La semana avanza, y mi vida vuelve a la normalidad. Sin embargo, hay algo diferente en el aire, un ligero cambio que se siente en cada esquina. Lía se ha convertido en una presencia constante en mi mente, aunque nunca más la he vuelto a ver desde aquel encuentro. La memoria de sus ojos color miel persiste, y la curiosidad que despertó en mí es como una llama tenue que no puedo apagar.
Los días pasan con el mismo ritmo monótono, pero hay momentos en que me sorprendo buscando su figura entre la multitud. La rutina es una correa que me ata, pero esta vez, el deseo de explorar algo más se ha filtrado en mis pensamientos. Sin embargo, el miedo también está presente. Con cada paso que doy hacia adelante, la sombra de mi pasado se alza más oscura.
Al llegar al café, me siento en la misma mesa de siempre. La brisa suave de la tarde acaricia mi rostro, y me sumerjo en un libro, tratando de sumergirme en su mundo. Pero no puedo concentrarme. La voz de Lía sigue resonando en mi mente, su mirada curiosa, sus palabras que me invitan a abrirme, a mostrarme. No puedo permitirme eso. No hay lugar en mi vida para conexiones, no más.
Justo cuando estoy a punto de rendirme y dejar de buscar en vano, siento una presencia familiar a mi lado. Al levantar la vista, allí está ella, Lía, de pie junto a mi mesa. Su cabello cae en suaves ondas sobre sus hombros, y su sonrisa parece tan despreocupada como antes.
—Hola de nuevo —dice, con esa voz cálida que parece iluminar el lugar.
—Hola —respondo, conteniendo un suspiro. La confusión se mezcla con la intriga en mi pecho.
—¿Puedo sentarme? —pregunta, y por un momento, mi instinto me grita que diga que no. Pero la curiosidad es más fuerte.
—Supongo que no hay problema —murmuro, señalando la silla frente a mí.
Se sienta, y el aire cambia de forma sutil. Hay una tensión palpable entre nosotras, como si ambas supiéramos que algo más profundo se oculta en esta conversación.
—He estado pensando en ti. No sabía si volvería a verte —dice Lía, mirándome directamente a los ojos. Su mirada es intensa, y por un instante, la conexión que siento parece traspasar el tiempo y el espacio.
—No estoy segura de que haya mucho que contar —digo, tratando de mantener la distancia emocional. Pero no puedo evitar sentir un leve cosquilleo en mi interior.
—Eso no es cierto. Todos tenemos historias, ¿no? —Sonríe, y su entusiasmo parece contagiarme.
Y así, comenzamos a hablar. A medida que intercambiamos palabras, las barreras que había construido alrededor de mí comienzan a desmoronarse, aunque solo un poco. Lía es fascinante y brillante, su risa llena el aire y sus historias son intrigantes. Pero en algún rincón de mi mente, la advertencia persiste: no te acerques demasiado.
Con cada conversación, se dibuja una línea invisible entre nosotras, un hilo que nos conecta a pesar de que aún no somos conscientes de lo que realmente une nuestros destinos. Ella no tiene idea de mi verdadero ser, de lo que pasó aquella noche fatídica, y yo no tengo conocimiento de su identidad como licántropo. Todo lo que sé es que hay algo en ella que me atrae, algo que no puedo explicar.
Las semanas pasan, y nuestras conversaciones se convierten en un ritual. Nos encontramos con frecuencia, cada vez más cómodas en nuestra conexión. Lía me habla de su vida, de sus sueños y anhelos. Compartimos risas y miradas cómplices, y a veces, cuando la conversación se vuelve más profunda, puedo sentir su vulnerabilidad. Me doy cuenta de que ella también es una sobreviviente, aunque sus cicatrices son diferentes a las mías.
—A veces siento que hay algo oscuro en mi pasado, algo que no puedo dejar atrás —confiesa una tarde, su mirada distante mientras observa el horizonte.
La frase resuena en mi interior. ¿Cómo puede ser que ella, que parece tan llena de vida y luz, tenga su propio peso que cargar? Pero lo que no sabe es que yo también llevo esa carga. La sombra de aquella noche se cierne sobre mí, y no puedo dejar que se interponga en mi camino.
—Todos tenemos sombras —le respondo, tratando de ocultar la tensión en mi voz—. Pero lo importante es cómo enfrentamos la oscuridad.
Lía asiente, aunque su mirada sigue perdida en pensamientos lejanos. La conversación nos lleva a temas más ligeros, pero en el fondo, la inquietud persiste. Hay algo que se siente como un precipicio entre nosotras, y cada vez que miro sus ojos color miel, siento que estoy al borde de un abismo.
Una noche, después de una larga jornada, llego a casa y me encuentro frente al espejo, observando mi reflejo. El rostro que veo es el de una mujer fuerte, pero también uno lleno de soledad. Me pregunto si Lía ha percibido esa soledad. Durante todos estos encuentros, he tenido cuidado de no dejar que mis emociones salgan a la superficie, pero es un esfuerzo agotador.
Cierro los ojos y respiro hondo, recordando el eco de su risa, la forma en que su mirada se ilumina cuando habla de sus pasiones. Un impulso me mueve a buscarla, a llamarla. Pero entonces, un pensamiento oscuro atraviesa mi mente. ¿Y si ella es lo que temía? ¿Y si en ella se encuentra el hilo que conecta mi pasado con un futuro incierto?
Pero el deseo de conocerla se vuelve irresistible. Tal vez hay algo en ella que puede ayudarme a enfrentar mis propios demonios. Tal vez, solo tal vez, yo también puedo compartir mis secretos.
—No te dejes atrapar —me susurro a mí misma, pero la voz que me responde en mi interior es más fuerte. Quizás sea hora de arriesgarse.
Así que, sin pensarlo dos veces, busco mi teléfono y tecleo un mensaje corto.
"¿Te gustaría salir esta noche?"
La incertidumbre se agita en mi pecho, pero la respuesta que llega casi al instante me deja sin aliento.
"Sí, me encantaría."
Esa noche, un nuevo capítulo comienza a escribirse, y no puedo evitar sentir que, de alguna manera, nuestras historias están destinadas a entrelazarse, sin que ninguna de nosotras sea plenamente consciente de la verdad que nos une.