Capitulo 8

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Manhattan, New York.

Jake.

La noche seguía fresca en mi memoria, como si cada segundo estuviera grabado en mi mente. No podía olvidar la sensación de tener a Yusbely entre mis brazos, el calor de su cuerpo contra el mío, la forma en que sus ojos se llenaron de deseo. Había entrado en mi vida como un torbellino, desbordando todo lo que creía que era posible.

Recordaba cómo la había tomado, su fragancia aún impregnando mis sentidos. Había una entrega innegable en ella, una fuerza cruda que la hacía irresistible. La había besado con una necesidad casi animal, como si cada caricia, cada roce, fuera un reclamo. Y cuando sus labios se encontraron con los míos, todo el mundo se desvaneció.

No importaba nada más. No las reglas que me había impuesto, no los muros que había levantado a mi alrededor. Yusbely había derribado cada uno de ellos con solo un toque. Aquella noche, se convirtió en mi única prioridad, y no había vuelta atrás. Si me hubiera dejado embarazarla, no habría sido un problema. De hecho, pensaba que, si eran hijos de ella, podría tener tantos como quisiera.

La idea de tener una familia con ella me llenaba de una posesión feroz. Siempre había odiado a los niños, había creído que eran un estorbo, un recordatorio de la vulnerabilidad que siempre había querido evitar. Pero con Yusbely, todo era diferente. Ella era una fuerza de la naturaleza, una chispa que encendía algo en mí que no sabía que existía.

Cuando me pidió que no me detuviera, me volví loco. La pasión, el deseo, se apoderaron de mí como un fuego voraz. Cada gemido que escapaba de sus labios me hacía querer más. La manera en que su cuerpo se movía contra el mío, como si fuera un baile de pura lujuria, despertó un instinto posesivo en mí.

La forma en que se entregaba, como si estuviera lista para romper todas las barreras, me hizo perder la cabeza. Me había prometido no enamorarme, no dejarme llevar por una mujer, pero ella me había atrapado sin esfuerzo. Y mientras la tenía a mi alcance, la idea de que pudiera ser mía en todos los sentidos era un pensamiento embriagador.

Aquel momento en el que la sostuve, cuando todo se sintió tan perfectamente correcto, fue como un sueño del que no quería despertar. La desesperación en su mirada, la forma en que se entregaba a mí, me hizo querer poseerla de una manera que nunca antes había experimentado.

Y cuando finalmente caímos en la locura de nuestros deseos, sentí que el mundo se desvanecía. No había más reglas, no había más limitaciones. Solo estábamos nosotros, fusionados en una pasión desbordante que desafiaba cualquier lógica.

La imagen de su rostro, lleno de placer y anhelo, seguía grabada en mi mente. Nunca había imaginado que pudiera sentir algo así, una conexión tan intensa y visceral. Era como si ella hubiera encendido una chispa en mi interior, un fuego que ardía sin control, que no podía ser apagado.

Y mientras me sumergía en esos recuerdos, comprendí que Yusbely no era solo otra mujer para mí; era un cambio total, una revuelta en mi mundo ordenado. Había roto cada regla, cada límite que había establecido, y no me quedaba más remedio que rendirme ante su poder.

Ella había venido a mí, y con cada beso, cada susurro, había reclamado un pedazo de mi alma. No podía imaginar mi vida sin ella.

Un ligero movimiento de sus caderas que acentuaban su figura.

La vi caminar delante de mí, y no pude evitar admirar cada detalle de su figura. Su cabello caía libremente sobre sus hombros, el movimiento de su cadera acentuando la curva de su espalda. Era como si cada paso que daba encendiera una chispa en mi interior, un recordatorio constante de aquella noche ardiente que compartimos. La imagen de su cuerpo moviéndose sobre el mío seguía grabada en mi mente, un recuerdo que me hizo desearla aún más. Saltando sobre mi, montándome.

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