Capítulo 16| Vega

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Chiara Oliver

¿Alguna vez llegamos a conocer a alguien en su plenitud? ¿Habrá algún valiente perdido por el mundo que conozca a una persona en su estado más puro? ¿Cada rincón de su cuerpo, cada epígrafe de su pasado, cada pensamiento que sobrevuele su mente? ¿Acaso existe ese conocimiento total y absoluto? Seguramente haya expertos en relaciones humanas cuya respuesta sea afirmativa ante todas mis preguntas pero, si me preguntaran a mí, diría que no. Siempre habrá algo que se escapa de tu abanico de posibilidades, de tus anticipaciones vanidosas, de tu ego supremacista. Las personas contamos con una ventaja: tenemos una bala eterna en la recámara. No hay momento en nuestra vida en el que no nos llevemos una sorpresa de alguien a quien creíamos parte de nuestro organismo vitalicio. Pero esa bala puede salir disparada en cualquier momento, y tanto podría ser de algodón, suave y cariñosa, como de hierro, dura y dañina.

Yo soy un misterio para ti, y eres consciente de que nunca vas a llegar a conocerme del todo. Sabes mi nombre, conoces a mis amigos, mi puesto de trabajo, algunas de mis manías, e incluso te he mostrado algunos, y solo algunos, de mis miedos. Pero nunca vas a llegar a comprender a Chiara Oliver en el símbolo absolutista de la palabra.

¿No es apasionante? Vivir con ese objetivo constante que sabes que nunca vas a alcanzar pero que, por algún motivo que se excede de mi reflexión, no puedes ponerle fin. Hay matrimonios que acaban de cumplir las bodas de plata y se acuestan todas las noches en la misma cama sin conocer a su cónyuge al 100%. En cambio, no se rinden. No buscan a un nuevo desconocido para reiniciar la partida, con esos aires de novedad y soplos de aire fresco, no. Cuando la ladrona nocturna, también conocida como la luz de la Luna, irrumpe en su habitación, ese matrimonio deshace las sábanas, preparándose para un descanso que les dará las fuerzas necesarias para afrontar un nuevo día junto a esa persona que buscan conocer al máximo ponente.

Yo quiero vivir eso con Violeta. Quiero despertarme cada día con la esperanza de conocer algo nuevo sobre la pelirroja que está a mi espalda, rodeando mi abdomen con fuerza para no caerse de mi moto, y quiero irme a dormir cada día con la ilusión de que, por más que lo intente, nunca llegaré a la línea de meta, pero eso me da igual, porque lo que realmente me interesa es el periplo emocional que conlleva tener a Violeta Hódar en mi vida. A partir de ahora, todos los amaneceres que presencien mis ojos simbolizarán una nueva oportunidad para subir un escalón en la escalera que lleva al Olimpo, aún sabiendo que jamás me sentaré en la mesa de los dioses.

No quiero conocer por completo a Violeta Hódar. Quiero intentarlo.

- Ya hemos llegado. Puedes dejar de estrujarme- Aviso en medio de una carcajada, quitándome el casco y girando mi cuerpo lo que los grilletes, o los brazos de Violeta, llámalo cómo quieras, me permiten. Tiene los ojos cerrados y la cabeza agachada, encogida tras mi cuerpo como si yo fuera el escudo que pudiera protegerla de todo mal y, en cierta manera, me gusta pensar que así es

- Perdona. ¿Te he hecho daño?- Me suelta rápidamente al escuchar mis palabras y me examina cual médico, buscando alguna herida imaginaria que me haya podido causar. Adorable, a mi parecer y al de cualquiera

- No, tranquila. Todos mis órganos están en su sitio- Menos mi corazón que lleva del revés desde que te conocí en aquella sala del piano

- Lo siento, es que me pongo muy nerviosa con la moto y...

- No pasa nada. Es normal que te sientas así- Acaricio con suavidad su mano, mostrando con el sentido del tacto la veracidad de mis palabras

Ese simple gesto conecta nuestras miradas de forma silenciosa y casi instantánea, ya que ambas nos apresuramos en bajar de mi moto como si de repente esta estuviera en llamas. Solo son dos pares de ojos que se miran, ¿por qué se siente como un "sí, quiero" en el altar?

Está Escrito en las Estrellas | KiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora