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Todo a mi alrededor era un torbellino de confusión

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Todo a mi alrededor era un torbellino de confusión.

No me encontraba en el hospital ni en casa; estaba atrapada en un lugar que no reconocía.

Mis ojos se movían inquietos mientras avanzaba, una sensación de ser observada se apoderaba de mí, como si alguien estuviera registrando cada uno de mis movimientos.

Entonces, lo vi: Dominic. Pero había algo peculiar en él; uno de sus ojos era azul.

Cerré los ojos con fuerza, y al volver a abrirlos, la mitad de su cuerpo se había transformado en el de Andrew.

El pánico me invadió y comencé a retroceder, corriendo hacia Bratt que habia aparecido.

Al detenerme, noté que él no me miraba a mí; su atención estaba fija en los dos hombres que se situaban a mis espaldas. Estaba acorralada.

-¡Megan!

Una voz me llamó a lo lejos, y de pronto, sentí un chorro de agua en mi rostro.

Abrí los ojos de golpe, dirigiendo una mirada fulminante a Paeton y Rebekah.

<<¡Joder! ¿Qué demonios había soñado?>> me recriminé, exhalando un suspiro pesado. Tomé aire hondo, intentando dejar atrás la pesadilla, y volví a mirar a las chicas.

-¿No podían despertarme de forma normal?- pregunté, frunciendo el ceño.

-Es que no te despertabas, y fue la única solución que encontramos- explicó Paeton con un tono conciliador.

-Conste que fue idea de ella- añadió la de pelo negro, señalando a su compañera.

-Como sea- murmuré, echando un vistazo al reloj en mi muñeca- Ya terminó mi guardia, es hora de que me vaya a casa.

-Vale, aprovecha y descansa- me sugirió Rebekah.

-Y el rubio sintético no te ha llamado- comentó Paeton con una ceja levantada, mirándome con curiosidad.

-No- respondí, con firmeza en mi voz.

Empecé a recoger mis cosas mientras las chicas compartían historias sobre su día. De repente, el ambiente se tornó silencioso, lo que me sorprendió, pero continué con mi tarea. Al alzar la vista, noté que ellas miraban a mi espalda, y me mordí el labio, intrigada.

Al percibir una respiración cercana, comprendí que no era Bratt. Este perfume tenía una intensidad más marcada y masculina. Suspiré y me volví, encarando al hombre de los ojos dispares.

-¿Necesita algo, doctor?- le interrogué con seriedad, cruzando los brazos. -Como puede ver, ya me voy.

Él me examinó de arriba a abajo, notando que ya no llevaba el uniforme. Estaba vestida con jeans ajustados, un top corto, una chaqueta de cuero y botas; toda de negro. Su mirada se detuvo más de lo necesario, así que decidí aclarar mi garganta.

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