Abrumador. Esa era la palabra que describe a la perfección como aquel hombre se sentía dentro de aquella estación de metro con el supuesto objetivo de llegar a casa.
Línea 1, hora peak. La gente, como suele suceder, comenzó a aglomerarse en la estación, esperando a que el tren llegase al igual a ese hombre que, entre su impaciencia y el calor humano, comenzó a sentirse aún más enfermo de lo que ya se sentía antes, nervioso también.
Prontamente comenzó a sentir miradas posadas en él, miradas juzgadoras, incluso de rechazo.—¿Qué podrá ser?— El hombre se preguntó a sí mismo. Más pronto que tarde, comenzó a notar más ojos puestos en él, lo cual lo angustió más.— ¿Tengo algo en la cara? ¿Mi pelo se ve mal? ¿Mi ropa está manchada? — Se hacía mil preguntas, pero no valía la pena, ninguna de sus dudas era respondida. Mientras trataba de ver que estaba mal en él, observó algo que volaba a su alrededor: moscas. — ¿Huelo mal? — El hombre trató de olerse, y de oler su ropa también. Volvió a mirar al gentío, quien cada vez tenía más cara de rechazo e incluso repulsión.
Él, sintiéndose avergonzado, se encogió lo más que pudo para que nadie pudiese verlo y/u olerlo.
Por otro lado, las miradas no se despegaban de él, a excepción de algunos que inútilmente trataban de no mirarlo. El olor era insoportable, algunos evitaban las ganas de vomitar, y otros dejaban la estación sin siquiera poder controlar las náuseas. El asco era un sentimiento colectivo, que prontamente se mezcló con horror al ver como aquel hombre se descomponía en vida. Se le caía el pelo, su piel se podría, y prontamente sus órganos también. El olor era más fuerte que nunca, pero aquel hombre se hallaba tan agobiado que no era capaz de darse cuenta.
Atrapado en su propio pánico y desesperación por esas "inexplicables" miradas, sus sentidos comenzaron a fallar, comenzó a marearse y lentamente fue desconectándose de la realidad. A la par, su cerebro lentamente comenzó a morir, lo cual lo desesperó más, y lo incapacitó de tal forma que no pudiese pensar en más que en los latidos de su corazón que, extrañamente, comenzaron a comunicarse en un peculiar código morse. Podía sentir sus deseos desesperados de salir de esa situación, la cual no entendía, junto como los sonidos del metro acercándose iban retumbando en lo que quedaba en su putrefacto cerebro y, mientras más se acercaba a la linea amarilla de la estación, más clara era la única palabra que su corazón le comunicaba: Tírate.
YOU ARE READING
cuentos
Narrativa generaleA veces me da por escribir cuentos cortos, entonces los voy a subir acá.