Capítulo 20: Los Lazos de la Noche

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Los días se desvanecen como hojas al viento, y mientras me sumerjo en la vida en el bosque, la conexión que he formado con la loba se vuelve más profunda y compleja. La falta de un rostro humano en ella crea una sensación de vacío, como si mi deseo de entenderla plenamente estuviera fuera de mi alcance. Pero, a pesar de ello, siento una creciente admiración por la criatura que me acompaña.

Cazar junto a ella se ha convertido en una danza instintiva, un intercambio de movimientos y miradas. A veces, creo que nuestras almas se entrelazan; como si pudiera sentir mis emociones antes de que las exprese. Su pelaje espeso, oscuro, resplandece bajo la luz de la luna, y esos ojos amarillos, tan profundos y sabios, parecen conocer secretos más allá de lo que cualquiera podría comprender. Sin embargo, hay una pregunta constante en mi mente: ¿Quién es realmente este lobo?

Las noches han pasado a ser nuestro refugio. El silencio entre nosotras es cómodo, pero la falta de palabras me deja con un anhelo por saber más. No entiendo por qué ha elegido quedarse en su forma animal. La posibilidad de que sea una licántropa me atormenta, pero mi instinto me dice que hay algo más, algo que no logro descifrar.

Una tarde, mientras me recuesto en un claro, intento aquietar mi mente. Los rayos dorados del sol caen a través de las hojas, y en ese momento de tranquilidad, surge un pensamiento inesperado: ¿Y si esta loba no solo es una guardiana, sino una compañera en esta soledad que compartimos?

La luna llena se acerca, y con ella, una tensión creciente impregna el aire. Los aullidos de lobos en la distancia resuenan con mayor frecuencia, y mis instintos me advierten que algo se avecina. Siento que el peligro está más cerca de lo que quiero admitir.

Una noche, mientras cazamos, la loba se detiene de repente. Su cuerpo, normalmente relajado y alerta, se tensa con una intensidad que no había visto antes. Algo no está bien.

—¿Qué sucede?— susurro, aunque sé que no puede responderme. Mi corazón late con fuerza mientras mis ojos escanean el entorno en busca de amenazas.

De repente, de entre los árboles, surge un grupo de lobos. Sus ojos, tan amarillos y feroces como los de la loba que me acompaña, brillan en la penumbra. Los nuevos lobos nos rodean, sus gruñidos llenan el aire con un sonido amenazante. Esto no es un encuentro amistoso.

La loba se coloca inmediatamente frente a mí, su postura desafiante, sus orejas erguidas. Un aullido profundo surge de su garganta, resonando en la oscuridad. Es un grito de desafío, una advertencia para los intrusos. Pero ellos no retroceden. Nos rodean más estrechamente, sus colmillos al descubierto.

—¿Por qué nos atacan?— pienso frenéticamente, aunque ya sé la respuesta. Estos lobos no ven una alianza. Ven una presa.

El cuerpo de la loba se mueve con una agilidad feroz, lanzándose hacia los enemigos sin dudarlo. Me quedo paralizada por un momento, observando cómo se enfrenta a ellos con una gracia sobrenatural, pero pronto siento la adrenalina inundar mi cuerpo. No puedo dejarla pelear sola.

Sin pensarlo, me lanzo a la refriega. Mis instintos vampíricos se activan, y utilizo mi velocidad y fuerza para defendernos. Mis movimientos son rápidos, casi automáticos, y por primera vez en mucho tiempo, siento la conexión entre lo que soy y lo que hago. No es solo la loba luchando, somos nosotras. Juntas, creamos un frente unido, enfrentándonos a la amenaza con una determinación feroz.

La lucha es brutal y rápida. Los lobos intentan acorralarnos, pero no cuentan con la fuerza combinada que poseemos. La loba a mi lado se mueve como una sombra, atacando con precisión mientras yo los distraigo. Uno tras otro, caen o huyen.

Finalmente, el claro queda en silencio, salvo por el sonido de nuestros jadeos. Los lobos restantes han huido, y el peligro inmediato parece desvanecerse. Me giro hacia la loba, que aún está en guardia, y siento una profunda gratitud. Ella luchó por mí, por nosotras.

—No puedo creer que hayas arriesgado tu vida por mí,— digo, mi voz apenas un susurro mientras acaricio su pelaje oscuro. Sus ojos me miran, brillando bajo la luz de la luna, y por un instante, creo ver algo más profundo en su mirada. Una comprensión silenciosa, una promesa no dicha.

Nos quedamos así, bajo la luz plateada de la luna, nuestras respiraciones calmándose. La conexión entre nosotras ha cambiado. Este lobo no es solo un protector. Es algo más, algo que no puedo definir, pero que siento intensamente.

La luna llena asoma por el horizonte, su luz bañándonos. Sé que los peligros aún están presentes, acechando en las sombras del bosque. Los aullidos distantes me lo recuerdan. Pero ahora, mientras siento la firmeza de su cuerpo junto al mío, también sé que no estoy sola.

—Gracias por estar a mi lado,— murmuro, pasando mis dedos a través de su pelaje espeso. Aunque no puede hablar, no necesita hacerlo. Siento su respuesta en la quietud de la noche, en el aire que nos rodea.

Los aullidos de la manada enemiga se alejan, desvaneciéndose en la distancia. Y mientras el viento sopla suavemente entre los árboles, llevándose consigo el peligro inmediato, me doy cuenta de que algo importante ha cambiado. No importa lo que venga, ya no estoy sola en este mundo.

Juntas, enfrentaremos lo desconocido. La oscuridad sigue siendo aterradora, pero la luz de nuestra conexión es suficiente para guiarme. La luna brilla intensamente sobre nosotras, iluminando el camino hacia un futuro incierto, pero lleno de posibilidades.

Crónicas de Sangre y LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora