupta de un trabajo, o una enfermedad que amenaza nuestra existencia, la angustia surge como un espectro omnipresente. Esta angustia se metamorfosea en un abismo insondable; nos encontramos en su precipicio, y al confrontarlo de frente, nos hunde en sombras densas, engendrando terror que nos hiela. Nos enfrentamos a la percepción desoladora de que más allá de este abismo no existe nada, una comprensión que brota desde las profundidades de nuestra existencia y no desde un vacío existencial carente de significado.
Sin embargo, en un instante inesperado, nos encontramos en una colisión directa con este abismo, con esta "Nada". Una nada arrolladora que solo puede ser aprehendida a través del prisma multifacético de la vida, porque solo quien ha saboreado la vida en toda su complejidad comprende que la muerte es la ausencia total de ser. La ausencia de ser solo puede ser comprendida desde la existencia misma, porque si el ser no existiera, el no ser no se entendería. Esta es una premisa lógicamente irrefutable y resplandeciente en su claridad. Por esta misma razón, la nada, o el vacío existencial (entendido como no ser), nos abruma con una intensidad casi insoportable. Únicamente podemos concebir las cosas y la vida desde la perspectiva iluminada del ser, no desde la oscuridad opaca del no ser.
Además, nos enfrentamos a una imposibilidad ontológica: el no ser, en su esencia, no existe y no puede existir. Únicamente se comprende como un concepto en oposición dialéctica a la presencia del ser, y jamás se entenderá como una entidad independiente, pues carece de existencia propia. Este entendimiento, en su vastedad, genera una profunda perplejidad que nos sumerge en un mar de desconcierto.
Sin embargo, antes de quedar atrapados en este laberinto de pensamientos, es imperativo considerar que tal vez esta angustia, en su abrumadora intensidad, no solo puede ser superada, sino que es incluso necesaria. Necesaria en el sentido de que en este intrincado camino de vida, debemos resignarnos a la realidad de que no podemos remodelar ciertos aspectos del mundo que permanecen ajenos a nosotros.
En la sabiduría de los estoicos encontramos un eco de esta verdad: solo podemos tomar las riendas de aquello que depende directamente de nosotros, y para el resto, debemos rendirnos al destino que la naturaleza misma devela. Esta sabiduría ancestral resuena en muchos otros pensamientos filosóficos, pero la adopto como propia y sostengo que es esencial abrazar solo lo que podemos modificar en nuestras vidas. En cuanto al resto, para bien o para mal, debemos liberarnos de esa carga.
Este desprendimiento es crucial, ya que de lo contrario, nos arrastrará inevitablemente hacia el no ser, hacia el vacío existencial, un destino que preferimos eludir. Nuestra misión, por tanto, debe ser llenar nuestra vida de ser, de existencia, de esencia que nos permita trascender en este inmenso cosmos.
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Cuando sepas que existo
PoetryEscribir sobre el dolor es un acto de demostración de mi existencia. Aunque pueda parecer que no soy nadie, la intensidad abrumadora de la vida me impulsa a sentir que todo podría ser diferente. Somos un haz de luz, un proyecto de vida, un cúmulo br...