Sofía se despertaba cada día con una sensación de pesadez en el pecho, como si una mano invisible la empujara hacia la cama, impidiéndole levantarse. A sus veinte años, tenía una carrera universitaria, un techo bajo el cual vivir, padres que la apoyaban, un hermano saludable y un novio que era bueno con ella. Desde fuera, parecía tener todo lo que alguien de su edad podría desear. Sin embargo, la realidad era otra: Sofía estaba atrapada en una vida que no quería, una vida que se sentía ajena, vacía.El trabajo era lo que más la ahogaba. Al principio, creyó que era solo una cuestión de adaptación, de encontrar su lugar. Pero pronto se dio cuenta de que el ambiente no la aceptaba. Ser extranjera en la oficina era una etiqueta que, aunque no siempre se manifestaba abiertamente, se sentía en cada gesto, en cada mirada esquiva. La discriminación, aunque velada, estaba presente en los comentarios sutiles y en el trato distante de sus compañeros. Y luego estaba él: Raúl, un hombre doce años mayor, favorito de la jefa, que parecía tener una fijación especial en hacerle la vida imposible. Siempre atento a sus errores, siempre listo para comentarlos con los demás. Raúl hablaba mal de ella a puertas cerradas, alimentando rumores que lentamente la aislaban de los otros empleados. Nadie la miraba igual desde que él comenzó a esparcir sus venenosas palabras.
El trabajo, que alguna vez fue una promesa de estabilidad y crecimiento, se había convertido en una trampa. Sofía ya había cambiado de empleo varias veces, y cada cambio era recibido con desaprobación por parte de sus padres. Estaban hartos de sus "caprichos", como ellos los llamaban, y le insistieron en que debía quedarse en este último puesto, al menos por un tiempo. Así que Sofía decidió complacerlos, aunque eso significara pasar los días en un ambiente que drenaba su energía, donde cada vez se sentía más pequeña, más inútil.
La ansiedad se había vuelto su compañera constante. La sentía desde el momento en que abría los ojos hasta que, exhausta, se rendía al sueño al final del día. No encontraba refugio en nada, excepto en un paquete de cigarrillos y en la marihuana. Lo había intentado todo: hablar con su novio, Pablo, que siempre estaba ahí, preocupado por ella, tratando de hacerla reducir el consumo. Pero por más que él le hablaba, Sofía no podía dejarlo. Sin el alivio temporal que le ofrecía fumar, no habría forma de soportar la angustia diaria. Pablo también fumaba con ella a veces, pero la diferencia era clara: él podía parar cuando quisiera; ella, no.
Era irónico. Tenía todo lo que en teoría necesitaba para ser feliz: un trabajo estable, una relación amorosa, una familia presente. Pero a Sofía nada le importaba. Había un vacío dentro de ella que ni siquiera las drogas podían llenar completamente. La sensación de estar atrapada era insoportable. El trabajo, el juicio constante de sus compañeros, la presión de complacer a sus padres, y la constante lucha con sus propios demonios la tenían al borde del colapso. Su vida había perdido todo sentido, y lo peor de todo era que no sabía cómo salir de ese laberinto en el que estaba encerrada. Cada cigarrillo, cada calada de marihuana era una breve pausa en una existencia que ya no le pertenecía.
El tiempo pasaba, pero Sofía seguía estancada. Y con cada día que pasaba, su desesperanza se profundizaba un poco más.
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El Eco de los planes perdidos
RandomSofía siempre tuvo un plan para todo, hasta que un día, el vacío lo consumió todo. A los veinte años, el futuro que antes veía claro se desmoronó, y la pasión que la definía desapareció. Enamorada y perdida, su vida parece girar en torno a un amor q...