𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟻: *𝚁𝚎𝚏𝚕𝚎𝚓𝚘𝚜 𝚎𝚗 𝚎𝚕 𝙲𝚛𝚒𝚜𝚝𝚊𝚕*

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El hospital psiquiátrico Blackwood tenía un aire de quietud engañosa. Las paredes gruesas y los pasillos alargados parecían absorber los sonidos, creando una atmósfera sofocante. Al llegar aquella mañana, Ophelia no podía quitarse de la mente lo sucedido con  Golden el día anterior. El paciente había tenido un episodio violento durante su terapia, y aunque no llegó a encender nada, la amenaza estuvo ahí, tangible en el ambiente. Aquella escena le había dejado una sensación de incomodidad que aún no lograba sacudir.

Con un suspiro pesado, Ophelia cerró la puerta de su despacho, necesitaba un momento para sí misma antes de continuar con su rutina. Tenía una nueva sesión programada para hoy: conocería a las gemelas Puppet y  Mai.. Aunque intentaba centrarse en lo inmediato, su mente aún volvía a las palabras de Bombón tras el incidente con Golden: “Es mejor no hacer preguntas”. ¿Qué escondía Blackwood? Cada día que pasaba ahí, algo dentro de ella se tensaba más. Sentía que estaba al borde de descubrir un secreto que nadie quería que supiera.

Dejó el expediente de las gemelas sobre su escritorio y caminó hasta la pequeña ventana de su oficina. A través del vidrio sucio, observó el patio interior del hospital, donde algunos pacientes caminaban en círculos, como si estuvieran atrapados en un bucle interminable. Puppet y Mai no solían estar allí. Según su archivo, pasaban la mayor parte del tiempo juntas, aisladas del resto.

Se volvió hacia su escritorio, recogiendo el expediente. Sabía que el síndrome de Alicia en el País de las Maravillas causaba percepciones alteradas en quienes lo padecían, pero las notas sobre las gemelas eran inusualmente vagas. Sus antecedentes familiares no estaban claros, y había indicios de trauma infantil sin resolver. Mai también sufría de episodios de locura, lo que hacía que su condición fuera más delicada. De alguna manera, Blackwood se sentía cada vez más como un laberinto de secretos.

Ophelia salió del despacho y recorrió el pasillo hacia la sala de terapia. El sonido de sus tacones era lo único que rompía el silencio, haciéndola consciente de su propia presencia en aquel lugar que a menudo parecía estar al borde de desmoronarse. Al llegar, Chica la esperaba en la puerta. La enfermera le ofreció una sonrisa cálida, algo que, a pesar de todo, aún le daba un toque de normalidad a su día.

–¿Lista para ver a las gemelas? –preguntó Chica , abriendo la puerta para ella.

–Lo estoy. ¿Algo que deba saber antes de entrar?

Chica se encogió de hombros. –Nada fuera de lo habitual. Las dos tienen días buenos y malos. Hoy... parece uno de los buenos.

Ophelia asintió, agradecida por la información. Entró en la sala de terapia y encontró a las gemelas sentadas frente a una ventana, sus miradas fijas en algún punto más allá del cristal.

–Hola, Puppet. Mai. Soy Ophelia –comenzó, con una sonrisa amable, aunque por dentro aún sentía el eco de la ansiedad del día anterior.

Las gemelas no respondieron de inmediato. Mai parecía absorta, mirando el reflejo en la ventana, mientras Puppet jugaba distraídamente con una cuerda entre sus dedos.

–¿Qué ves desde esa ventana? –preguntó Ophelia, intentando establecer una conexión.

Puppet levantó la vista y sonrió, pero no respondió directamente. –¿Te has fijado alguna vez en cómo el mundo parece más pequeño cuando lo miras a través del vidrio?

Ophelia se sentó frente a ellas, observando con detenimiento. Sabía que, para ellas, la percepción de la realidad podía ser una experiencia distorsionada. Puppet hablaba en un tono suave, casi melódico, mientras Mai permanecía en silencio.

–¿Por qué crees que el mundo se ve más pequeño? –preguntó Ophelia, interesada en lo que Puppet  veía.

La joven dejó caer la cuerda y se encogió de hombros. –Porque nosotras somos las que estamos lejos. Todo lo demás sigue igual.

La respuesta intrigó a Ophelia, pero antes de que pudiera profundizar, Mai finalmente habló, su voz era baja, casi un susurro. –Nada de esto importa. Solo nos miran porque piensan que estamos rotas.

El comentario de Mai la tomó por sorpresa. Había un tono de resentimiento, de frustración contenida. Ophelia hizo una pausa, tomando nota mental de la reacción.

–No creo que estén rotas –respondió Ophelia, manteniendo su voz calmada–. Solo perciben las cosas de manera diferente. Y eso es lo que quiero entender. Estoy aquí para ayudar.

Puppet soltó una pequeña risa, pero no añadió nada más. Mai, en cambio, se levantó de repente de su asiento y caminó hacia el archivador en la esquina de la sala. Lo miró por un momento antes de girarse hacia Ophelia.

–Nadie puede ayudar aquí. Todos son piezas de un mismo juego, y el director es quien mueve las fichas. –Sus palabras eran crípticas, pero había un claro matiz de desconfianza en su voz.

El comentario sobre el director no pasó desapercibido para Ophelia. Era la segunda vez que alguien insinuaba que había algo extraño en la administración del hospital. Primero fue Bombón, ahora Mai. Aún no estaba segura de qué era exactamente lo que estaba mal, pero estaba claro que los pacientes, de alguna manera, también lo percibían.

–¿Qué quieres decir con que el director mueve las fichas? –preguntó, intentando que su tono no fuera demasiado inquisitivo.

Mai la miró por un largo segundo antes de volver a su asiento sin decir una palabra. Puppet jugaba de nuevo con la cuerda, sus ojos fijos en los movimientos de sus manos. Ophelia decidió no presionar más, al menos no por el momento. Las gemelas estaban siendo más abiertas de lo que había esperado en una primera sesión, pero también sabía que empujar demasiado pronto podía hacerlas cerrarse.

Cuando la sesión terminó, Chica apareció en la puerta para acompañar a las gemelas de vuelta a sus habitaciones. Ophelia se quedó un momento más, repasando en su mente la conversación. Las palabras de Mai resonaban en su cabeza: "El director mueve las fichas."

La jornada en Blackwood fue larga. Aunque la mañana había transcurrido sin más incidentes, el ambiente se había vuelto cada vez más pesado con el paso de las horas. Al salir de la sala de terapia, Ophelia decidió que necesitaba un descanso. Caminó hasta su despacho, cerró la puerta tras de sí y se dejó caer en la silla. Encendió la pequeña lámpara de su escritorio y se inclinó hacia atrás, mirando el techo.

El agotamiento mental comenzaba a pasarle factura. Cada sesión parecía estar cargada de una tensión subyacente, como si todos, pacientes y personal por igual, estuvieran guardando un secreto del que nadie quería hablar. El día con Puppet y Mai había sido particularmente intenso, no tanto por lo que dijeron, sino por lo que no dijeron. Esa sensación de que algo estaba mal en Blackwood crecía con cada conversación, con cada mirada furtiva.

Al salir de su despacho, la luz del atardecer se filtraba a través de las ventanas del hospital, proyectando sombras alargadas en los pasillos. El edificio parecía aún más lúgubre a esa hora del día, como si ocultara algo en sus rincones más oscuros. Ophelia se dirigió al estacionamiento, sintiendo cómo el peso del día la aplastaba.

Finalmente, llegó a su casa, un pequeño apartamento en las afueras de la ciudad. Al entrar, dejó caer sus cosas en el sofá y se dirigió a la cocina, buscando algo que la ayudara a relajarse. Preparó una taza de té y se sentó junto a la ventana, observando el cielo oscurecerse lentamente. Aún podía escuchar las palabras de Mai, como un eco persistente en su mente.

El reloj en la pared marcaba el paso del tiempo, pero Ophelia no se sentía presente en el momento. Sus pensamientos seguían en Blackwood, con las gemelas, con Golden, con el director. Algo en ese lugar no encajaba, y aunque aún no sabía qué, estaba decidida a averiguarlo. Pero por ahora, necesitaba descansar.

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⏰ Última actualización: Oct 02 ⏰

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