Los días se han convertido en algo amorfo, sin principio ni fin. La oscuridad ha sido mi única compañía, abrazándome como un sudario. No he salido de casa desde aquella mañana infernal en la que desperté cubierta de sangre, mi piel quemada por el sol. No he querido. No puedo.
El televisor, parpadeando en la penumbra, es mi única conexión con el mundo exterior. Las noticias no se detienen. Cada día, cada maldito día, hablan del mismo horror: el monstruo que destrozó las vidas de más de veinte personas en una sola noche. Una criatura que apareció en las sombras, alimentándose de la carne y la sangre de sus víctimas como si no hubiera límite para su sed de destrucción.
Y ese monstruo... soy yo.
Cada palabra del presentador, cada imagen de los cuerpos destrozados, cada relato aterrador que surge de las bocas de los testigos, se clava en mí como una daga. Me obligo a mirar, una y otra vez, como si castigándome con esta realidad pudiera comprender qué fue lo que ocurrió realmente. Pero no lo sé. No puedo recordar. Mi memoria sigue siendo un vacío abismal, y lo único que queda son las evidencias frente a mis ojos: la sangre que cubría mi piel, el dolor insoportable del sol quemando mi carne, y el eco de ese hambre monstruosa rugiendo dentro de mí.
Mi mente no deja de dar vueltas, buscando alguna razón, algún fragmento de información que me explique cómo llegué a este punto. Pero solo hay una verdad, una que es demasiado cruel como para ignorarla. Me he convertido en lo que más odio.
Cada vez que mis pensamientos me llevan de vuelta a aquella noche, la noche en que mi familia fue masacrada, siento que me ahogo. Recuerdo con exactitud los rugidos de los licántropos, el caos, la sangre cubriendo el suelo como un río oscuro. Eran monstruos. Asesinos despiadados, sin conciencia ni piedad. Y siempre juré que nunca sería como ellos. Que, aunque mi naturaleza era oscura, no me convertiría en una criatura de destrucción sin control.
Pero aquí estoy.
Mis manos tiemblan mientras escucho las noticias una vez más. El presentador describe con detalle los cuerpos destrozados, las heridas profundas, las marcas de colmillos. Colmillos como los míos. Los sobrevivientes hablan de una sombra, rápida y brutal, que se movía entre la multitud sin ser detenida, devorando todo a su paso. Es como si estuviera viendo una representación de esa masacre que destruyó mi vida, solo que esta vez soy yo la que lleva el papel del monstruo.
El mismo tipo de criatura que arrasó mi vida. Y ahora... soy yo la que arrasa vidas.
La ironía me ahoga. Siempre desprecié a los licántropos, a sus impulsos brutales, su falta de autocontrol. Los culpé durante tanto tiempo de todo lo que me arrebataron. Y ahora... he hecho lo mismo. He arrebatado vidas sin control, dejando un rastro de muerte a mi paso. He destruido familias, tal como hicieron conmigo. Me he convertido en lo que siempre juré que nunca sería.
Mis uñas se clavan en la piel de mis brazos, dejando pequeñas marcas. Siento la necesidad de hacerme daño, de sentir algo más que este dolor mental que no me deja respirar. Estoy atrapada en un ciclo de culpa y odio hacia mí misma. ¿Qué me queda ahora? No soy más que una sombra de lo que alguna vez fui. Toda mi fuerza, todo mi control, todo se ha desvanecido en el momento en que permití que el monstruo dentro de mí tomara el control.
Los días pasan, y yo sigo aquí, en la oscuridad, rodeada por las sombras que he creado. No hay luz en esta casa. No la quiero. No quiero ver el mundo exterior, ni las cicatrices en mi piel, ni los rastros de lo que hice. No quiero enfrentarme a la realidad de que no soy mejor que aquellos que mataron a mi familia. De que, en el fondo, siempre he sido lo mismo.
Me siento en el suelo, frente a la pantalla del televisor. Las imágenes siguen fluyendo, pero mi mente está en otro lugar, atrapada en un bucle de recuerdos y horror. Veo a mis padres, mi hermano, todos ellos cayendo bajo los colmillos de los licántropos, y ahora puedo ver una imagen aún peor: la mía, con los ojos inyectados en sangre, desgarrando a inocentes.
El dolor es insoportable. El vacío dentro de mí crece, esa oscuridad que se extiende más allá de lo físico. Siento que me estoy desmoronando por dentro. Ya no sé quién soy.
Intento recordar algo bueno, algo que me devuelva un poco de humanidad. Lía. Pero ni siquiera ella puede salvarme ahora. Su desaparición me había roto, pero este nuevo descubrimiento... es demasiado. Ella no debería volver. No debe encontrarme así. Si lo hace, ¿qué me asegura que no le haré lo mismo que a los otros?
El silencio me envuelve. Ya ni siquiera puedo llorar. Solo queda el horror de lo que soy, la certeza de que no tengo lugar en este mundo, no como lo imaginé alguna vez. Soy un monstruo, y eso es todo lo que hay.